Una aclaración de inmediato. El título se refiere a Emmanuel Macron, no a Carles Puigdemont, diametralmente diferentes en sus respectivos proyectos políticos. El primero encarna la esperanza contra el pasado, el optimismo contra el resentimiento, la grandeza contra la irrelevancia, lo colectivo contra la división. El segundo representa la regresión frente al futuro, lo viejo frente a la modernidad, lo local frente a lo universal, la división frente a lo colectivo. Oponerse ya al primero es una precipitación, merece que le dejen intentar la puesta en marcha de su proyecto; oponerse al segundo es una necesidad perentoria, un deber de higiene moral y política, su proyecto es profundamente destructor.

A algunos también les parece una necesidad perentoria oponerse a Macron. A día siguiente de su rotunda victoria (66,1% contra 33,9%) empezó la deslegitimación en las tribunas públicas y en la calle. Pocos de los votos obtenidos le pertenecerían, la mayoría de los 20,6 millones de sufragios se habrían expresado contra Marine Le Pen y no a favor de Emmanuel Macron; difícil de demostrar, fácil de propagar.

La decisión más importante antes de su investidura, la lista de candidatos para las elecciones legislativas de junio, ha sido criticada por la derecha, el centro y la izquierda, todos insatisfechos, luego Macron acertó cumpliendo escrupulosamente lo que había prometido: 50% de candidatos procedentes de la sociedad civil, paridad hombres-mujeres, pluralidad política y probidad absoluta, ninguno de los propuestos tiene abierto expediente judicial o tributario. En la calle, grupúsculos de extrema izquierda ya le han declarado “la guerra social preventiva” en espera de que se les unan las masas sindicales.

Oponerse ya a Macron es una precipitación, merece que le dejen intentar la puesta en marcha de su proyecto; oponerse a Puigdemont es una necesidad perentoria, un deber de higiene moral y política, su proyecto es profundamente destructor

El discurso de investidura, sobrio, una pieza de oratoria presidencial, que contenía dos mensajes clave: reconciliar a los franceses, por la vía de la desintoxicación ideológica y de las reformas económico-sociales para garantizar eficacia y seguridad, y reformar Europa, habría sido insustancial. ¿Qué esperaban? La ocasión era para un discurso de principios no de ejecución de un programa, función que competirá al Gobierno.

El nombramiento de un primer ministro, Édouard Philippe, procedente del ala centrista de la derecha republicana, ha desencadenado una feroz crítica de la izquierda, del melenchonismo y del lepenismo, sin parar mientes en sus cualidades personales. Si la designación para el puesto hubiera recaído en alguien salido de la izquierda, del lado contrario la reacción habría sido la misma. A Macron no se le perdona lo más innovador de su apuesta: el "con... con... con..." (la derecha, el centro, la izquierda) en lugar del "ni... ni... ni..." estéril, la coexistencia constructiva de elementos en apariencia divergentes por el interés superior de Francia y de Europa.

Macron está creando escuela en los sitios más inverosímiles. El nuevo presidente surcoreano, el progresista Moon Jae-in, sería el Macron asiático. Pero donde se llega al mayor absurdo comparativo es en nuestros lares. Según Marta Pascal, coordinadora general del PDECat, su formación seguiría un modelo similar al del movimiento En Marche! de Macron. ¡Qué desfachatez! Como si pudieran tener  algo en común con aquel los que se definen como independentistas y soberanistas. Nos tenían acostumbrados a comparaciones fantasiosas con lo remoto y lo superado (Moisés, Nelson Mandela, Martin Luther King...) pero atreverse con lo más actual denota la pérdida absoluta del sentido de la realidad una vez más.