El sueño ha terminado. Podemos abandona definitivamente la regeneración transversal y se convierte en una fuerza neomarxista. Ellos, obviamente, no lo cuentan con estos términos. Tienen los suyos: hablan de construir un bloque político basado en el "poder popular", concepto cuyo sentido no llegamos a entender por completo pero cuya orientación intuimos con cierta inquietud. Todos los poderes populares de la historia han terminado degenerando en caudillajes que, amparados en la representación ficcional del pueblo elegido, pretendieron adecuar la sociedad a sus deseos, que no es exactamente lo mismo que cambiar el mundo.

A Vistalegre II entró un partido dividido en tres fatrías distintas --pablistas, errejonistas y anticapitalistas-- y del coso madrileño sale una organización que huye del pragmatismo, que es una forma indirecta de aceptación de la realidad --el paso previo para poder modificarla--, y que abraza con decisión marcial un dogmatismo mesiánico y estéticamente anacrónico. Hay que tener cuidado con aquellos que dicen que vienen a salvarnos, sean curas o voluntarios de Cáritas. Los ejes ideológicos de la nueva era morada aspiran a conseguir una utopía, lo cual nos parece muy bien, pero eligen senderos que ineludiblemente llevan al pretérito: la alianza estructural con los nacionalismos, la agitación callejera y el aislamiento parlamentario.

Los ejes ideológicos de la nueva era morada aspiran a conseguir una utopía, pero eligen senderos que ineludiblemente llevan al pretérito: la alianza estructural con los nacionalismos, la agitación callejera y el aislamiento parlamentario

El primero invalida el proyecto social que Podemos representaba en sus comienzos: no hay justicia social que pueda pagarse si la caja única de caudales se reparte entre los jefes de las distintas tribus. El segundo, que confía a la movilización el motor del cambio, desprecia la responsabilidad institucional de una fuerza llamada a configurar una alternativa política real al bipartidismo. Al mismo tiempo, convierte en inservibles los votos recibidos. Salir a la calle es un derecho en un Estado de derecho; legislar, en cambio, es un privilegio que, si se gestiona con talento, contribuye a cambiar las cosas más rápido que detrás de una pancarta. Es menos fotogénico pero mucho más efectivo. En lugar de seguir este camino, los jacobinos retroceden hacia el espacio de los antiguos comunistas. Los antecedentes no auguran que el viraje vaya a tener éxito: IU se ha llevado décadas trasladando al Congreso reivindicaciones ciudadanas. Les honra, pero a la gente no le ha servido de mucho.

Mientras la ley electoral no se reforme, cosa imposible dada la falta de un mínimo acuerdo parlamentario, el terreno de la política útil --la testimonial es otra cosa-- está en las instituciones. No hay otra vía. De nada sirve proclamar un "poder popular" que va a ser irrelevante en términos legislativos. El voto, que es la base de la democracia, es un derecho individual, no comunal. Las purgas o la integración entre los distintos bandos de Podemos son asuntos secundarios. A los ciudadanos empobrecidos por la crisis les trae absolutamente sin cuidado. Cinco millones de españoles votaron a la marca de Pablo Iglesias para cambiar el sistema desde dentro. Ellos prefieren situarse con un pie dentro y otro fuera. No quieren correr riesgos: si la mayoría PP-PSOE + C's impone sus leyes, dirán que son "una alianza contra la gente". Si las movilizaciones civiles no dan resultado inmediato, argumentarán que el régimen del 78 tiene un cerrojo imposible. Así no se equivocarán nunca. Ambas cuestiones pueden ser ciertas. Incluso complementarias, pero la obligación de un político que quiera ser útil a los demás no consiste en certificar estas evidencias, sino en hacer lo posible por cambiarlas.

Si Podemos no teje alianzas con otros grupos políticos se consolidará el bipartidismo, y el PSOE recibirá un oxígeno precioso

Si Podemos no teje alianzas con otros grupos políticos se consolidará el bipartidismo, y el PSOE, que ha demostrado que se puede traicionar los ideales de sus propios militantes sin que a sus patriarcas les tiemble el pulso, recibirá un oxígeno precioso. Por supuesto, los jacobinos siempre pueden alegar que representan la España plurinacional. En las fotos saldrán geniales. Las redes sociales se poblarán con selfies donde Iglesias se soltará la melena. Sus camaradas de Telegram lograrán un sitio en la historia. Reincidirán así en su propia épica: héroes puros, hermosos, narcisistas, pero absolutamente inútiles para aquellos que les votaron. Hay algo que en Podemos aún no han entendido: en el mundo real no importa quién digas que eres, sino lo que haces. Tus actos son tu nombre. La única identidad política son las obras, no los lemas. Las pancartas eran el comienzo del camino. Ahora son el epílogo de la aventura.