"Cartas iban y venían desde Londres a Madrid". Eso dice la copla. Las cancillerías española y catalanufa, entre las que aún existe una jerarquía evidente por mucho que los soberanistas se presenten a sí mismos como independientes, se mandan estos días burofaxes llenos de cariño y cortesía. Es entrañable ver cómo mantienen la educación (verbal) en un conflicto que desde hace bastante tiempo se alimenta sólo con las tripas. Puro teatro, por supuesto. Igual que todo en esta tragicomedia infinita. Mientras se resuelve el misterio de si hubo proclamación (jurídica o retórica) y se aclara si la democracia hará cumplir la Santa Constitución, nuestra impresión es que lo único que hubo la noche de autos fue un comunicado como los que cincelaban, después de romper piedras, los gudaris batasunos. Nada más. ¡Y nada menos!

No hay diferencias, salvo por el contexto: las capuchas, las metralletas y los muertos. Entre el sustrato totalitario con el que se expresaba la banda terrorista y el que han terminado haciendo suyo los soberanistas no se percibe antagonismo, sino comunión tácita. No es raro que Junqueras buscara la mediación de los seminarios. Los nacionalistas llevan predicando desde hace lustros el odio a todo lo diferente, especialmente si procede de la cultura española. Ahora abrazan con devoción la amenazante retórica abertzale. ¿Les parece exagerada esta afirmación? Hagan una prueba: sustituyan "Euskal Herria" por "Catalunya" en el texto de cualquier comunicado etarra. Se llevarán una sorpresa. Los términos son idénticos: "proceso", "democracia", "negociación", "política", "represión", "independencia" y, por supuesto, "mediación internacional". Huelga decir que no se trata de una casualidad. No.

Los nacionalistas llevan predicando desde hace lustros el odio a todo lo diferente, especialmente si procede de la cultura española. Ahora abrazan con devoción la amenazante retórica abertzale

Forma parte de la convicción nacionalista de que hay que alimentar el enfrentamiento civil para alcanzar una independencia de Barra Brava. El método es lo único que está sujeto a cambios. Primero, violar la ley desde el Parlament. Después, instaurar una legislación paralela que ni siquiera ha sancionado la cámara autonómica. La sedición es la fórmula elegida para retornar al feudalismo de los reyezuelos comarcales. El Parlament no votó esa noche, ni ninguna, la independencia. Y eso que iba a ser la madre de todas las sesiones. El momento histórico. Pues parecía una conferencia en el Ateneu. Los indepes de todas las tribus oyeron a su profeta del momento --Puigdemont I-- decir la cosa sin llegar a decirla por completo. En la CUP empezaron a poner muy mala cara porque el mambo de las montañas parecía haberse convertido de golpe en una rave con música en bucle de Lluís Llach: una ceremonia repetitiva, ilegal y ruralista. ¡El horror!

Daba la impresión de que la cosa iba a quedarse en una declaración interruptus cuando los líderes del País Piruleta nos sorprendieron con una proclama colectiva que no fue registrada ni discutida en sede legislativa. Por la mediante, ellos sustituyen al Parlament y proclaman "la República catalana como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social". En su magnánima generosidad tienen hasta el detalle de comunicar su resolución "al pueblo de Cataluña y a todos los pueblos del mundo". De sus afirmaciones se deduce, aplicando la lógica, que han decidido en nombre del pueblo lo que el pueblo no ha dicho. Ellos firman, ellos declaran y ellos comunican. Para este viaje no hacía ninguna falta el referéndum ilegal, ni las algaradas callejeras, ni los requetés del supremacismo de aldea. Estamos ante un nuevo fake. Un engaño como una catedral. ¿Quiénes son ellos? La voluntad personal de un diputado políticamente es irrelevante. Lo único trascendente es cuál sea su voto en una asamblea legislativa. Como nadie aquí ha votado nada, estamos ante una declaración unilateral. Una proclama de quienes apelan a la "tradición jurídica catalana" y se erigen en defensores de "unos derechos colectivos" que no existen. Todos son individuales.

Trataron de robarnos la soberanía a los españoles. Ahora, también a la mitad de los catalanes

El ansiado grito de Dolores de los catalanufos, réplica del famoso comienzo de la independencia mexicana, no ha sido épico ni para sus propias huestes. Es un galimatías. Un gazpacho conceptual donde quienes dicen ser "los legítimos representantes del pueblo de Cataluña" excluyen al resto de los diputados electos y al millón de personas que salieron a la calle pidiendo sensatez. Trataron de robarnos la soberanía a los españoles. Ahora, también a la mitad de los catalanes. Lo siguiente: purgar a los que duden, empezando por los jueces. En Cataluña se está incubando el fascismo de la posmodernidad. Un monstruo con rostro amable que apela a la democracia mientras la derriba, se declara pacifista al mismo tiempo que aniquila el pensamiento crítico y pide amparo internacional en favor de los derechos humanos mientras hostiga a sus minorías. Su república va a ser tan bonita como Corea del Norte.