Pensamiento

Lo propio y lo impropio

30 diciembre, 2013 13:24

En Cataluña –según afirma una y otra vez el nacionalismo catalán- todo es propio. A saber: lengua propia, cultura propia, historia propia, identidad propia, manera de ser propia, gastronomía propia, literatura propia, música propia, Iglesia propia y todo lo que ustedes quieran añadir. ¿Lo demás? Impropio. Da igual que lo demás sea propio de la mitad –o más- de los ciudadanos de Cataluña; ese pequeño detalle no cuenta.

¿Por qué empeñarse una y otra vez en calificar de "impropio" lo que es "propio" de los ciudadanos de Cataluña? ¿Por qué obstinarse en extranjerizar determinadas manifestaciones de los ciudadanos de Cataluña tildándolas de "impropias"?

Una manifestación heráldica que llega incluso al comercio y a los horarios comerciales. ¿O es que ustedes no han oído hablar del comercio propio y de los horarios comerciales propios? ¿O es que ustedes no han oído hablar, tout court, de un modelo comercial propio distinto al español? El secreto de todo ello: hay que diferenciarse a cualquier precio de lo español. La identidad catalana, aseguran. Una identidad -construida a la carta, levantada sobre mitificaciones y mistificaciones, que excluye e incluye lo que conviene a mayor gloria de los definidores oficiales de Cataluña- que es el fundamento de la nación catalana.

Y en eso que el mismísimo Consejo de Garantías Estatutarias emite un dictamen en el que señala que una parte de la proposición de ley del Parlamento autonómico que regula los horarios comerciales es inconstitucional. En concreto, el artículo que limita a ocho los festivos de apertura comercial. Señoras y señores, el Consejo ha cuestionado uno de los tan cacareados trets diferencials de la identidad catalana: el horario comercial propio en día festivo. Desconozco cuál será la reacción de la Generalidad. Pero la cosa tiene su miga. Me explico. Si la Generalidad acepta la recomendación del Consejo –nada menos que aumentar a diez los días festivos de apertura comercial, como ocurre en el resto de España- la identidad propia catalana puede quedar seriamente laminada, esto es, seriamente españolizada. Y ahí no acaba la cosa: si la Generalidad corrige la legislación comercial para adaptarla a la Constitución, ¿por qué no enmendar también la política lingüística de la Generalidad -en la escuela y fuera de ella- para cumplir las resoluciones de los Altos Tribunales que señalan reiteradamente su inconstitucionalidad?

El fiasco total –la desaparición de Cataluña en manos del españolismo rampante, dirá el nacionalismo apocalíptico- puede llegar si alguna autoridad competente señala que la literatura en lengua castellana producida en Cataluña es también literatura catalana, o si indica que el cocido madrileño preparado en Cataluña es cocido catalán, o si considera que la Feria de Abril del Fórum es también una manifestación cultural y artística catalana. ¿Una broma? Pues no. ¿Por qué empeñarse una y otra vez en calificar de "impropio" lo que es "propio" de los ciudadanos de Cataluña? ¿Por qué obstinarse en extranjerizar determinadas manifestaciones de los ciudadanos de Cataluña tildándolas de "impropias"?

O paramos ese resquebrajamiento que ya empieza a percibirse o la fractura –vía animadversión- nos puede devorar

Una cuestión aparentemente trivial como la de los horarios comerciales –no lo es: de ello depende también el dinamismo y crecimiento económicos- evidencia la vocación intervencionista y controladora de un nacionalismo que se empeña en definir, por decreto, lo que es y ha de ser Cataluña. Un nacionalismo que, en lugar de describir la realidad, la prescribe. Ese miedo a la libertad –de comercio, de elección de lengua, de adscripción identitaria, cultural o nacional- que puede resquebrajar la convivencia de una sociedad que es tolerante y plural. O paramos ese resquebrajamiento que ya empieza a percibirse o la fractura –vía animadversión- nos puede devorar.

Alexis de Tocqueville, en La democracia en América (1835), dijo que el libre comercio –vuelvo a los horarios comerciales que dan pie a lo escrito- "hace a los hombres independientes", "los conduce a gestionar sus propios asuntos" y "los inclina hacia la libertad". En definitiva, el libre comercio –acepten la redundancia- nos hace libres. Lo mismo puede afirmarse, por así decirlo, de la libre lengua, la libre identidad, la libre cultura y todo lo que ustedes quieran añadir.