El Consejo de Ministros ha aprobado la ley trans y de igualdad LGTBI, denominada coloquialmente Ley Trans, promovida por el Ministerio de “Igual-nos-da-todo-si-hay-chiringuito” de Irene Montero; una ley cuyo trámite permanecía atascado desde febrero debido a las numerosas trabas interpuestas por la vicepresidenta Carmen Calvo y el feminismo de cabeza mínimamente amueblada de izquierdas. Esta ley permite a todo hijo de vecino cambiar de sexo y de nombre; a placer, sin permisos, testigos, pruebas, estudios psicológicos o informes médicos que lo avalen. Basta con un mero trámite administrativo de autodeterminación --vivimos en la España de la autodeterminación, no lo olviden-- de género; un cambio nominal, legal, jurídico, y, aunque suene raro, biológico. Todo un triunfo de la sexualidad prêt-à-porter. Expresado de forma más castiza: "No me llames Eustaquio, llámame Lola", pero con mucha más enjundia, porque a día de hoy en taxonomía --la ciencia de la clasificación-- referida a lo sexual, el phylum, o filo, las categorías, subdivisiones y matices diferenciales “de las ramas del árbol erótico” son incontables, y requieren de mapa detallado y brújula.

La Ley Trans de Irene Montero, a bote pronto, es un descomunal atentado a la lógica más elemental; el capricho de una indocumentada de intelecto más inconsistente que un manojo de berzas recocidas, que tras ascender de rodillas hasta el Gólgota de su arrogante ignorancia y cargo enmienda la plana y borra de un plumazo a Darwin y a Mendel, arrojando a la papelera, con desdén, siglos de ciencia, antropología, biología y genética empírica. Aunque en honor a la verdad, seamos justos, eso no supone nada nuevo viniendo de quien viene. La Menestra de saltito alborozado, pancarta oportunista y puñito alzado, ya nos tiene a todos acostumbrados a su propensión a retorcer el lenguaje, despreciando el neutro del idioma en aras de su inclusiva necedad; habituados a sus tonterías de hijos, hijas e hijes; a sus leyes de "solo sí es sí porque lo digo yo y el violador siempre eres tú, tururú"; a su demonización constante, como buena hembrista totalitaria, del hombre, ese zángano heteropatriarcal causante de todas las desgracias que desde la protohistoria aquejan a las mujeres.

Y es que en un triple salto mortal con tirabuzón jamás visto, a lo Pinito del Oro y sin red, Irene abraza la fe adanista y la entelequia insostenible de la teoría queer. Ya saben que el adanismo denosta, en cualquier asunto o disciplina, todo el bagage, experiencia y conocimiento empírico previo, y aboga por un nuevo punto de partida. ¿Cuál? ¡El que nos dé la real gana! Y borrón y cuenta nueva. De este modo un neonato no es niño o niña, varón o hembra, desde el punto de vista genético, sino que nace sin género determinado, y puede ser lo que le plazca desde la más tierna infancia, porque todo es un “constructo psicoemocional” alentado por una sociedad machista y represora. Así que si hay que extirpar un pene se extirpa, si hay que implantar un pene se implanta, o si hay que dotar de vagina y tres tetas al chavalote, pues se le dota y aquí paz y luego gloria. Para Montero, y toda la pandilla de majaderos que la jalea, el deseo debe imponerse sobre la realidad y sus limitaciones a cualquier precio.

¿Recuerdan ustedes el magistral gag humorístico de Monty Python en La Vida de Brian, cuando los miembros del clandestino Frente de Liberación Popular de Judea se reúnen en el circo, y un insuperable Eric Idle les anuncia que quiere que la llamen Loretta, porque se siente muy mujer y quiere cumplir su sueño de quedarse embarazada y dar a luz? John Cleese le pregunta de qué le sirve todo ese discurso si no tiene matriz, ni ovula y además es imposible. Pero él insiste que quiere ser "ella" y engendrar. Como todos son muy solidarios, zanjan el asunto concluyendo que aunque Loretta no pueda parir defenderán hasta la muerte su derecho a parir.

Pues eso es la Ley Trans de Irene Montero. Una ley que ha dividido al PSOE y que es rechazada frontalmente por amplias capas de la sociedad, empezando por los que son padres. En el caso del colectivo LGBTI la objeción viene marcada porque estipula que los menores solo puedan solicitar fácilmente, sin control, el cambio de sexo a partir de los 14 años, cuando el deseo del colectivo era que la edad mínima requerida fuera solo de 12; se quejan también de que la ley queda incompleta tras los tijeretazos y recortes efectuados por el PSOE. Y las que andan más cabreadas son las feministas, que aducen que “si un maltratador puede autodeterminarse mujer, la violencia machista deja de existir”. Gran verdad. Permítanme que les presente a Benigno Paco Jones, y a base de humor incida en esta afirmación...

Benigno Paco Jones es un maltratador. O quizás un maltratado. No importa, que de todo hay. Como las cosas en casa con la parienta van de mal en peor y con frecuencia vuelan sartenes y cazos decide actuar. Se depila, aprende a maquillarse, le birla a su anciana madre una falda demodé y una camisa con hombreras y chorreras. Y unos zapatos de tacón bajo. Estudia cómo cardarse el pelo a base de cepillo y laca visionando Mi querida señorita de José Luis López Vázquez. Finalmente practica su discurso ante un espejo inhalando helio, hasta lograr modular una voz de pitiminí tipo Gracita Morales. Hecho eso pide cita previa en el Registro Civil.

Y ahí se nos planta el hombre, aferrado con determinación las asas de un bolso Luis Puitón. Anuncia que quiere cambiar de sexo, que lo suyo ha sido y es un auténtico calvario. Y suelta de carrerilla el argumentario: "Benigno Paco Jones, completando su transición a mujer empoderada; soy genderqueer o de género no binario fluido según la líbido del día; aunque sobre todo mujer trans, de inclinación más lésbica que otra cosa; apunte también que muy poliamorosa, porque soy muy inclusiva; y no se deje dendrofílica, con preferencia a hacérmelo con cipreses y abetos en primavera". Ante la estupefacción del funcionario, que tiene que gatear bajo la mesa para recoger la mandíbula, remata el hombre la jugada con un par de detalles que tiene claro no pueden fallar: "Y ya que estoy aquí quiero cambiarme el nombre. Póngame usted el de Rita Hayworth, aunque si está pillado, puede poner Barbra Streisand... ¡Y, ah, sí, otra cosa más, que uno nace cuando quiere y tiene la edad que le da la gana: quíteme vuecencia, guapetón, cinco años, fíjese qué piel, ni una pata de gallo!".   

La jugada de Benigno sale redonda. Tres meses después la trifulca conyugal pasa a mayores y los dos se cosen a denuncias. La cosa acaba ante un tribunal. Si Benigno es el maltratado, vence. Y si es el maltratador, también, porque no saldrá excesivamente mal parado. El juez entenderá que la zapatiesta ha sido entre dos gatas en celo, irascibles, dos mujeres de armas tomar. De ahí que a las feministas no les guste nada esta ley: el cambio de sexo impide que el hecho sea contemplado como violencia de género o violencia machista.

Cambiar de sexo sin un estudio previo, sin valoración alguna, sin tutela psicológica, es una salvajada que puede generar infinidad de problemas, anomalías y paradojas jurídicas, además de un verdadero caos administrativo. ¿Es Rita Hayworth formerly known as Benigno Paco Jones responsable o heredera de deudas, delitos, obligaciones, contratos, y actos administrativos generados en su vida anterior? ¿Qué pasa con la custodia de los hijos en caso de divorcio? ¿Puede ser la Ley Trans vía de escape de delincuentes? ¿Cómo afecta al ámbito del deporte? ¿Puede soportar el erario público cientos, miles, de carísimos tratamientos individualizados y operaciones estéticas? ¿Debemos permitir que un menor de edad, que no puede comprar alcohol ni tabaco, que no puede conducir, que no puede votar, decida sobre un asunto tan trascendente? ¿Cuántos niños "género disfóricos", imberbes, identificados con el sexo opuesto y su universo, pueden emprender, por emulación o moda, un camino difícilmente reversible, plagado de sinsabores, tratamientos médicos, hormonales, y sempiterna depresión cuya onda expansiva afectará dramáticamente a todo un núcleo familiar?

Esos interrogantes, y muchos más, suscita esta nueva ley. Y algo aún más inquietante. Leo que un profesor de biología de un instituto público de Madrid, de irreprochable trayectoria, ha sido suspendido de empleo y sueldo por afirmar en las aulas que biológicamente la única evidencia irrefutable es que existen dos sexos, hombre y mujer, con cromosomas XY y XX. Más que un Ministerio de Igualdad, el de Irene Montero lleva camino de convertirse en el "Ministerio del Amor" del 1984 de George Orwell.

Por si acaso les agradeceré que a partir de hoy me llamen Loretta.