Esta semana he logrado terminar uno de los múltiples libros que se acumulan en mi mesita de noche desde que mi hijo cumplió un año y se convirtió en el gran usurpador de mi energía. Se trata de Free, un libro autobiográfico donde la autora, Lea Ypi, profesora de teoría política en la London School of Economics, relata su infancia y juventud en Albania durante la transición del comunismo al capitalismo.

“Las cosas eran de una manera, y de pronto eran de otra. Yo era alguien, y de pronto era otra persona”, reflexiona Ypi (lo he traducido yo misma del inglés) después de habernos contado cómo era su vida y la de su familia antes de la caída del comunismo en Albania, a principios de los años 90.

Inconscientemente, leer a Ypi me ha hecho pensar en la guerra de Ucrania, en cómo nuestras vidas pueden cambiar drásticamente de un día para otro, y en lo poco que conocemos (al menos yo) el pasado reciente de los países del este de Europa, especialmente el de Albania, que llegó a ser uno de los países más aislados del mundo, al estilo de Corea del Norte.

Una de las primeras anécdotas que cuenta Ypi es cómo vivió el fallecimiento de Enver Hoxha, “tío Enver”, el dictador estalinista que gobernó Albania desde los años 40 hasta su muerte, en 1985. Entonces era una niña que se creía toda la propaganda que le decían en la escuela y uno de sus sueños era llegar a conocer al dictador en persona. Afligida, corre a contárselo a su abuela. Pero esta, en lugar de hacerle caso, insiste en que pruebe la comida que le acaba de preparar.

“Me pregunté cómo podía tener hambre en un día como ese. ¿Cómo podía alguien pensar en comida? Yo no tenía hambre, estaba demasiado triste. El tío Enver se había ido para siempre”.

El sucesor de Enver Hoxha fue un dictador mucho peor, pero a pesar de los familiares enviados a campos de prisioneros y los compañeros de clase acusados de informantes, Ypi sentía que vivía en una comunidad donde los vecinos se ayudaban el uno al otro y los niños eran vistos como los responsables de crear un mundo mejor.

Pero, de pronto, un año después de la caída del muro de Berlín, todo cambió. De la noche a la mañana eran capitalistas, la religión ya no estaba prohibida, la gente podía votar a quien quisiera. Al mismo tiempo, la corrupción, el paro y la desigualdad se disparaban, arrojando al país a una guerra civil.

Miles de personas emigraron a Italia, entre ellas Ypi. “[Durante la guerra] aprendí a vivir con el sentimiento de la precariedad de mi existencia”, escribe Ypi, que entonces tenía 19 años. “Acepté el sinsentido de llevar a cabo acciones cotidianas como comer, leer o acostarse cuando no sabes si al día siguiente podrás volver a hacerlo”, añade.

También admite que para entender lo que estaba ocurriendo en su país, “aceptó” lo que le decían los medios internacionales, que la guerra no fue causada por el colapso del sistema financiero, sino por odios ancestrales entre grupos étnicos, cuando en su familia había matrimonios mixtos que evidenciaban que eso no era cierto. “Lo acepté, como hicimos todos, aceptamos el mapa de ruta liberal que habíamos seguido religiosamente hasta entonces. [...] Acepté que la historia se repite. Y pensaba: ¿eso es por lo que mis padres pasaron? Era como estar de vuelta en los 90, con la diferencia de que antes no teníamos nada, pero al menos teníamos fe”.

Desde que estalló la guerra civil en Albania, Ypi ha estado dándole vueltas a todo esto: el sentido de las guerras, de la historia, de la libertad. Por eso, al emigrar a Italia, se matriculó en FIlosofía. Veinte años después, su obsesión sigue siendo cuestionar el concepto de libertad. ¿Libertad es simplemente que haya elecciones? Según Ypi, una sociedad que presume de habilitar a la gente para que sea consciente de su potencial pero no consigue cambiar las estructuras que impiden que todo el mundo prospere, también es opresiva.

Quizás lo que de verdad importa, más allá del sistema político al que estemos sometidos, es “mantener nuestra libertad interior”, nuestra habilidad de vivir de acuerdo con nuestros principios, de hacer lo que creemos que es lo correcto, sugiere.