Cataluña está pasando angustiosamente, como todo el mundo, por la catástrofe de una pandemia cuya única característica comúnmente aceptada es que nadie sabe por dónde irá. El coronavirus genera las características acuciantes de una novela distópica a las que en Cataluña se suma la gran dislocación del procés, la impunidad de los violentos en la calle y la existencia de aquellas cien familias prosecesión que toleraron el expolio del Palau y que han prohijado, directa o indirectamente, el Tsunami Democràtic, una de las manipulaciones más convulsivas y turbias de estos tiempos.

Incluso con más claridad y contundencia que hace un año, no hay otra realidad que la ley o el tsunami, un cúmulo de fanatismo y psicosis conspirativa que, alentado por una oligarquía nostrada que se sabía impune, ha pretendido convertir en crisis europea un conflicto interno de la sociedad catalana aprovechándose de la emergencia de actores como Rusia o China, que son el envés del Estado de Derecho. Si el Estado de las autonomías es una redistribución territorial de los poderes del Estado, el procés ha sido el anti-Estado, la negación de la concordia de 1978 que tan provechosa fue para la sociedad catalana.

La investigación judicial va revelando elementos de aquella impunidad oligárquica que se había avituallado de catalanismo victimista, dio el salto al nacionalismo, se camufló en el soberanismo y acabó declarando delictivamente una república catalana independiente. Cómo no se cuenta con una mayoría de la sociedad catalana, entran en escena las llamas de los contenedores y la violencia contra las fuerzas de orden público. ¿Hemos regresado a las noches de zozobra que tanto perjudicaron a la ciudad de Barcelona y alteraron la convivencia?

La ley o el tsunami: una Cataluña en crisis y una Barcelona eruptiva son el legado del procés, al que se han sumado las ambigüedades y cobardías del ayuntamiento de Ada Colau. Un turismoconflict paralizado en casi todo el mundo topa en Barcelona con la inseguridad y multiplica su descomposición ya más allá de narco-okupas superando incluso los manuales de desorden urbano de los anarquistas italianos afincados en Gràcia.

En términos flagrantes, una criptomoneda para amparar el caos o el caso de políticos independentistas que buscan pactar con una potencia extranjera siempre habían sido considerados alta traición. Esas cosas no cambian con el buenismo, la justicia garantista o ese excepcionalismo que de ser un privilegio de la Cataluña nacionalista lleva tiempo siendo una agresión permanente contra el pluralismo.