El PSOE ha abierto un expediente de expulsión del partido a Joaquín Leguina y a Nicolás Redondo Terreros. Dadas las circunstancias de la política española, no debería extrañarnos la inmediatez de estas medidas disciplinarias adoptadas por la dirección socialista. Ustedes saben que este tipo de procedimientos sancionadores son una práctica habitual en casi todos los partidos y coaliciones de nuestro país. Echen mano de la hemeroteca y lo comprobarán. A discrepantes en grado extremo, tránsfugas y presuntos corruptos, se les aparta con métodos expeditivos y cauterizadores. Las purgas existen desde tiempo inmemorial. Las hay, sin duda, que provocan el ostracismo o el abandono de la escena política de los sancionados; pero las hay también que catapultan hacia arriba a los castigados convirtiéndolos en parte de un beligerante star system mediático. La caverna es especialista en sacar provecho de ello. De sanciones disciplinarias las hay infumables; cierto, pero también hay otras que se nos antojan sobradamente justificadas.

Informado del expediente iniciado contra su persona, Joaquín Leguina ha soltado un castizo ‘me la suda’ para demostrar su indiferencia ante la medida. Me imagino las toneladas de desodorante que debe llevar encima el bueno de Don Joaquín, para evitar el olor a sobaquillo que suele provocar la transpiración de las partes íntimas a las que alude. Chanzas aparte, considero que las discrepancias en el seno de los partidos, ni pueden ni deben sancionarse con la centrifugación del divergente, pero tampoco es admisible la colaboración explícita y constante con el discurso y la praxis del adversario.

La campaña electoral de Madrid ha sido de cañas y barro. De cañas, para euforizar y contentar a un electorado sediento de movilidad y fiesta; de barro nauseabundo para mancillar, anatemizar al adversario y desvirtuar el verdadero nombre de las cosas. Fango pestilente lo ha habido antes y después del 4M. Joaquín Leguina ha escrito --y hecho pública-- una carta abierta culpando a Pedro Sánchez por el mal resultado electoral de los socialistas en la comunidad de Madrid. En cambio, que un servidor de ustedes recuerde, ni él, ni Nicolás Redondo Terreros, se dignaron a abrir la boca para congratularse el 14F por la victoria de Salvador Illa en Cataluña. ¿No les parece paradójico el asunto? Coincido con Leguina cuando desconfia del cosmos independentista, pero no comprendo sus arrumacos con determinados sectores de la derecha política y mediática, ni su radicalismo contra los actuales dirigentes del PSOE. Admiro el poso cultural que atesora el ex presidente madrileño, quizás por ello me cuesta digerir la visceralidad de la que hace gala últimamente.

Comparto la propuesta lanzada por Felipe González, según la cual urge que la izquierda reflexione sobre lo que ha acontecido en Madrid. Claro que sí. El PSOE madrileño ha cometido, en campaña y fuera de ella, un montón de errores; pero no seamos injustos, los mismos que con diferente formato lleva cometiendo esa federación del partido desde hace más de tres décadas. Quizás ha llegado el momento de analizar no solo las torpezas en la gestion de las dinámicas partidarias, sino también de otear el horizonte para comprender qué nuevos elementos e ideas inciden sobre la política. Lo que en febrero emergió como premio para el socialismo hispano en Cataluña, este mes de mayo ha aflorado en Madrid en formato castigo. Hay alambicadas corrientes de fondo que merecen ser estudiadas con detenimiento antes de buscar el chivo expiatorio de turno. Muchos electores que en su día dieron el voto a Manuela Carmena, se lo han otorgado en esta ocasion a Isabel Díaz Ayuso. El voto fiel, automático, está mutando a otro de tipo ‘negociable’. Analicemos el fenómeno. Felipe González pide reflexionar a fondo. De acuerdo. Convendría, en este sentido, indagar qué similitudes tiene la crisis que padece la democracia representativa en España, con la que se observa y manifiesta en otros países europeos de nuestro entorno. ¿Acaso vamos a cerrar los ojos ante lo que ocurre en Italia, Francia, Alemania o el Reino Unido?

Sí amigos, hay mucho de ‘emocional’ tanto en la política española como en la catalana. También mucho de resentimiento personal en el discurso y los libros de algunos veteranos dirigentes del socialismo español. Seamos cautos. No descarguemos nuestras iras obviando el sentido común y la razón. Hay demasiado brontosaurio herido en la galaxia de los partidos como para andar con el lirio en la mano pensando que todo el mundo es bueno.