Pocas dudas caben de que el procés, entendido como promesa de secesión unilateral, fracasó en octubre pasado. Pero también es cierto que el independentismo puede estar contento con los resultados del 21D: no es poca cosa haber revalidado el control sobre la cámara catalana y, por tanto, asegurarse el ejercicio del poder autonómico. Ahora bien, más allá del vago enunciado a favor de “implementar la república”, no existe una hoja de ruta definida para la nueva legislatura que empezó la semana pasada. Tras el fiasco de la etapa anterior, con graves consecuencias en términos penales para los líderes separatistas, es improbable que a corto plazo vuelva a producirse un desafío semejante. Sin embargo, el independentismo necesita constantemente crear nuevos imaginarios, y la causa legitimista levantada por Carles Puigdemont sirve para llenar ese vacío. Su inesperado éxito en las elecciones, quedando por detrás de Cs pero ganándole la mano a ERC, se explica en esa clave.

Cuando el 5 de diciembre pasado el juez del Supremo Pablo Llarena retiró la euroorden contra el president destituido y sus exconsellers, se hizo evidente que la opción de refugiarse en Bruselas no había sido algo improvisado, como pareció al principio por lo rocambolesco de su huida, sino el resultado de una operación bien asesorada. La candidatura de JxCat, a dos semanas de las elecciones, logró así convertirse en la expresión más genuina del independentismo. Frente al voto compasivo que reclamaba Oriol Junqueras desde la cárcel de Estremera, el apoyo a Puigdemont tenía un doble estímulo. Primero, la legitimidad de ser el president elegido hace dos años por el Parlament. Y, segundo, el orgullo de haber logrado burlarse de la justicia española. Para la mentalidad supremacista que acompaña al separatismo, había ejecutado una “jugada maestra” con la que seguir internacionalizando el conflicto desde fuera de España. Y su victoria en las urnas no dejaba ahora otra elección que intentar por todos los medios investirlo como president, restituyéndolo en el cargo.

 

El legitimismo ha pasado a convertirse en un nuevo imaginario político, un universo en expansión que suple la falta de una hoja de ruta independentista para la nueva etapa

 

El legitimismo ha pasado así a convertirse en un nuevo imaginario político, un universo en expansión que suple la falta de una hoja de ruta independentista para la nueva etapa. Por ahora, Puigdemont está logrando que ERC, descabezada políticamente, se vea obligada a seguirlo. A lo máximo que llegan los republicanos es a sugerir que la prioridad es la formación de un nuevo Govern, pero son incapaces de desmarcarse de la dinámica legitimista. El expresident está ganando la partida de los tiempos y del protagonismo mediático. El lunes, el nuevo president del Parlament, Roger Torrent, confirmó su investidura para la próxima semana, el mismo día que Puigdemont lanzaba durísimas acusaciones contra España desde Copenhague en un viaje con el que ha desafiado nuevamente a la justicia española. Que el juez Llarena haya decidido no activar la euroorden, tal como le pedía la Fiscalía, es coherente con su criterio anterior; sin embargo, las conjeturas que desarrolla en su auto sobre la intencionalidad política del acusado en relación a su investidura son impropias de un razonamiento que debería atenerse exclusivamente a lo jurídico. Si a ello añadimos las llamativas declaraciones del ministro José Ignacio Zoido sobre la vigilancia de las fronteras y la afirmación de que “vamos a procurar que no pueda entrar ni en el maletero del coche”, nos adentramos en la hipótesis aún más surrealista de un regreso clandestino del expresident para evitar ser detenido.

La pregunta es hasta dónde llegará la cruzada legitimista. Aunque JxCat haya retirado la petición de voto delegado para Puigdemont con el objetivo de evitar que el pleno de investidura pueda ser impugnado, es probable que el Tribunal Constitucional paralice igualmente su celebración, atendiendo al recurso de amparo que interpondrán los partidos de la oposición (el PSC ya ha anunciado que lo hará). ¿Optará, si es así, Torrent por seguir adelante, cometiendo un primer acto de desobediencia? En cualquier caso, aunque por cualquier circunstancia se llegase a votar la elección de Puigdemont, el Gobierno español también ha anunciado que la recurrirá. Su nombramiento quedaría sin efectos, pero el expresident habría logrado su objetivo, reforzando notablemente su causa legitimista. Sin duda, eso nos situaría en un complejo bucle político. Llegados a este punto, se supone que JxCat y ERC acabarían acordando otro nombre a la presidencia de la Generalitat para evitar repetir elecciones. Pero eso hoy está mucho menos claro que hace unas semanas, porque depende de cómo se desarrollen los acontecimientos y de la voluntad de Puigdemont, cuya estrategia es seguir como sea marcando la agenda. Ni le asusta el bloqueo institucional desde su confortable exilio en Bruselas, pudiendo ahora pasearse por otras capitales europeas (ayer dio una rueda de prensa desde el Parlamento de Dinamarca), ni tiene como prioridad anular un 155 que, pese a todo, ha sido incapaz de poner coto a la propaganda separatista en los medios públicos, y cuya vigencia, en cualquier caso, alienta la épica legitimista del expresident. La semana que viene promete ser de emociones fuertes. El procés ha encontrado en el legitimismo un excelente recambio.