Afirma el filósofo Graciano González que, hoy día, la responsabilidad está por doquier, e incluso se exige su práctica en la sanidad, en la educación, en la economía, en la empresa, en la investigación, en las neurociencias, en las TIC, en la valoración ética de la IA, etc.: “Se le reclama para la consideración moral del comportamiento de nuestra vida moral y de nuestro modo de ser y estar en la realidad”.

La cultura ética de la responsabilidad es ya una parte cotidiana de la racionalidad práctica, hasta el punto de que muchos pensadores consideran que “la responsabilidad puede llegar a ser comprendida como la condición de nuestra humanidad”. Sin embargo, la política es un espacio público donde esta cultura ética --no confundir con transparencia-- solo ha sido asumida como discurso etéreo, pero no como una práctica incuestionable, decisoria y decisiva. Max Weber fue el primero en advertir en 1919 que, cuando la razón entra en crisis y hay que tomar decisiones, es necesario pasar de una ética de la convicción a una ética de la responsabilidad que valore una situación de equilibrio entre los distintos problemas.

Las recientes declaraciones de Adriana Lastra en un mitin socialista, en las que apelaba a votar a su partido y así no tener que tomar la calle el lunes para protestar si gana la derecha, muestra la ausencia absoluta de una ética de la responsabilidad ciudadana. No es la primera vez que esta vocera del PSOE utiliza el altavoz mediático para contaminar y canibalizar el debate político.

La chulería feminista de Lastra y sus egoístas asociaciones mentales no corresponden a ninguna ideología, sino a sus ideas personales, que visto y oído son pocas y esquemáticas. “Me emocionaba ver a las mujeres salir por cientos a las calles a decirle a la derecha que no iban a permitir un paso atrás”, añadió. Sus argumentos sectarios y misántropos son los mismos que desplegó en sus minutos de oro la candidata de Yolanda Díaz, Inma Nieto, cuando en los dos debates televisados se dirigió sólo a las mujeres, porque son --subrayó-- las primeras en levantar la persiana cada mañana a primera hora para que Andalucía arranque. Estas políticas solo tienen convicciones, la responsabilidad como representantes públicas ni la poseen ni la esperan.

Lastra es una más en un preocupante y cada vez más poblado terrario. La nómina de políticas que canibalizan el debate y sectarizan la gestión de lo público es larguísima. Con aires de matón --[sic] en masculino-- y tono condescendiente hemos visto actuar también, una y otra vez, a nacionalistas fanatizadas. La germanófila Borràs y la latina Olona coinciden de pleno con Lastra en su afán por matar la democracia. La primera es conocida por sus declaraciones hispanófobas y por sus tejemanejes censores al frente la presidencia del Parlament. La segunda ha ejercido de gran madame fustigadora de ilegales y feministas, con una mirada oscura y obtusa a cámara, tan fija como ausente --dicen que ensayada--, sobre fondo mental ruidoso pero vacío.

Las políticas caníbales son adictas que creen ser expertas en administrar advertencias y desprecios sobre resultados electorales o normativas parlamentarias, mientras profieren amenazas propias de mafiosas con miradas altaneras. Estas caníbales, resultado de una jibarización política de pésima calidad, recuerdan más que a Pilar Primo de Rivera al mattoide que tipificase el doctor Lombroso en el siglo XIX: personas sanas en la vida diaria y enfermas en las ideas. Tendrán un encargo difícil, no sé si como mujeres, como feministas o como servidoras de un poder más testosterónico que masculino; lo cierto es que dicho cometido lo cumplen a rajatabla, tanto que la democracia y la ciudadanía en su conjunto nunca les podrá estar agradecida.