A Carmen Calvo le preguntaron en la rueda de prensa posterior a la reunión del Presidente del Gobierno con Torra si éste había dejado de ser un racista. La vicepresidenta, que suele responder con un circunloquio vacío a las preguntas que en lógica gramatical demandan respuestas binarias --un sí o un no--, contestó: "El presidente Sánchez ha recibido al president de la Generalitat. Institucionalmente".

Con ese "institucionalmente", lo que vino a decir Calvo es que la opinión de Sánchez --o incluso la del PSOE-- respecto de la ideología racista de su invitado puede y debe soslayarse cuando uno está desempeñando un papel institucional, en este caso el de presidente del Gobierno de España, que en esa tesitura representa no una opción política partidista sino a todos los españoles cualquiera que sea su ideología.

Así las cosas, lo que quedó sin responder ni aclarar es en calidad de qué compareció entonces el sujeto invitado por la Moncloa. Porque, desde luego, siguiendo el mismo silogismo arriba expuesto, no puede decirse que Torra viniera en el ejercicio de una función "institucional" si eso es hacerlo en nombre de todos los catalanes, cualquiera que sea su ideología y al margen de opciones partidistas. Por decirlo en corto: si la visita de Torra era institucional, le sobró el lacito amarillo en la solapa, por no hablar de la retadora rueda de prensa posterior. Torra lo que evidenció es que se había plantado delante del jefe del poder ejecutivo para reivindicar, en nombre exclusivamente de las opciones políticas separatistas, un golpe de Estado, metiéndole por los ojos al presidente del Gobierno durante dos horas y media un símbolo que dice que España no es una democracia y que su poder judicial encarcela a la gente por sus ideas.

Dado que no todos los catalanes, ni siquiera la mitad, se sienten representados por eso que simboliza el lacito y tampoco era esperable que quien dice ejercer su cargo en nombre de un prófugo tuviera el mínimo respeto institucional por sus conciudadanos catalanes ni desde luego por los demás españoles, lo que tenía que haber hecho el presidente del Gobierno, aunque sólo fuera por el obligado respeto que debe a los demás poderes del Estado incluido el judicial, es haberle dicho: "Mire usted, para hablar conmigo en la Moncloa se quita el lacito, que yo no estoy aquí a título personal ni en nombre del PSOE, estoy aquí representando al país al que usted insulta con ese símbolo".

Todo esto del lacito partidista le pudiera parecer al Gobierno de España baladí, pero como ocurre con las esteladas en los ayuntamientos, las cruces en las playas o las pancartas en la plaza de Sant Jaume, se trata de ocupaciones partidistas del espacio público, que son justo lo contrario del recto desempeño institucional de las funciones públicas. Llevamos más de un mes viendo al Gobierno postular que el primer paso para solucionar los problemas son los "gestos", y que la mera apariencia del espíritu conciliador, el "diálogo por el diálogo", ya conduce a la solución de la controversia. Pues muy bien, empiecen por tomarse en serio los gestos y símbolos de su interlocutor y lo que significan, a ver si eso conduce a la solución o al conflicto.