Pensamiento

La vía canadiense hacia la partición de Cataluña

9 julio, 2016 00:00

Ante los permanentes zigzags del PSC, advertía no hace mucho en este digital Francesc Moreno sobre la posible creación de un partido político de izquierda no nacionalista en Cataluña. Un partido, y aquí expreso un mero deseo, que naciera con la vocación declarada de convertirse en la federación catalana del PSOE, y cuya máxima preocupación no fuera discutir sobre identidades, ni sobre el perímetro del autogobierno, mucho menos aplacar al independentismo, sino centrarse en la gestión de las competencias existentes y, aunque tal vez sería mucho pedir, dirigirse a quienes no quieren saber nada de independentismo.

En la agenda de la ponencia política que el PSC someterá a discusión en el próximo congreso, las cuestiones sociales ocupan la mitad del espacio que la cuestión territorial, reconocimiento de la nación catalana incluida

Para muestra del vagar del PSC un botón: en la agenda de la ponencia política que se someterá a discusión en el próximo congreso, las cuestiones sociales ocupan la mitad del espacio que la cuestión territorial, reconocimiento de la nación catalana incluida. Cuando presentó la última propuesta de este PSC dedicado al appeasement, el señor Iceta retornó a la vía canadiense, esto es, a una ley de claridad que regule el ejercicio del derecho de autodeterminación externa, como última salida al desafío que el Gobierno de la Generalitat plantea. A ella habría que recurrir, siempre según Iceta, tras un doble fracaso: en primer lugar, el de una "mejora" del autogobierno, reconocimiento de la lengua y de la cultura catalanas incluidas, o sea, lo que la praxis nacionalista ha convertido en las competencias de odio y desprecio a España; en segundo lugar, el de una reforma constitucional cuyo contenido la citada ponencia pormenoriza.

Siendo ecuánimes con el PSC, la vía canadiense es un regalo envenenado para el independentismo. Su análisis explica el poco entusiasmo que le suscita, y de ello tratará este artículo, en particular de uno de sus aspectos menos conocidos: la partición del Quebec. Pues efectivamente, la tan referida ley de claridad canadiense incluye "cualquier cambio en las fronteras de la Provincia" como materia de negociación entre el Gobierno de Canadá y el de Quebec, tras un voto claro a favor de la secesión en un referendo.

Desde que en vísperas del referendo de 1980 el primer ministro canadiense Trudeau (padre del actual) afirmara algo tan razonable como que "si Canadá es divisible, también lo será Quebec", el debate sobre la independencia de Quebec no se ha disociado del de su partición. Así lo demuestran desde la resolución que numerosos ayuntamientos quebequeses aprobaron en favor de su permanencia en Canadá bajo cualquier circunstancia, hasta las reiteradas declaraciones de líderes de los pueblos nativos sobre las fronteras de Quebec.

Sin duda, quien con más elocuencia se ha destacado en este asunto ha sido el varias veces ministro Stéphane Dion, padre de la ley de claridad (y quien no hace tanto se sorprendió al no ver la bandera federal, o sea, la española, cuando dio una conferencia en Barcelona invitado por Federalistes d’Esquerres). En 1997, en una carta dirigida al entonces primer ministro quebequés, Lucien Bouchard, otro que como por aquí proclamaba el derecho a la secesión unilateral, Dion aseveraba: “Ni Usted, ni yo, ni nadie puede predecir si las fronteras de un Quebec independiente serán las que hoy garantiza la Constitución canadiense”. Citaba el precedente de la isla de Mayotte, aún hoy francesa, puesto que sus residentes claramente expresaron el deseo de seguir en Francia tras el referendo que llevó a la independencia al resto del archipiélago de las Comoras.  En otra misiva, esta vez a otro ministro quebequés, Jacques Brassard, Dion atacaba las flagrantes contradicciones antiparticionistas: "No se equivoca usted diciendo que las fronteras de Quebec estarán protegidas por el Derecho Internacional. Sin embargo, usted omite que gozarán de la misma protección que la que las fronteras canadienses tienen hoy".

Si España es divisible también lo será Cataluña. Si España es plurinacional, mucho más lo será Cataluña

No tan elocuente, pero sí mucho más sutil, fue el anterior primer ministro Stephen Harper, quien en 2006 consiguió que se aprobara una moción ante la Cámara de los Comunes canadiense en la que reconocía a los québécois como una nación dentro de un Canadá unido. Nótese que el texto inglés de la resolución usó la palabra francesa y no el término inglés quebeckers. Con ello Harper perseguía crear una distinción entre francófonos y residentes en Quebec, allanando el camino para retener la soberanía sobre el Quebec no francófono si llegase el momento. Una reformulación muy ingeniosa de lo que en 1995 había manifestado explícitamente: "Si lo quebequeses de ascendencia francesa son un pueblo y tienen derecho a la secesión, no pueden reclamar el derecho a la integridad territorial". Incluso hay quien le atribuye haber ideado una segunda pregunta para el referendo: "Si Quebec se separa de Canadá, ¿debería mi municipio separarse de Quebec y permanecer en Canadá?".

Sustituyendo Quebec por Cataluña y Canadá por España, se verá que todo cuanto antecede es válido a nuestro lado del Atlántico (también en Escocia, donde semejante sucede en las islas Shetland y Orcadas). Si España es divisible también lo será Cataluña. Si España es plurinacional, mucho más lo será Cataluña. Si acaso, habría que ir pensando un término para distinguir entre catalanes, entendidos como ciudadanos españoles con vecindad administrativa en Cataluña, e independentistas. Tal vez retromaníacos y/o estrellados.

Si todas estas disquisiciones les aburren, no se preocupen. No hará ni cuatro años que el señor Iceta, por entonces en la Fundación Campalans, organizó unas jornadas sobre federalismo, en las que se interesó por el caso canadiense. "Nos han explicado que el debate soberanista ha llegado a cansar en Quebec", declaró entonces.

Lamentablemente, el señor Iceta no pierde el vigor.