Pensamiento

La verdad acaba por reverdecer

16 mayo, 2014 10:07

La verdad siempre es problemática y requiere convivir con el método de la duda, pero, sin duda, la mentira es nuestra gran enemiga. Es inconsistente y sólo es eficaz si nos la creemos y la propagamos. Sin gusto por hacer ruido, confesaré que siempre he sentido el compromiso con la verdad como una necesidad vital; he tenido muy buenos ejemplos para ello en personas nada conocidas. Yo creo que los académicos tienen una especial responsabilidad en atender la verdad y la decencia. Quisiera mencionar al gran historiador cartagenero José María Jover (fallecido hace siete años y que dirigió la excepcional Historia de España que fundara Ramón Menéndez Pidal). Para él, los historiadores que rehúsan juzgar "no logran abstenerse de emitir juicio. Logran, simplemente, ocultarse a sí mismos los principios en que sus propios juicios se basan". No se puede estar fingiendo siempre por buenismo, o mirando a otro lado, en aras de una supuesta imparcialidad. Otra cosa es ser ecuánime, buscar ser objetivo e incorporar los argumentos razonables.

Nos cuelan una palabra ['derecho a decidir'] que suena bien y mejor que la improcedente de autodeterminación. A partir de este engañabobos se nos profana con un bombardeo de enredos infame

Hace unos días estuve en la presentación del libro Estado autonómico y reforma federal (Alianza). Su autor, Eliseo Aja, es catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona y fue presidente del Consejo de Garantías Estatutarias de Cataluña entre 2009 y 2013. Se trata de un texto que rebasa los límites estrictamente académicos para penetrar en el terreno del ensayo y la divulgación. Desde esta idea me dispuse a leerlo, necesitado de formar criterio y con afán de aprender una pizca sobre algo que nos afecta, lo reconozcamos o no. Este libro es un estudio sobre los rasgos principales del Estado autonómico, el cual "tiene la estructura de poder de un sistema federal, pero carece de sus criterios de funcionamiento". Hay sistemas federales distintos, pero todos tienen en común la idea de un poder repartido y compartido entre distintas instituciones, un funcionamiento coherente. En nuestro caso, un problema que tenemos que resolver es la confusión sobre la relevancia jurídica y política de los distintos órganos administrativos. El autor se decanta por una reforma federal de la cual se ha hecho eco Francesc de Carreras en El País.

El volumen de conflictos cruzados entre el Estado y las Comunidades Autónomas, subraya el profesor Aja, supera cualquier expectativa: "Unos 50 conflictos anuales y un retraso del Tribunal Constitucional de ocho a diez años en dictar sentencia. Para situarnos en la enormidad que esto representa, puede compararse con la situación en Alemania, que tiene una media de uno o dos conflictos al año". Además, este número de conflictos planteados es casi el doble que el de las sentencias dictadas por el Alto Tribunal, unas 25 al año; una grave disfuncionalidad. Una saturación así estimula la mala fe e irresponsabilidad de los gobernantes: colapsar el TC, ganar tiempo para las arbitrariedades acometidas y hacer que la sociedad no sólo pierda el tiempo, sino también la esperanza en el sistema democrático, infestado de ineficacia e inutilidad.

No puedo dejar de comentar lo que en este libro dice Eliseo Aja sobre la inflada frase 'derecho a decidir': "No indica nada, porque es incompleta y falta por expresar el objeto de la decisión: ¿decidir qué?". Hay numerosas cuestiones que "pueden ser decididas pero siguiendo el procedimiento previsto en la Constitución, pero no en abstracto mediante un referéndum mágico. ¿Por qué se llama entonces 'derecho' a lo que no lo es?".

Esta es la cuestión. Nos cuelan una palabra que suena bien y mejor que la improcedente de autodeterminación, y que "evoca una legitimidad democrática abstracta que disimula la falta de fundamento jurídico". A partir de este engañabobos se nos profana con un bombardeo de enredos infame. Pero ni ustedes ni yo estamos por la labor. Para hacernos valer, sólo hace falta que discurramos y que no consintamos las frases hechas. ¿No es verdad?