Pensamiento

La maraña socialista

11 noviembre, 2013 07:51

La Conferencia Política que el PSOE ha celebrado este fin de semana en Madrid ha arrojado, a falta de decisiones trascendentes, un sinfín de discursos llenos de follaje. Se comprende. Cuando uno sabe que nada importante va a resolverse en el cónclave al que ha sido invitado -y lo único importante en estos momentos, en el seno del socialismo español, es la lucha por el poder, o sea, la convocatoria de primarias, urgida por muchos y dilatada por los que mandan- trata por lo menos de marcar territorio con la palabra. De ahí ese discurso de la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, reclamando "un partido que [defienda] a España y [defienda] su unidad". O la intervención de la vicesecretaria Valenciano pidiendo también unidad -aunque, eso sí, dentro de la diversidad o, lo que es lo mismo, federalismo mediante-. O esa respuesta del catalán Pere Navarro al ofrecimiento de "cariño", "comprensión" y "apoyo desde la discrepancia" que le había hecho Díaz: "La mano tendida es mutua". O, aún, lo dicho por el propio secretario general Pérez Rubalcaba en la clausura: que el PSOE salía de la conferencia "imparable, fuerte, unido y con las ideas claras". La escenificación, en síntesis, de una suerte de pax hispanica, no en el plano exterior, como en tiempos de Felipe III y el Duque de Lerma, sino en el estrictamente partidista. O sea, en el más interior y corporativo de cuantos puedan imaginarse.

Según Soler, pues, la unión se sustentaría en una especie de do ut des. Nada de principios doctrinales, de ideologías centenarias compartidas: un mero juego de intereses

Pero escenificación al cabo. Porque es evidente que no existe en este momento pax alguna entre los socialistas españoles. Ni en lo tocante a los tiempos más aconsejables para elegir candidato ni, por supuesto, en lo que respecta a la cuestión catalana -a no ser que uno quiera creer en el mantra federalista y en una no menos quimérica reforma constitucional­-. Ayer mismo, sin ir más lejos, teníamos noticia de unas declaraciones de un dirigente del PSC, por un lado, y de una encuesta realizada entre la militancia, por otro, que vienen a desmentir cualquier atisbo de fortaleza en la familia socialista. Albert Soler, flamante coordinador de la escuadra catalana en el Congreso tras la caída en barrena de José Zaragoza y el consiguiente corrimiento de piezas, afirmaba en El Mundo que la ruptura entre PSC y PSOE es imposible, "porque la única posibilidad real de que el PSOE vuelva a gobernar España es que no rompa con el PSC" y la única posibilidad de que un Gobierno español permita una consulta sobre el manido derecho a decidir, o sea, lo que el PSC aspira a lograr, es que lo presida alguien del PSOE. Según Soler, pues, la unión -o, mejor dicho, la no ruptura-­ se sustentaría en una especie de do ut des. Nada de principios doctrinales, de ideologías centenarias compartidas: un mero juego de intereses. Pero resulta que de una encuesta entre la militancia socialista encargada por La Razón se desprende que un 50% desearía que el PSOE recuperara sus siglas en Cataluña o, lo que es lo mismo, que el PSC se partiera en dos -o en cuatro o en veinticuatro, vaya usted a saber-. Por supuesto, lo que piense la militancia no tiene por qué afectar a las decisiones que tomen los dirigentes del partido. Pero no deja de ser un síntoma de por dónde van o pueden ir los tiros.

Porque tiros habrá. Los sondeos hablan de un descenso considerable de los socialistas catalanes en unas hipotéticas elecciones generales: de los 14 diputados actuales a 9 u 8. Y eso, sin ruptura. De darse esta y de presentar el PSOE su propia candidatura en Cataluña, la sangría podría llegar a ser incluso mucho mayor, aunque sólo sea porque, en caso de fractura, la suma de los factores no acostumbra a sumar como sumaba antes. Claro que lo más triste de la maraña en que andan enredados los socialistas hispánicos es que esa "única posibilidad real de que el PSOE vuelva a gobernar España" que el diputado Soler vincula al mantenimiento del pacto con el PSC no es ni siquiera, a estas alturas, una posibilidad, por más que en la trastienda socialista el ocioso Caldera vaya sacando encuestas que apuntan a una clamorosa victoria electoral de los biznietos o tataranietos de Pablo Iglesias.