A tenor de los resultados electorales, tengo la impresión de que en este bendito país hay bipartidismo para rato. De hecho, aprecio en el panorama nacional una primera división (PP y PSOE) y una segunda (Podemos y Ciudadanos), y aunque ésta haya jugado el partido con notable vehemencia, la fuerza de la costumbre ha acabado por imponerse y la primera división, aunque algo diezmada, ha ganado la liga. Y es que los votantes de PP y PSOE muestran una fe rayana en el fanatismo. A ambos les han soplado escaños a manta, de acuerdo, pero resulta pasmoso que a tantos forofos del PP les dé lo mismo Bárcenas, la Gurtel y un montón más de trapisondas (por no hablar de la galvana permanente del líder, don Tancredo Rajoy, el hombre del plasma que rehúye todo lo que puede el contacto con sus semejantes), y que a tantos creyentes del PSOE se la suden la traición permanente del partido a los ideales social-demócratas, los ERES de Andalucía y la falta de claridad a la hora de plantear el futuro de España (por no hablar de la inanidad de Pedro Sánchez, una versión estéticamente mejorada de Rodríguez Zapatero, pero con la misma confusión conceptual). Da la impresión de que el votante pata negra del PP y del PSOE les es fiel hasta la muerte, ejerciendo menos de votante que de hooligan.

En cuanto a la segunda división, todo parece indicar que el discurso de Podemos se ha impuesto al de Ciudadanos, tal vez porque aunque sea un pelín demagógico, a la par que bolivariano y en el fondo viejuno, le resulta más claro al votante que el del partido de Rivera, evidente en Cataluña (plantar cara al nacionalismo obligatorio) y tal vez no tanto en el resto de España, donde lo del cambio sensato no ha acabado de colar: la táctica de la indefinición ideológica y del entierro de la dicotomía izquierda-derecha no ha funcionado frente al bolchevismo de Pablemos. En cualquier caso, uno y otro siguen instalados en la segunda división: a lo largo de los próximos cuatro años veremos quien sube a primera y quien baja a tercera regional.

También a nivel catalán se ha impuesto la fuerza de la costumbre: al Astut le han soplado algún que otro escaño (que es lo que le pasa en cada contienda electoral) y los independentistas pata negra le han dado nueve a ERC, pese a que hace falta una fe al borde del misticismo para votar por un par de tarugos como Rufián y Tardà (aunque también es verdad que lo insólito en el mundo real es lo normal en el planeta ERC).

Conclusión: hay PP y PSOE para rato, un aspirante de la nueva política se ha impuesto al otro y en Cataluña seguiremos con la tabarra soberanista por los siglos de los siglos, potenciada oblicuamente por la triunfal En Comu Podem.