Pensamiento

La ecuación conspiratoria: N F=P

6 noviembre, 2015 00:00

Muchas veces las personas o colectivos dotados de un fuerte sentimiento de superioridad no comprenden sus fracasos o frustraciones y, para proteger su autoestima, los atribuyen a una conspiración de los que considera inferiores.

Beltran Rusell recordaba en 'La conquista de la felicidad' que “la manía persecutoria tiene siempre sus raíces en un concepto demasiado exagerado de los propios méritos. Supongamos que yo soy un escritor dramático; para toda persona imparcial debe ser evidente que yo soy el mejor autor dramático de la época. Sin embargo, por cualquier razón mis obras se representan muy poco, y cuando se representan no tienen éxito. ¿Cómo se explica cosa tan extraña? Es indudable que empresarios, críticos y actores se han conjurado contra mí por uno u otro motivo”.

Hoy muchas personas siguen viviendo su catalanidad de forma narcisista; como el que siempre se considera más que los demás, ya sea más valioso o más desdichado

A fines del siglo XIX (coincidiendo con la aparición del nacionalismo) un sector de la sociedad catalana comenzó a vivir su catalanidad con petulancia, con la creencia de su superioridad respecto de los demás españoles. Valentí Almirall, en 'Lo catalanisme', atacó “la petulante pretensión de encontrar todo lo nuestro inmejorable”, pues “muchos no creerían ser catalanes ni catalanistas si a cada momento no hiciesen constar que Cataluña es el primer país del mundo y que todo lo que aquí se produce es superior a lo que se hace fuera. Los que tal dicen demuestran una vanidad estúpida o una deplorable ignorancia [...]; al establecer comparaciones, jamás piensan en Marsella, Burdeos o Milán [...] sino que se fijan en París y Londres. Para éstos, nuestra gran industria, que no puede vivir sino protegiéndola con una atmosfera artificial arancelaria, da productos mejores y mejor acabados que los de cualquier otra nación [...]. Esta petulante vanidad es la que llena nuestras tiendas de aquellos rótulos en los que se lee 'primera o única de España'”.

Hoy muchas personas siguen viviendo su catalanidad de forma narcisista; para ellas, el Barça, símbolo del catalanismo, no es un club cualquiera, és més que un club. El narcisista siempre se considera más que los demás, ya sea más valioso o más desdichado.

Unamuno, en 'Por tierras de Portugal y de España', apreció hace cien años no solo la pretenciosidad que denunciaba Almirall, sino además una manía persecutoria: “La especial megalomanía colectiva o social de que está enferma Barcelona les lleva a la obligada consecuencia de la megalomanía a un delirio de persecuciones, también colectivo y social. Y así hablan de odio a Cataluña, y se empeñan en ver en buena parte de los restantes españoles una ojeriza hacia ellos, hacia los catalanes --más bien los barceloneses-- estimándolo acaso hijo de envidia. Y tal odio no existe”.

Ese sentimiento narcisista, cuyo origen no es posible explicarlo en este extenso artículo, fue campo abonado sobre el que cayó la semilla nacionalista. A su vez el discurso egocéntrico nacionalista ensancha la base narcisista-persecutoria en una espiral creciente.

Ese sentimiento narcisista fue campo abonado sobre el que cayó la semilla nacionalista. A su vez el discurso egocéntrico nacionalista ensancha la base narcisista-persecutoria en una espiral creciente

Esta manía persecutoria percibida por Unamuno es propagada por doquier. La mañana del 11 de mayo de 2012 escuché en la emisora pública Com Ràdio esta ilustrativa conversación. Los intervinientes comentan la posible suspensión del Gran Premio de Motociclismo en Montmeló (Barcelona), al que le ha salido un rival en Valencia. Un tertuliano apunta que en Alemania solo hay un circuito, pero que en España tenemos dos. Una tertuliana (Patrícia Gabancho) opina que “en España no nos tratan como españoles, el Estado en vez de concentrar esfuerzos, los dispersa, no quiere que salgamos adelante, lo que sea debilitarnos ya va bien”.

Otro (Curto) afirma que “cuanto mejor hagamos las cosas de Cataluña, cuanta más seriedad impongamos, cuanto más rigor demostremos, más nos odian, menos nos pueden ver (y cambia el tono de voz, simulando que habla un tercero en castellano un pelín irritado), 'estos catalanes hacen las cosas bien'”. Otro colaborador apostilla: “Esta mandanga de que porque Cataluña, País Vasco y Galicia tenían un estatus autonómico especial hace que Murcia, Cantabria y tantas otras lo tengan, ha sido una broma que estamos pagando todos...”.

Patricia Gabancho pregunta: “¿Sabes cómo se hace para que un elefante no se vea en el paseo de Gracia? Pues llenando todo el paseo de Gracia de elefantes. Como que no se admite la diferencia, porque eso en España les pone los pelos de punta, si se echa atrás el Estado de las Autonomías será para todos, excepto para los vascos”; los contertulios coinciden en que carece de sentido que Valencia tenga circuito de motociclismo cuando ya había otro en Montmeló. Uno de ellos empieza un “esta especie de deslealtad en que se encuentra Cataluña muchas veces...” y Gabancho le interrumpe: “no, siempre”, y entre todos van enhebrando este discurso: “El mundo del motor está muy arraigado en Cataluña, con muchos circuitos, gente que lleva trabajando décadas y décadas, con una industria automovilística...”, “y una tradición que viene de cien años y que estaba aquí antes que en otros lugares de España y te encuentras que en vez de potenciar un circuito en el Estado, en lugar de potenciar el circuito de Montmeló, que era el que estaba funcionando honradamente, para esta política de escaparate te montan este circuito del puerto de Valencia. Hay esta continua deslealtad que hace que seamos mucho menos eficientes económicamente”, “perdona, todo lo que es catalán no es visto como español por parte del Estado y montan siempre la alternativa [Valencia], para hundirnos [...], la crisis nos está desmontando el país, es que estamos cerrando servicios, enseñanza, investigación, circuito de Montmeló... Si la gracia de Cataluña era que tenía un poco de todo”, “hay empresas y gente”, “tenemos un poco de todo, tenemos tradición, podemos con todo”, “¿alguien cree que saldremos de ésta los catalanes?”, “claro que sí”, “si nos dejan”, culmina Gabancho, que por cierto, es argentina.

Muchas personas atribuyen cualquier contratiempo a una persecución del Gobierno central. Achacan cualquier acto frustrante a la voluntad maliciosa de los españoles no catalanes

Parece que para los tertulianos los valencianos no tienen derecho a impulsar un circuito mientras Cataluña tenga el suyo, tamaña “maldad” es culpa del Estado (que carece de competencias e intervención alguna sobre el tema, dicho sea de paso), el Estado quiere hundir a los catalanes, los demás españoles nos tienen envidia porque “estos catalanes hacen las cosas bien”; solo Cataluña es especial, el Estado de las Autonomías se construye con la malévola intención de que Cataluña no destaque (solo Cataluña tiene derecho a destacar, porque es singular)... Se mantiene una brevísima entrevista con el alcalde de Montmeló, pero no se molestan en pedir la opinión de su homólogo valenciano.

Muchas personas atribuyen cualquier contratiempo a una persecución del Gobierno central. Tanta importancia conceden a su catalanidad que creen que los demás también se la otorgan. Tanto convencimiento tienen en la evidencia de sus derechos (solo ellos tienen derechos) que achacan cualquier acto frustrante a la voluntad maliciosa de los españoles no catalanes.

Los griegos encontraron en el número fi (1,618) el número áureo: la altura y la anchura del Partenón guardan entre sí como proporción esta cifra; también mantienen esta relación las nervaduras de las hojas de ciertos árboles y la anchura y longitud de ciertas estatuas célebres de la antigüedad. Es la 'divina proporción'.

Para muchos nacionalistas la 'ecuación conspiratoria' es la divina proporción presente en todo misterio de la política. Si se demora la construcción del “corredor Mediterráneo” es por el afán del Gobierno central de perjudicar a Cataluña. Si un hospital andaluz arroja mejores resultados que otro catalán es porque el reparto presupuestario perjudica a los catalanes. Si el Metro de Madrid es más completo que el de Barcelona es una muestra más de los privilegios capitalinos. Para quien vive la catalanidad en clave narcisista, si algo no le sale bien, es fruto de la antipatía de los demás.

Así dice la 'ecuación conspiratoria': narcisismo más frustración, igual a paranoia, es decir, N F=P.

Para muchos nacionalistas la 'ecuación conspiratoria' es la divina proporción presente en todo misterio de la política

La persona que así siente busca en su entorno el menor signo de amenaza, y así confirma sus ideas. Vive con tal intensidad ese sentimiento de víctima que su vehemencia convence y su espíritu contagia. El ser doliente despierta la simpatía de sus próximos. El narcisista no contempla a los demás, solo existen él y sus problemas, que son debidos a la malicia o ineptitud ajena. Como rara vez hay respuesta de los demás, pues tampoco se les pregunta y viven a cientos de kilómetros, muchos catalanes no tienen más remedio que asumir la veracidad del único y subvencionado discurso que escuchan. Los demás son el chivo expiatorio de la frustración por las dificultades del circuito de Montmeló o por cualquier otra cosa. Al final muchas personas acaban creyéndoles y el nacionalismo crece.

El narcisista se siente víctima, pero se comporta como un maltratador psicológico, pues difama a los demás, tildándolos de ventajistas o arbitrarios.

La 'ecuación conspiratoria' otorga solidez emocional a este entramado ideológico.

Artur Mas aleccionaba a los jóvenes de la Escuela de Verano de su partido en el 2011: “Los partidos españoles quieren diluir la personalidad de Cataluña para que sea una región periférica, contributiva y domesticada”. Un claro pensamiento paranoico.

La 'ecuación conspiratoria' (narcisismo más frustración, igual a paranoia) explica cómo Artur Mas puede un día jactarse de que Cataluña sea uno de los cuatro motores de Europa y la Holanda del Mediterráneo y veinticuatro horas después proclame el peligro de que la economía catalana se hunda si no se independiza. Ambos mensajes son intelectivamente incoherentes, pero son emocionalmente congruentes: “Somos los mejores” (narcisismo), y “nuestros problemas los provocan los de fuera” (paranoia). La solución (obvia para el narcisista-paranoico) es alzar una frontera que nos separe de los que carecen de nuestras singularidades y, además, provocan nuestras desdichas.

El narcisista se siente víctima, pero se comporta como un maltratador psicológico, pues difama a los demás, tildándolos de ventajistas o arbitrarios

La 'ecuación conspiratoria' explica el argumentario nacionalista ante la corrupción: primero se apunta que ésta es mayor al sur del Ebro que en Cataluña (narcisismo), cuando las instituciones del Estado muestran indicios de venalidad en la Generalitat nacionalista (frustración por no ser los mejores) lo atribuyen a una conspiración (paranoia); cuando el hedor es indisimulable se señala la responsabilidad del Estado por haberla tolerado y se apuesta que en un Estado catalán habrá menos corrupción (narcisismo).

La bulimia competencial que ha caracterizado al nacionalismo bebe también de la misma fórmula alquímica: si somos mejores, lo más beneficioso para nosotros es que todas las competencias sean gestionadas por nosotros en exclusiva (narcisismo); además, así nos protegemos de la incompetencia y las agresiones del Estado (paranoia).

Como la ecuación conspiratoria está presente en todo el pensamiento nacionalista no nos debe extrañar que muchos concluyan como J.M. Vila d'Abadal (ex presidente de la Associació de Municipis per la Independència): “Quieren desmembrar nuestro país, y solo nos queda una solución”.

La ecuación conspiratoria son las lentes con las que el nacionalismo contempla la realidad. El narcisismo le empuja a un inacabable onanismo identitario, y la paranoia, a una obsesiva lucha. Placer y estrés. Es una fuente continua de placer y de estrés. De ahí que sea inagotable. Es el carburante incombustible de la máquina nacionalista del movimiento perpetuo. Ni quiere ni puede parar.

Ahora bien, ¿cómo desmontar la ecuación conspiratoria (narcisismo más frustración, igual a paranoia)? Para ello es preciso conocer por qué surgió el narcisismo nacionalista hace poco más de un siglo.