Pensamiento

La difícil hora

27 octubre, 2014 11:51

11-S versus 12-O, Cataluña está inmersa en una guerra de banderas que simboliza la existencia de sentimientos encontrados obligados a cohabitar.
Como en un punto de no retorno, la política no es capaz de reconducir una situación envenenada que amenaza con envenenarnos.

Esa trifulca pasional se libra hoy en Cataluña y el resto de españoles la contempla con hartazgo. Tanto que muchos de ellos están dispuestos a consentir por hastío y agotamiento

Los españoles hemos sido históricamente especialistas en despedazarnos convencidos de que sólo puede quedar uno cuando de enfrentarse se trata. Esa trifulca pasional se libra hoy en Cataluña y el resto de españoles la contempla con hartazgo. Tanto que muchos de ellos están dispuestos a consentir por hastío y agotamiento.

Me viene a la memoria la “España camisa blanca de mi esperanza, reseca historia que nos abraza, con acercarse sólo a mirarla, paloma buscando cielos más estrellados, donde entendernos sin destrozarnos, donde sentarnos y conversar”.

¿Tenemos ese designio fatal, ese mal fario gitano, ese funesto destino asociado de forma impenitente a nuestro devenir social? No, en absoluto, por eso apelo a la rebelión constructiva frente al determinismo catastrofista que quiere apoderarse de nosotros, porque la exigencia de creatividad, imaginación y compromiso impone dar solución al envite.

Son muchas las obviedades a las que asistimos y que explican cómo hemos llegado hasta aquí por lo que me resisto a reproducirlas.
Lo que no me impide afirmar convencido que este problema y su génesis tienen un nombre, el nacionalismo insolidario y separatista que padecemos los catalanes.

Sucede que la solución a la cuestión no puede quedar en sus manos porque perderíamos ellos y nosotros. Y rememoro la “España camisa blanca de mi esperanza, la negra pena nos atenaza, la pena deja plomo en las alas, quisiera poner el hombro y pongo palabras, que casi siempre acaban en nada, cuando se enfrentan al ancho mar”. A pesar de ello, cabe apostar por el diálogo como vía hacia la estación término a la que conducir los trenes llamados a chocar, que deberían ser citados por contra al encuentro en ese destino feliz.

Sin lealtad, un Estado descentralizado no es viable

Reconozco no saber acertar con las claves que desentrañen los pasos previos para dirigirnos a buen puerto. No parece que a corto plazo vaya a suceder porque la cerrazón, la imposición y el voluntarismo irreflexivo se han adueñado de los que mandan en Cataluña. Nos toca resistir la presión, afianzarnos en el terreno de la legalidad democrática, y esperar a que escampe.

Más tarde, los deberes nos acucian y los cifro.

En primer lugar, la reforma del sistema de financiación de las comunidades autónomas para que, respetando la solidaridad entre compatriotas, revisemos los flujos de renta entre territorios sin prejuicios y con honestidad.

El ciudadano que paga impuestos quiere comprobar que, en buena medida, sirven para financiar las necesidades más cercanas. Quizá eso conlleve revisar competencias por asumir que vayan indisolublemente asociadas a lealtades que respetar. Sin lealtad un Estado descentralizado no es viable.

En segundo lugar, respetar la esencia de un país plurilingüe desde el centro y desde la periferia, fomentando las lenguas oficiales y garantizando que la que nos permite comunicarnos con fluidez y nos cohesiona, el castellano, no sea defectuosamente manejada por nuestros hijos.

Cabe apostar por el diálogo como vía hacia la estación término a la que conducir los trenes llamados a chocar

En tercer lugar, la reforma constitucional que nos conduzca a un Senado, como verdadera cámara de representación territorial, con poderes mayores y relevantes en el proceso legislativo, y a un Congreso en el que la representación de los ciudadanos cumpla con la máxima de “un elector, un voto”.

Esbozo y pinceladas de lo que deberemos priorizar en los meses y años venideros cuando la febrícula rupturista baje, y es que el paciente está débil y requiere vigilancia intensiva para evitar su final.

Y así, seguiremos con la “España camisa blanca de mi esperanza, aquí me tienes, nadie me manda, quererte tanto me cuesta nada, nos haces siempre a tu imagen y semejanza, lo bueno y malo que hay en tu estampa, de peregrina a ningún lugar”.

Bueno, en esto último discrepo, porque lo que hagamos juntos desde el entendimiento nos llevará a un mejor lugar.