Los negociadores de ERC no son los mejores del mundo (solo hay que recordar el caso de la alcaldía de Barcelona para hacerse una idea) y los de JxCat son de una maldad tremenda. Así están las cosas. La negociación pasa por los días de la venganza; la venganza del partido de Puigdemont por los muchos encontronazos vividos en 2017 y principios de 2018 con ERC y sus socios preferentes de la CUP. Y del letargo que busca el desmorone de Pere Aragonès como presidenciable. No hay que descartar que lleguen a un acuerdo finalmente, el poder autonómico les parece poco pero es una espléndida trinchera para pasar los años; hasta que llegue el momento de la decisión definitiva, el país deberá contemplar atónito la vergüenza de un pase de cuentas entre partidos y dirigentes, todo a la salud de la Generalitat.

El primer agravio por el que ahora el legitimismo pasa factura a los republicanos es la escena mil veces explicada de Marta Rovira, secretaria general de ERC, advirtiendo a Carles Puigdemont, entonces presidente de la Generalitat, que de atreverse a convocar elecciones para evitarse el error de la DUI ella en persona recorrería Cataluña para denunciar tal traición. Aquel fue un error increíble de ERC; creyeron los republicanos que con el fracaso perfectamente previsible de la declaración unilateral perjudicarían a Puigdemont y en realidad acabaron agigantando la figura del ex presidente huido frente a los dirigentes encarcelados. Luego Roger Torrent evitó una desobediencia inútil al driblar la pretendida investidura de Puigdemont. Y Puigdemont no olvida.

ERC tampoco ayuda demasiado con su peculiar sentido de la negociación. La CUP enterró políticamente a Artur Mas, se negó a investir a Jordi Turull y vetó a Jordi Sánchez, tiene un modelo de sociedad diametralmente opuesto al de JxCat (y al de otros millones de catalanes) y disputa al partido de Puigdemont el ala radical del independentismo. Sabiendo todo eso, los republicanos se sentaron en la mesa de negociación con JxCat declarando intocable el pacto cerrado con los antisistema. Una provocación que se agrava al no disponer de un plan B, que en este caso sería un gobierno por la izquierda, inviable sin un pacto de mínimos con el PSC, un acuerdo vetado por el compromiso preelectoral de aislar a los socialistas que, de plantearse a pesar de todo, contaría con la oposición activa de Oriol Junqueras.

Los negociadores de Puigdemont les han sugerido públicamente a ERC su plan B, tentándolos con un gobierno en minoría de republicanos y anticapitalistas que sería noticia en toda Europa y además estaría a merced diaria de PSC y JxCat en el Parlament. Un brindis a la inestabilidad institucional por el que Aragonès sería recordado. Otra provocación que, sin duda, algunas voces internas de ERC ya contemplan como alternativa desesperada para evitar la repetición electoral, su peor pesadilla.

La lógica de los dirigentes independentistas se está demostrando incomprensible, incluso es de creer que para muchos independentistas. ¿Tan difícil les resulta entender que el gobierno de la Generalitat que afecta a todos los catalanes debe estar separado de la dirección del movimiento que solo interesa a los independentistas? Y que a la negociación de los pactos de gobierno hay que acudir con los disgustos digeridos y dejar las revanchas para otro día. No es tan complicado. La vergüenza que deben sentir tantos votantes independentistas por el malbaratamiento de una victoria electoral incuestionable y por el espectáculo de unos dirigentes obsesionados en quemar el espacio político que comparten solo es superada por la estupefacción del resto de mortales.

En ERC parece ser que cunde el desánimo y el pavor por tener que gobernar con sus actuales socios, aunque han optado por esperar irremediablemente a JxCat que de por sí ya es un laberinto en el que la única coincidencia debe ser la aversión por los republicanos. Las fraternales rencillas de republicanos y legitimistas no son ninguna novedad, se vivieron en directo durante el gobierno Torra y durante el mandato de Puigdemont, sin embargo no tienen más remedio que soportarse para evitar una ruptura interna en el independentismo. Lo penoso es que tanto desencuentro personal y partidista se esté imponiendo a la responsabilidad que les atribuyeron las urnas y a la urgencia de gobernar Cataluña que exige la crisis económica.