A 12 días de que se cumpla el plazo que llevaría a la repetición de las elecciones en Cataluña, el desacuerdo entre ERC y Junts per Catalunya (JxCat) sobre la investidura de Pere Aragonès se mantiene inalterable, pese a las idas y venidas, las rectificaciones, los desmentidos, las marchas atrás y el bizantinismo de los comunicados.

La penúltima pirueta ha sido la iniciativa de la CUP de reunir a los dos antagonistas para impedir la repetición de las elecciones. La supuestamente izquierdista CUP hace de Celestina para que la derecha nacionalista no se quede fuera del Govern. El resultado de la mediación ha sido un acuerdo de mínimos en el que lo más sustantivo es que ERC y Junts seguirán hablando. Para ello, el punto de desencuentro principal, cómo y quién fija la estrategia independentista, debería quedar fuera de las conversaciones para abordarlo “más allá del marco de la gobernabilidad”, frase incomprensible que en realidad significa que se dejaría para después de la formación del Govern. O sea, si no hay acuerdo en lo principal, se saca de la negociación y santas pascuas. Bonita manera de solucionar los problemas.

Para llegar hasta aquí, los vaivenes han sido constantes, sobre todo por parte de Junts y de su principal negociador, Jordi Sànchez. Siempre descartó la repetición electoral y llegó a ofrecer no entrar en el Govern e investir a Aragonès pasando a la oposición. Más adelante, ofreció los cuatro votos necesarios para una mayoría simple siempre que ERC llegase a un pacto con la CUP y los Comunes, al mismo tiempo que denunciaba que eso significaba que Esquerra renunciaba a un Govern independentista. Finalmente, retiró la oferta de los cuatro votos para un Govern de ERC en solitario y volvió a la casilla de salida de apoyar solo la investidura de Aragonès si Junts entraba en el Govern. El nuevo giro tuvo como consecuencia la ruptura, ayer, de las negociaciones entre ERC y los comunes.

Nadie puede predecir cómo acabará este nuevo vodevil que nos han escenificado los dos principales partidos independentistas. Bueno, sí que se puede prever: acabará mal, pase lo que pase. Si el desacuerdo prosigue, y es inevitable la vuelta a las urnas, será un fracaso. Si al final se llegara a un pacto, ¿quién puede confiar en que funcione después de lo que hemos vivido durante estos tres meses inenarrables desde la celebración de las elecciones del 14F y después de lo que se vivió en la última legislatura? Será, como mínimo, más de lo mismo, pero peor.

El independentismo catalán sigue encerrado en su burbuja mientras la sociedad se desentiende cada vez más de lo que los partidos se manejan entre ellos. La burbuja está hinchada por varios contenidos que nada tienen que ver con la realidad circundante. Uno de ellos, que se ha convertido en el nuevo mantra, es el del “52%”, un porcentaje irreal, por mucho que lo repitan, porque remite a una participación de la mitad del electorado cuando en términos reales los independentistas han perdido 700.000 votos. Y ello sin contar que la mítica superación del 50% --no el 52%-- solo se produce si se suman los votos extraparlamentarios del PDECat, un ejercicio que jamás se había hecho hasta ahora.

La burbuja se alimenta asimismo de otros dos mantras, la autodeterminación y la amnistía. Como ha venido repitiendo el exconseller Andreu Mas-Colell, que se declara independentista, la independencia es una ilusión impracticable, al menos a corto y medio plazo. Los independentistas saben perfectamente, pese a las veces que han dicho que la independencia estaba “a tocar”, que la única posibilidad para que Cataluña fuera independiente sería la implosión de la Unión Europea y el desmembramiento del mapa político continental. Mientras la UE exista, y no parece que vaya a dejar de existir, la independencia de Cataluña es imposible.

Con la amnistía sucede algo parecido. Ningún Gobierno español va a conceder una amnistía en las circunstancias actuales porque, además de que se considera inconstitucional, es una medida propia de un cambio de régimen, cuestión que no parece ni mucho menos cercana.

La burbuja se cierra con el infantilismo del “ho tornarem a fer”, repitiendo esta consigna como si nada hubiera ocurrido ni en octubre de 2017 ni en los tres años y medio transcurridos desde entonces. ¿Tan difícil es entender que la historia no se puede repetir sin tener en cuenta lo que ha sucedido? ¿Tan difícil es hacer autocrítica y aprender de los errores? Lo fácil, desde luego, es olvidarse de todo eso y proclamar que “lo volveremos a hacer” sin salir de la burbuja. Es lo más fácil, pero también lo más estéril.