El entrelazamiento cuántico es un fenómeno que ni Einstein consiguió entender --o no quiso hacerlo porque le trastocaba los esquemas--. La correlación entre fotones separados, de tal manera que lo que le pasa a uno le pasa también al otro, no es fácil de explicar. Pero en eso está Oriol Junqueras, preso desde hace casi un año por decisión controvertida del juez Llarena; el líder de ERC trabaja incansablemente para fortalecer su figura política como símbolo de una nueva manera de hacer las cosas para el independentismo, a medio plazo. El exvicepresidente de la Generalitat no goza de la libertad para dictar conferencias de la que disfruta su oponente declarado, el expresidente Carles Puigdemont, de ahí que eso solo le queda confiar en la fiabilidad de la experimentación científica.

El proyecto de Junqueras está claro: recibir en la cárcel de Lledoners a tantos mensajeros, mediadores, dirigentes políticos, económicos y sindicales como le permita el reglamento --sean o no independentistas-- con el propósito comprensible de potenciar su ejemplo de dignidad, equiparado hábilmente por el propio interesado a Sócrates, Séneca o Cicerón. Quienes, pudiendo huir, se quedaron en su ágora para asumir responsabilidades. Actitud muy diferente a la del adversario legitimista. Su proyección es rectilínea. Un día acabará la pesadilla y entonces será el momento de capitalizar su crédito político. Esta es la parte del programa más sencilla, convertir su injusta celda en un despacho político.

La segunda parte del plan se presenta más compleja. En primera instancia, debe mantener una presencia constante en el escenario de la política para evitar caer en el olvido. En eso, su interés coincide con el de Puigdemont. En esta batalla, Junqueras ha dado con una idea efectista y emotiva, el mitin del holograma. Una ilusión óptica muy acorde con el desarrollo general de los acontecimientos pero mucho más ingeniosa que la opción de Puigdemont, quien se ha limitado a crear una asociación política a su medida para agitar la reivindicación legitimista de vez en cuando y mientras pueda. Al fin y al cabo, Junqueras ya tiene un partido octogenario a su servicio.

En tercera instancia, el exvicepresidente debe asegurarse una capacidad operativa para hacer efectiva su influencia política en cada circunstancia, entre múltiples actores repartidos entre Barcelona y Madrid, en un período inestable, caracterizado por la desunión de los antiguos socios. Una gran complicación. Tiene la necesidad de entrelazar voluntades políticas distantes físicamente a fin de imponer la nueva estrategia pensada desde la reclusión y combatida de forma sostenida desde Waterloo. 

La apuesta de Junqueras consiste en el abandono de las urgencias unilateralistas, ofreciendo tiempo al gobierno constitucional para pensar una propuesta atractiva tanto para catalanes desafectos como para catalanes desanimados que pueda ser objeto de un referéndum pactado y legal. El mensaje se abre paso muy lentamente porque hay mucha retórica por olvidar y demasiada debilidad política entre los partidarios del diálogo de aquí y de allí. E pur si muove. Gracias a su lección de física cuántica, ofrecida como un ensayo periodístico el otro día, ahora sabemos cuál es el secreto del líder republicano para impulsar su estrategia: la política cuántica.