El pacto por la investidura entre Sánchez, PSC y ERC ha levantado una enorme expectación. Para algunos analistas, Junqueras ha aceptado con la boca pequeña un progresivo retorno a la senda autonómica. Este giro se podría confirmar en las próximas elecciones catalanas, si los resultados permiten recuperar el tripartito entre socialistas, comunes y republicanistas. Si ese escenario se confirmase las aguas turbulentas se encauzarían y la coalición Sánchez-Iglesias podría, incluso, completar los cuatro años de la nueva legislatura.

Algunos comentaristas avalan esta nueva situación elogiando la actitud de Junqueras, entendida como una postura que desbloquea la parálisis política tanto en Madrid como en Barcelona. Y así, todos agradecidos por la altura de miras del preso de Lledoners que contrastaría con la incapacidad de la gran mayoría de los políticos españoles que esbozan proyectos muy a corto plazo. Se comprende que, en este contexto, periodistas de renombre se afanen por conversar con el referido preso del que comentan su enorme talla intelectual (sic).

Que Junqueras es un político leído lo confirma su pasado como profesor universitario de historia moderna. Quizás ahí radique la gran diferencia con periodistas acomplejados y empeñados en vestirlo con un preclaro traje a medida, olvidando que este rey también está desnudo.

El líder de ERC conoce la historia de la Monarquía hispánica y ha leído, sin temor a equivocarme, algún texto sobre la revuelta en los Países Bajos en tiempos de los Austrias. Aquella guerra comenzó en 1568, un año fatídico para Felipe II. Durante los ochenta años que duró el conflicto holandés se acordó un paréntesis entre 1609 y 1621. La denominada Tregua de los Doce Años fue interpretada por la Monarquía española como un acuerdo transitorio que le podía permitir recuperarse de la enorme e insoportable presión que sobre sus finanzas le imponía el permanente despliegue de los tercios de Flandes. Sin embargo, para los holandeses y demás calvinistas de las siete provincias del Norte la tregua fue, de facto, un reconocimiento de su independencia. Durante los años que duró el acuerdo establecieron relaciones diplomáticas con otros países y aceleraron su expansión comercial por el mundo. La reanudación de la guerra confirmó la debilidad militar y diplomática de la Monarquía española que terminó por firmar el tratado de paz de Münster. El 30 de enero de 1648 las Provincias Unidas eran reconocidas por Felipe IV como república independiente.

Doce años dan para mucho. En ese tiempo, Junqueras ya habrá salido de la cárcel, para algunos como mártir y para muchos más como protopresident de la república soñada. La tregua es un período más que razonable para culminar el proyecto. Así lo confirmó en una reciente entrevista de Toni Bolaño en La Razón: “Los que somos independentistas de toda la vida, no cejaremos en el empeño (…) Siempre seremos partidarios de un referéndum y de la autodeterminación. Es nuestro objetivo y nunca lo abandonaremos”.

La tregua ha comenzado. Los nacionalistas lucharán por acercarse al 40% en el cinturón barcelonés, ahí está el granero que les acercará al 65% de votantes independentistas. Un objetivo que solo podrán alcanzar con la colaboración de los comunes y socialistas si, en un posible tripartito, le siguen dejando el control absoluto de la educación y la propaganda. Porque sin una contraofensiva política en defensa de la pluralidad, la igualdad y la libertad en Cataluña, todo está perdido en favor del identitarismo tribal y reaccionario. Luego, si los socios de gobierno no piensan hacer nada ¿para qué esperar más tiempo si el final ya lo conocemos?