La vocación de candidato de Oriol Junqueras ha sido constante y universal; no hay lista o cargo que se resista a su manifiesta disponibilidad. En los últimos diez años ha concurrido a las elecciones en los cuatro niveles: local (Sant Vicenç dels Horts), autonómico, estatal y europeo, y, en cuanto a cargos, ha sido alcalde, diputado europeo y autonómico, jefe de la oposición al gobierno autonómico del que era socio, vicepresidente y consejero de Economía y Hacienda en la legislatura siguiente. No está nada mal para quien no ha mostrado especial brillantez en ninguno de los sucesivos puestos.

Ahora, procesado y en prisión preventiva, encabeza la lista de ERC al Congreso de los Diputados y después la encabezará al Parlamento Europeo con, además, su candidatura a presidir la Comisión Europea; admirable la calidad del tan denigrado (por Junqueras y otros) Estado de derecho que ampara la participación política en tales circunstancias.

A los muchos no votantes de ERC podría darnos igual quién presida las listas de ese partido, si no fuera porque la democracia parlamentaria es un todo del que todos participamos y del que todos debemos responsabilizarnos. La ubicuidad en las listas que pretende Junqueras en su situación procesal actual significa un desprecio a los electores y a las instituciones para las que se postula. Previsiblemente, será diputado electo en cada una de esas elecciones; que pueda ejercer la función correspondiente no solo no es seguro, sino que la intención confesada de Junqueras es otra: “focalizar la represión” e “internacionalizar el procés”, o sea, no el ejercicio de la noble función parlamentaria, sino su burla e instrumentalización, lo que equivale por su parte a una deliberada perversión de la democracia.

Su otra candidatura también se las trae. Junqueras será el candidato del grupo parlamentario Alianza Libre Europea (11 diputados) a presidir nada menos que la Comisión Europea. Por suerte para los europeos no tiene ni la más remota posibilidad no ya de ser elegido, sino ni siquiera de ser considerado como  candidato posible por el Consejo Europeo. Aquí su pretensión “metafuncional” es la misma que la de su candidatura a eurodiputado. Pero en la de la Comisión añade un escarnio más: su falta absoluta de capacidad para el desempeño del cargo. Incluso en la gratuidad de la pretensión había que reunir unas ciertas condiciones para dotar de un mínimo de verosimilitud al gesto.

Hay evidencias que se imponen por sí mismas, un invidente sabe que no puede ser trapecista, pero Junqueras al parecer no sabe que no puede ser presidente de la Comisión, una institución de alta complejidad en su funcionamiento y en sus responsabilidades. La hemeroteca (aquel debate televisivo con Josep Borrell sobre el déficit fiscal de Cataluña, por ejemplo) y la práctica como gobernante (aquella estampida de más de 4.000 empresas sacando su sede social de Cataluña, por ejemplo) aportan pruebas suficientes de las limitadas capacidades del personaje. Y no obstante sus seguidores y sus posibles votantes no le reprocharán el atrevimiento, al contrario, le reirán la gracia y se la premiarán. A eso hemos llegado.

Atención, pues, con el personaje, aspira a ser el primer presidente de la república catalana, lo cual por la inexistencia de tal república no es inquietante, pero se conformaría con ser el presidente de la existente Generalitat de Cataluña y esto sí que debería alarmar a muchos.