Cuentan por ahí que la historia la escriben siempre los vencedores. Seguro que sí, pero desgraciadamente no se explica el modus operandi y las estratagemas de sus manipuladores más sibilinos. Sí, esos que andan empeñados en ocultar personajes por entender que carecen de pedegrí, por no ser pata negra. Me explicaré. A los creadores del universo simbólico nacionalista catalán no les es útil la reivindicación y el recuerdo de determinados actores intervinientes en la historia del país. Pienso, por ejemplo, en el coronel de la Guardia Civil Antonio Escobar, militar conservador y ferviente católico que al frente de columnas de la benemérita, contribuyó a abortar la sublevación franquista en Cataluña. Nombrado general por el gobierno de la República murió fusilado por los insurrectos en el foso del castillo de Montjuïc. Pienso también en el general José Aranguren y en otros muchos demócratas asesinados. Esos mismos que difuminan la semblanza de estos militares leales a la República son los que suelen banalizar el papel jugado por el sindicalismo y los partidos de izquierda en julio de 1936. No les interesa su puesta en valor, no son parte integrante de su paradigma identitario. Afortunadamente algunos medios de comunicación como RNE, e historiadores y biógrafos como Daniel Arasa o Jesús Narciso Núñez, se han esforzado en recuperar la memoria de algunos de estos prohombres orillados en el relato procesista.

Con Juli Busquets pasa algo parecido. Hace veinte años que murió y convendría recuperar su legado político. Militar nacido en Barcelona, sociólogo, profesor universitario, autor de libros y estudios sobre el estamento militar y la historia de la guerra, diputado en las Cortes Generales... Una vida y una personalidad, la suya, digna de estudio que los cultivadores de las esencias patrióticas nunca han glosado ni glosarán. Seguramente no les agradó el contenido de su Sociología de las nacionalidades. Quizás por ello, ahora que algunos siguen obviando las cosas que unen, es importante rescatar acciones y decisiones que jugaron un rol importante en la historia de España. Juli Busquets fue unos de los fundadores de la Unión Militar Democrática el 1 de septiembre de 1974. Junto a tres comandantes y nueve capitanes constituyó en Barcelona el grupo embrionario de la organización. Su posicion crítica respecto al papel del Ejército le llevó a prisión; pero tanto él, como sus compañeros detenidos y juzgados en consejo de guerra, fueron los inspiradores primigenios del cambio democrático en el seno del Ejército español. Iría bien para desmemoriados y relativistas que alguna institución recuperara esos pasajes de nuestra historia más reciente.

Permítanme la interrelación entre las siglas UMD y UME (Unidad Militar de Emergencias). Sé que a Juli Busquets --mi profesor de Historia de la Guerra en la UAB-- no le molestaría el emparejamiento. Cuarenta siete años después de la creación de la UMD, el Ejército español pasea con orgullo la UME por todo el país. La vemos actuando, con un tacto y una profesionalidad exquisita, entre las coladas volcánicas de la isla de la Palma; los hemos visto pelear hasta la extenuación contra el fuego en la malagueña Sierra Bermeja; los vimos efectuando labores de desinfección en residencias de ancianos con motivo de la Covid. Creo que este es el ejercito que Juli Busquets y los fundadores de la UMD soñaron para España. Unas fuerzas armadas que, bajo los auspicios de la NNUU, contribuyen a garantizar la paz en diferentes lugares del mundo. Pero ¡Ay! A los guardianes de las esencias no les interesa lo común que une sino la particularidad que, como excusa, separa. Es una pena.