Sí, el 27-O de 2017 se efectuó la declaración unilateral de independencia en las escaleras del Parlament. Nunca nos habíamos sentido tan insignificantes; conducido por unas vanguardias nacidas del sufragio, el país entero hizo el ridículo internacional esperando que al día siguiente media Europa reconociese el teatrillo. Nada; todo fue silencio y vacío. Los hechos recientes son conocidos: el pasado miércoles 27 de octubre, Josep Costa (Junts), ex vicepresidente del Parlament, fue detenido y trasladado a la sede del TSJC para comparecer ante la magistrada, Maria Eugenia Alegret, que lo investiga por desobediencia por haber tramitado resoluciones a favor de la autodeterminación y de reprobación de la monarquía. La jueza lo había citado el pasado 15 de setiembre, pero Costa no se enteró, sencillamente porque él no reconoce la autoridad del Tribunal Superior de Justicia (TSJC). Ahora, la coincidencia de su arresto con el 27-O, la fecha de la declaración unilateral de independencia de hace cuatro años, solivianta al soberanismo mostrenco. Y ya la tenemos. Puigdemont habla del Tribunal de la Santa Represión y Laura Borràs dice que el Estado “no olvida”. Todo según los cánones previstos, hasta llegar a Jordi Sánchez, líder máximo de Junts, que habla de la “detención ilegal” de Costa y exclama Shame (¡Vergüenza!).

“Yo no reconozco en este tribunal” añade Costa, jurista, político y profesor asociado de la Pompeu Fabra. Costa habla como si se estuviese refiriendo el Tribunal de Orden Público (TOP) del antiguo régimen. Le recuerdo que, combatiendo al TOP, se forjaron mártires, pero negando el TSJC solo se menoscaba la división de poderes. Él fue conducido ante la magistrada a la que había recusado y salió libre al ratito; esto no es precisamente la España del general, eh majo. Contra un Estado de excepción valen las excepciones, pero contra un órgano jurisdiccional de un país democrático solo valen las opiniones, no los desacatos.

Retrato de Josep Costa / PEPE FARRUQO

Retrato de Josep Costa / PEPE FARRUQO

Costa y Sànchez nos vienen a decir que, si un juez te cita y no acudes, no pasa nada. Pero si el magistrado te manda a los Mossos, porque tú no te presentas y te llevan ante él, es una ¡vergüenza! Eso lo dice el secretario general de Junts, el partido de gobierno coaligado con ERC. Junts vive de las instituciones a las que combate con saña; y con algo menos de encono, Esquerra hace los mismo. ¿Va en serio o es la sana insumisión de los pollos sin cabeza? Se puede discutir la autoridad de la justicia, claro, pero será después de acatarla; eso o la ley de la selva.

El caso es que el nacionalismo, venga de donde venga, --también va para el nacionalismo español que practica la extrema derecha-- es una ideología que acabará siendo despótica, aunque haya empezado siendo reformista, ya que su objetivo, la soberanía, no es una síntesis, es un jeroglifo. Al final, allí donde mueren las ideologías, solo nos queda el principio de la nación o nada. Europa lleva siglos tratando de cercenar este mal, pero cada vez que renace el cáncer, mueren miles de ciudadanos libres que solo querían expresar sus convicciones, sus ideologías. Los ejemplos baten el continente desde las repúblicas bálticas hasta los Balcanes. 

La nación llena el vacío de las concepciones del mundo. Cuando se desmoronan las ideas se consolida el símbolo y el lenguaje abandona su principal atributo: el relato. La anulación del relato, es decir de la dialéctica, desemboca en el principio de autoridad sin más. Hace cuatro años, Cataluña se puso en evidencia ante el mundo. Y ahora, los que nos pusieron en ridículo dicen sentir vergüenza de los tribunales. Costa no es un sinvergüenza; es un señor letrado que hace el ridículo sin vergüenza.