Yo soy valón. Me parece importante decirlo en voz alta y en la plaza pública. Soy valón, sí, y quiero convivir con mis conciudadanos flamencos. Y no es que admire el modelo belga de gestión de su diversidad lingüística, todo lo contrario: es un modelo a evitar. Pero los belgas hacen en este campo, lo que aquí, en Cataluña, nos hace falta y nosotros practicamos aquello de lo que ellos carecen.

Es sorprendente cómo dos territorios fuertemente condicionados por su ambivalencia lingüística como son Cataluña y Bélgica, han evitado afrontar su convivencia creyendo o simulando que lo hacían. Ni Bélgica ni Cataluña han hecho sino evitar afrontar su condición franco-flamenca e hispano-catalana. Así, los belgas han creado un modelo de separación de dos comunidades que no conviven, simplemente viven de espaldas y se toleran cuando es imprescindible. En Cataluña, hemos soslayado afrontar la convivencia a través de la anulación pública de la parte hispana. Educación monolingüe en catalán, rotulación en catalán, reglamentos lingüísticos cuyo objetivo es limitar cuanto sea posible el castellano... No nos vamos a extender ofreciendo datos y ejemplos de cómo nuestra vida pública ha ocultado la condición eminentemente bilingüe de la sociedad, pero baste decir que, durante décadas, en el Parlament el castellano prácticamente no fue oído pese a ser la lengua materna, familiar, de uso habitual y de identificación de al menos la mitad de la población. Así, si en Bélgica se ha optado por una convivencia inexistente por separación en dos comunidades, en la región catalana hemos optado por un simulacro de convivencia que consistía en ocultar la lengua de unos en una praxis de casi monolingüismo oficial para no afrontar las dificultades que compartir el espacio público suponen. Si en Bélgica el espacio público está compartimentado en espacios estancos francófonos o flamencos, en Cataluña el espacio público es en catalán. En ninguno de los dos casos se aborda cómo convivir, siempre que sea esto, la convivencia, lo que se pretenda en uno y otro caso.

Nótese, además, que en la CCAA catalana esta práctica monolingüe en el espacio público e institucional ha acabado por extenderse del continente al contenido, de la formalidad lingüística a los usos ideológicos y partidistas más simples. Del monolingüismo al uso de solo la bandera catalana y exclusión de la española, para finalmente usar en espacios públicos e institucionales la independentista o la usurpación amarilla de las calles y edificios públicos. La vida pública catalana ha ido avanzando hacia la ocultación activa de la mitad de la población de modo que no tendríamos que haber hablado nunca de la Cataluña silenciosa, sino de la silenciada.

Por decirlo de un modo más simple y gráfico: Cataluña es una Bélgica en que no se ve a los valones, solo hay escuelas en flamenco, los medios de comunicación de todos están pensados por y para flamencos, se consigue que cuando hablan los flamencos interna y externamente pensemos que hablan los belgas en su conjunto; rotulaciones, información en todo espacio público oficial se encuentra solo en flamenco...

Insisto en que la situación belga en que tanto flamencos como valones tienen garantizados sus derechos lingüísticos no es un modelo a seguir por lo que a la convivencia y a la unidad civil de la sociedad se refiere. Los belgas no tienen una sociedad civil, sino dos, que no conviven: se ignoran. Por contra, nosotros tenemos una sociedad civil basada en que los “flamencos” ocupan el espacio público e instituciones y los “valones” son invisibles. Tanto es así que cada vez que los hispanos/valones han pretendido alzar la voz, el artefacto catalanista ha respondido de un modo exageradamente virulento para acallarlo. Los tímidos intentos de pedir bilingüismo en la escuela se saldan con sentencias en tribunales del 25% en castellano, muchas veces incumplidas, y con dolorosas consecuencias personales para los demandantes.

Sin embargo, soy optimista. Creo que algo se ha roto en ese engranaje de silenciación en el otoño de 2017. La sociedad “valona” de Cataluña parece haberse percatado de que, si no alza la voz, son y serán ciudadanos de segunda en sus ciudades y pueblos. Esta es, en mi opinión, la razón por la que C's se convierte en voto refugio de los hispanohablantes y por la que el partido hegemónico entre los “valones” durante décadas, el PSC, es incapaz de ser visto como una fuerza que los defienda en la situación actual, porque el PSC ha sido tuerca fundamental en el engranaje de su silenciación y solo si cambia su punto de vista en este asunto podrá ser visto por la población como una fuerza que los ampara y representa.

El Catalanismo ha sido extraordinariamente efectivo tanto en el mantenimiento de la unidad civil como en la ocultación del carácter ambivalente hispano-catalán, por lo que para muchas personas el primer éxito daba por bueno el segundo. Pero esa unidad civil se sustentaba en un desequilibrio de base que tarde o temprano haría colapsar la maquinaria del sistema. Así, mientras el sistema enseñaba a los “valones” a respetar a los “flamencos” y callar, no exigir igualdad a la administración, los “flamencos” aprendían que ellos, su lengua, sus anhelos debían ser preeminentes y prácticamente exclusivos en el espacio público y oficial. Los “flamencos” aprendieron a ver a los “valones” como un elemento que ir corrigiendo porque “Bélgica”, en realidad, eran ellos. Este es el desequilibrio del sistema que ha colapsado la vida pública catalana.

La unidad civil, “un solo pueblo” si prefieren, es un valor muy importante que mantener y que enseñar a los belgas, pero esa unidad debe basarse en compartir el espacio público, las escuelas, los ayuntamientos, las calles, las asociaciones, los medios de comunicación públicos. A su vez, aunque los belgas hayan dado tan poca importancia a su unidad civil o su unidad como pueblo, han alcanzado tras no poco esfuerzo, un reconocimiento a su diversidad. Hoy nadie piensa en una Bélgica francófona en que quedaban ocultos los flamencos, pero sí seguimos pensando que la única lengua propia de Cataluña es el catalán, propiciando una imagen e incluso autoimagen de Cataluña, la hispanohablante, que corregir y autocorregirse.

Pero soy optimista. Soy optimista porque en esta crisis se dan las circunstancias para crear una sociedad más equilibrada en que la convivencia sea nuclear. Hemos de aprovechar esta crisis para que el valor de la unidad civil, de mantener una sola Cataluña, cambie el engranaje del Catalanismo que nos ocultaba a la mitad de la sociedad por otro en que el respeto y estima sean bidireccionales. El modelo, por ejemplo, no puede ser, como en Bélgica, que los niños flamencos vayan a su escuela y los valones a la suya, viviendo de espaldas, pero tampoco que solo haya escuelas “flamencas” para mantener la unidad civil sin aprender a convivir. La convivencia tanto en Bélgica como en Cataluña, pasa, creo, porque haya una sola escuela compartida. Algo de lo que tanto Bélgica como Cataluña carecemos.

Soy optimista porque algo ha cambiado desde el otoño de 2017 y la sociedad silenciada de Cataluña protestamos, pese a quien le pese. Sí, yo soy valón de Cataluña y quiero convivir, quiero compartir.