Estamos en vísperas de Sant Jordi. Quisiera celebrar el día del libro y la rosa que en Cataluña se promueve desde hace un siglo. Me encanta la primavera. Es la misma sensación que siento con la noche de reyes, la emoción infantil que provoca que los niños duerman mal, y se despierten sin sueños, con la ilusión de la misteriosa visita de los magos de Oriente. Despierto con la misma idea cada año, con un libro bajo el brazo escrito por mí (éste año dos libros titulados La sonrisa amarga de Josep Pla, 1918-1919 que saldrán por internet en el dominio tyep.net Roberto Gimenez) porque la dichosa pandemia nos obliga a ello.

Toda Europa despertó este martes con la súper liga europea promovida por los doce clubs más ricos del continente, presidida por el Florentino Pérez. Nos han suspendido temporalmente la vida, con éste antipático bozal que no nos permite ver las caras de los amigos ni ir a los bares ni restaurantes. Es esta nueva peste negra llegada de Oriente, como si fuera la peste que traían las pulgas de las ratas que aterrorizaron a nuestros antepasados medievales.

En Cataluña tenemos una olla de grillos estelados que no se entienden, y que nos hacen poner de los nervios porque se trata de una mayoría absoluta de los independentistas, pero con la abstención del 48% de los catalanes. No creo que se atrevan a convocar unas nuevas elecciones, como no creo la boutade de la UEFA, que ha amenazado con echar a los doce equipos más ricos porque Poderoso caballero es Don Dinero…

La semana pasada el coro de TV3 puso a parir al escritor Javier Cercas, que es mi autor favorito: he leído todas sus novelas, todas salvo la última que se titula Independencia. Al calor de la refriega, Cercas anunció que podía presentar una querella, aunque no lo hará, porque España tiene un democracia que preserva el derecho a la libertad de expresión.

Al conocido escritor le ha cabreado que le llamen ‘falangista’ porque en 2016 escribió una novela dedicada a su tío abuelo Cercas, un joven falangista que murió en el frente de la Terra Alta en 1938, en la batalla del Ebro: ‘Si me quieres escribir ya sabes donde es mi paradero en el frente de Gandesa, primera línea de fuego’, dice una canción republicana, pero el muerto fue un joven azul de dieciocho de años. Un mito para esa madre extremeña que emigró. Y es que el niño Cercas es hijo de un veterinario, que vino a a Cataluña como tantos otros en los años 50.

Pero la animadversión hacia mi escritor favorito no es por ese fantasma del pasado, por el príncipe destronado, sino porque no tiene pelos en la lengua para criticar a los independentistas.