Ahora, cuando se cumplen cuarenta años de la aprobación de la Constitución de 1978, el recuerdo de aquellos decisivos meses se está evocando de manera poco emocional y con demasiados olvidos. La crisis, en la que está inmersa la Casa Real y las instituciones más representativas de los tres poderes del Estado, pesa más que la voluntad por recordar aquel decisivo 78.

¿Desinterés? ¿temor? ¿dudas? Es evidente que poco y mal se está haciendo para conmemorar. Tan débil es la intención que las fuerzas políticas anticonstitucionales no han tenido que hacer esfuerzo alguno para imponer términos tan manipulados y falsos como “régimen del 78” o “democracia posfranquista”. Quizás sin ser demasiado consciente de su dosis de autodestrucción, la ciudadanía ha comenzado a usar esas expresiones, paradójicamente, nacidas en el seno de grupos que están muy necesitados del fantasma del franquismo para justificar su ideario de oposición. Sin Franco y sus herederos sus argumentos se debilitan en exceso.

Pero no todos se han resignado al peso del olvido. 150 profesionales de la información se han hecho un merecido homenaje con la publicación de Los periodistas estaban allí para contarlo. No estaría de más que surgiese alguna iniciativa de los que estuvieron allí para cantarlo, porque si algo caracterizó aquella Transición fue el papel clave para emocionar e ilusionar que tuvieron muchos cantautores y algunos cantantes.

Todos los que vivimos aquel tiempo tenemos grabada en nuestra memoria “Libertad sin ira” de Pablo Herrero, José Luis Armenteros y Rafael Baladés, que se popularizó en las voces de Jarcha: “Dicen los viejos que en este país hubo una guerra y hay dos Españas que guardan aún, el rencor de viejas deudas”. Así comenzaba una canción que fue grabada para emocionar pero que las inmediatas circunstancias impactaron en su difusión. Usada para promocionar la salida de Diario 16, fue prohibida el 9 de octubre de 1976, aunque por poco tiempo.

Ha sido en un merecido y emocionante homenaje que el grupo Jarcha ha recibido el pasado domingo en Paymogo, un pequeño pueblo del Andévalo onubense, donde el veterano periodista Rafael Terán hizo un lúcido comentario sobre el valor simbólico de “Libertad sin ira”: “comparo lo ocurrido con esta canción con las circunstancias por las que los portugueses adoptaron “Grandola vila morena” de José Alfonso, como el símbolo de su Revolución de los Claveles, cuando había sido compuesta diez años antes, pero fue utilizada como contraseña para iniciar el movimiento de oposición al régimen salazarista”. Así fue, Jarcha se convirtió en la voz y en la esperanza de muchos españoles que ansiaban salir del silencio y vivir en libertad. Sólo algún desmemoriado o ignorante puede negar cómo se sintió y cómo se cantó a pie de calle esa canción durante aquellos inciertos e ilusionantes años.

No sería justo reducir la vibrante y prolífica obra de este grupo andaluz a un único tema. Entre tanta ilusión y esperanza, Jarcha también nos dejó un buen número de canciones excepcionales como “Cadenas”, con una preclara advertencia sobre los límites de la democracia: “La cadena es siempre igual: eslabón que a mí me sueltan a otro se lo apretarán (…) No hay libertad sin cadenas”. Pese a todo, la ilusión podía más que las dudas. El grupo llenaba teatros colapsando las calles de Madrid o tantas otras ciudades españolas y el público cantaba “A Galopar”, “Andaluces de Jaén” y, lo que aún sorprende, canciones populares andevaleñas como la “Jotilla de Aroche”, “Carnavalito”, “Coplas de San Benito” o “Fandango de Encinasola”.  

En la Transición no todo se redujo a un pacto entre las viejas y las incipientes elites políticas, en su curso influyeron periodistas y muchas voces, conocidas o anónimas.

Se ha de reconocer que Jarcha contribuyó a construir nuestra democracia con melodías y letras que despertaron muchas conciencias dormidas o silenciadas. Recordarlo es de justicia poética.