Ni en sus sueños más estimulantes Carles Puigdemont se podía imaginar una situación más idílica. El Tribunal Supremo, con Marchena al frente, le ha puesto en bandeja la pole position de las autonómicas. Casi se vislumbra que el candidato de Marchena en Cataluña es Puigdemont. Quizás, ambos coincidan en que si las cosas van mal, su protagonismo es mayor.

Puigdemont tiene al menos cinco motivos para estar agradecido con Marchena. Lo lógico es que, desde Waterloo, el expresidente catalán le enviara un jamón, porque le allana un camino complejo hasta llegar a las elecciones.

El primero es que su adversario más íntimo, y al que ataca con saña en su libro, Oriol Junqueras, ha sido barrido de la batalla mediática. Eso ya le sirvió a Puigdemont para ganar en el último minuto y por la mínima a ERC en las elecciones de 2017. Sin Junqueras en el ring, Puigdemont sabe que cobra una gran ventaja, porque acaparará la actualidad política.

El segundo motivo es una consecuencia del primero. El miedo escénico ha irrumpido en ERC. Sin líder se saben débiles y pueden cometer los mismos errores, las mismas cadenas de errores, que cometieron en 2017, cuando acabaron por dilapidar una victoria que se les resiste. Además, este miedo escénico puede agarrotar las estructuras de ERC y hacer resurgir el gen de autodestrucción que ha acompañado en su historia al partido republicano. En definitiva, ERC está débil y sin líder y Junts per Catalunya está fuerte y su líder henchido de ardor guerrero. Tanto ardor que no duda en pisotear, ningunear y menospreciar a los chicos del PDECat, que vagan como alma en pena mendigando unas migajas de su líder.

El tercero es que pone a su servicio los éxitos negociadores logrados por ERC. La "mesa de diálogo", nunca querida ni por Puigdemont ni por Torra, ahora será el gran baluarte usado contra los republicanos. Y por si fuera poco, Torra asumirá en primera persona la negociación del reparto de fondos europeos, pidiendo lo imposible para demostrar que “el expolio” sigue vigente.

Cuarto, la decisión del Supremo de devolver a los presos a sus celdas suspendiendo su tercer grado viene como anillo al dedo al independentismo más irredento. Puigdemont se abrazará a los presos para agitar al movimiento secesionista, algo agazapado durante la pandemia, pero no disuelto, a pesar de que la gestión del Covid-19 ha sido una pesada losa para los que pensaban que “en Catalunya las cosas se harían mejor”. Visto lo visto, la respuesta es que no se harían mejor, y esto ha calado y desanimado a los independentistas. El regalo de Marchena permite desempolvar la tesis del “Estado represor” y que “con España no hay nada que hacer”.

Y quinto, y último, pero no menos importante. El Supremo ha despejado el camino a Puigdemont y a Torra para convocar elecciones. No parece que el 4 de octubre sea el día designado por los repuntes del Covid-19, pero con Junqueras de nuevo en prisión, agitando a los presos para dinamizar de nuevo el movimiento independentista y recuperando el discurso más radical como el único posible, Puigdemont allana mucho el camino. Podrá convocar cuando quiera, porque convoque cuando convoque, ERC estará débil y, lo peor, temerosa. Lo dicho, señor Puigdemont: envíe ya un jamón a Marchena. Se lo ha puesto fácil.