¿Qué le está pasando a la izquierda ibérica? Pues que no hay manera de que sus partidos se entiendan. La idílica unión es un desiderátum, un mito con poca base histórica. 

La izquierda de la izquierda que dio el Gobierno portugués a los socialistas en 2016, formando un Gobierno de coalición, acaba de votar con los conservadores --incluso con la extrema derecha-- contra los presupuestos de un primer ministro socialista. En España, la Izquierda independentista de ERC ha esperado hasta el último minuto para aprobar presupuestos, mientras que no pasa un rato sin que Unidas Podemos pida el más difícil todavía. 

En España y Portugal coinciden gobiernos socialistas que hacen equilibrios con aliados de la izquierda minoritaria y radical a la que se le puede atribuir cualquier virtud excepto la tan necesaria estabilidad. Pocos pensaban que le iban a tumbar los presupuestos al portugués Antonio Costa, pero han saltado por los aires con los votos de sus exsocios, el Bloco y el Partido Comunista. Se anuncian elecciones en un país que va bien, que crecerá un 4,8% en 2021, con una inflación del 0,9 y un paro del 6,8%. 

En España, por más que Pedro Sánchez siga aguantando los envites, tampoco hay sintonía entre el PSOE y Unidas Podemos. Los apoyos de la izquierda radical, como los del independentismo, son préstamos a costa de crecientes exigencias. Izquierdas y derechas extremas viven en Europa del desangre del bipartidismo, de la pérdida de votos de la socialdemocracia o del conservadurismo liberal. 

El creciente populismo en los países occidentales, con una ciudadanía desilusionada por las poco cercanas políticas de los grandes partidos, ha provocado una fuerte disgregación del voto que obliga a pactos infinitos y raros. Sin las izquierdas y las derechas extremas (no solo los conservadores pueden ser ultras) es casi imposible gobernar España o Portugal. 

Al revés de lo que sucede en Francia, en el Reino Unido, los partidos de centro siguen siendo ignorados en la península ibérica, despreciados por la intelectualidad y por las propias izquierdas. Olvidan que la mayor parte de los ciudadanos vota centro. En España, un 49% de las papeletas va a PSOE y PP. En Portugal, socialistas y PSD atraen al 64% de los votos. El electorado está en el centro, pero los políticos miran a los extremos y rechazan, por miedo a perder a sus fieles, los pactos de Estado.

En territorio luso, pocos creen que, en las próximas elecciones, algún partido consiga la mayoría absoluta, menos aún que crezcan los anticapitalistas. Y eso lo intuyó el gran estratega Antonio Costa cuando decidió no aceptar nuevas peticiones de los exsocios. Ellos siguieron estirando la cuerda porque, en definitiva, prefieren un socialismo débil e incluso que suba la derecha. Según los sondeos, la única consecuencia clara del desplante de la izquierda radical será -paradójicamente- un aumento de la extrema derecha de Chega

De poco han valido las conquistas sociales. En Portugal, desde que llegó el socialismo y la jerigonza en 2015, el salario mínimo ha aumentado un 33%. Costa planeaba subirlo hasta 705 euros, pero el PC le exigía llegar a 800; mientras que el Bloco quería acabar con la reforma laboral aprobada por la Troika europea. 

La constante exigencia de aumentos del gasto público sigue siendo la única receta de la izquierda radical para dirigir un país. Esa postura, precisamente, llevará a unas elecciones que tienen poco o ningún sentido en un Portugal que volvía a crecer y a atraer turismo e inversión extranjera. Muy desesperados deben estar el Bloco y el PC --ambos con pérdidas de votos en las municipales de octubre-- para tumbar los presupuestos. Algo inédito desde 1974. 

Sánchez, que siempre se ha mirado en el espejo portugués, debe estar intranquilo, porque el socialismo español tampoco va a tenerlo fácil en el resto de la legislatura. A Unidas Podemos, ahora liderada por la sindicalista Yolanda Díaz, tampoco le interesa llegar a las próximas elecciones con un Partido Socialista demasiado fuerte. Díaz continuará exigiendo a Sánchez una posición muy relevante dentro del Gobierno y, sobre todo, más poder para los sindicatos. 

Los partidos minoritarios se alimentan de la falta de mayorías absolutas. Por eso, temen perder su no tan pequeño espacio de poder si a los socialistas les va bien. Aquí y allá, vuelve la desunión, el enfrentamiento y, en consecuencia, crece la inestabilidad en España y Portugal. Jugar a la ruleta rusa entre aliados puede acabar en el suicidio colectivo de la izquierda.