Soy hombre, blanco, heterosexual, padre de familia numerosa, orgulloso castellanoparlante en Cataluña, profesional autónomo, defiendo el capitalismo y estoy bautizado. Sí, lo sé, estoy en peligro de extinción. Seguramente soy producto de los valores que me enseñaron mis padres, pero ni me voy a arrodillar ni voy a pedir perdón por ello. Como no me harán caso, no pediré a ningún político que impulse una manifestación en favor de personas políticamente incorrectas como yo. Lo que sí imploro es que al menos nos dejen trabajar, no nos criminalicen y que nos respeten un poquito, aunque no pertenezcamos a ninguno de los colectivos de moda que monopolizan el debate público en la nueva cultura de la corrección política.

Todos sabemos que hace ya algunos años que la izquierda española abandonó a su suerte a “los trabajadores”. Zapatero, imitando a Obama, cambió el enfoque electoral del PSOE: pasó de ser un partido con discurso transversal apoyado en su tradición “obrera” a un partido que pretende ganar las elecciones sumando el apoyo de diferentes lobbies y minorías muy bien organizadas. Como la credibilidad del PSOE en defensa del trabajo estaba (y sigue) bajo mínimos, enterró la bandera roja e izó las banderas moradas, verdes, tricolores, arcoíris, la de Bob Marley y alguna más que seguro me dejo en el tintero. Menos la bandera de todos, la Rojigualda, agarran cualquier trozo de tela que les pueda dar rédito electoral y, mejor aún, si sirve para ocultar su carencia de proyecto común.

La izquierda y los grandes medios de comunicación --valga la redundancia-- se olvidan por completo de buscar solución a los problemas usuales. No ponen el foco en aquello que nos afecta a todos, abanderados o no. Se olvidan de que nos masacran a impuestos para cubrir el déficit que genera la administración, que no generan las condiciones necesarias para la creación de empresas y empleo, que aplauden a los okupas, que cuestionan la propiedad privada, que no mejoran los servicios sociales y que la sensación de inseguridad crece cada vez más en más barrios.

No contentos con esta dejación de gobernar para la mayoría, se atreven a disparar contra la educación concertada, incordian a los católicos (con el islam no se atreven), expulsan de facto a las clases medias del acceso a prestaciones públicas, desprecian a los empresarios, criminalizan sistemáticamente al varón por el simple hecho de serlo y si cuestionas que quizás haya que regular el número de inmigrantes en algunos de nuestros barrios eres un “nazi racista comeniños”.

En la primera potencia mundial, Estados Unidos, Donald Trump no ganó por casualidad. Los “sin bandera” salieron a votar hartos de la imposición de ideas de la izquierda y de sufrir el no aprecio de Obama y sus amigos. Ahí lo dejo.