En la Grecia arcaica y clásica, el oráculo, la consulta a los dioses, era obligatoria en la toma de decisiones de gobierno. Al oráculo se le podían hacer preguntas para decidir qué hacer en cuestiones personales, pero cualquier acción política, comercial o militar requería saber la opinión del dios. Muchos gobernantes justificaban sus actos porque la divinidad había hablado y dicho cómo actuar, dictándole incluso las llamadas “leyes sagradas” que legitimaban asuntos tan importantes como la distribución de las tierras, la atribución de poderes, las relaciones de familia e incluso el derecho penal. El dios decide, trasmite su voluntad y el gobernante ejecuta. Según Aristóteles, en su Ética a Eudemo: “Él [refiriéndose al dios] lo ve todo claro, el porvenir, el presente y todo aquello de lo que el razonamiento se separa. Por ello lo ven los melancólicos y los que sueñan la verdad”.

En la antigüedad muchos gobernantes justificaban sus actos porque la divinidad había hablado y dicho cómo actuar, y parece ser que en la actualidad hay quien sigue pensando que eso sigue siendo así

Parece ser que en la actualidad hay quien sigue pensando que eso sigue siendo así, o al menos, quiere hacernos creer algo semejante. El presidente de los EEUU, Bush hijo, decía que “Dios dirige las decisiones políticas aprobadas en la Casa Blanca” y en octubre de 2005 afirmó que el Creador le había pedido acabar con la tiranía de Irak. De forma más inspirada, José María Aznar escribió en sus memorias que tras sufrir un atentado de la organización terrorista ETA del que salió ileso, soñó con Dios y éste le dijo: “ Jose Mari [nótese la familiaridad empleada], si te he salvado es porque te necesito vivo para que lideres a la humanidad”. Uno de los últimos casos de inspiración divina es el del presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, que desde que tomó posesión de su cargo en junio de 2016 ha dado unos cuantos titulares. Dicen de él que tiene dos esposas, dos novias y que toma viagra para seguir respondiendo como un campeón. En su lucha contra el narcotráfico no ha dudado en usar la violencia salvaje e incluso alentar a la población para que formen patrullas civiles que se tomen la justicia por su mano. Y ha surtido efecto, por el momento se habla de 4.726 muertos que al presidente le parecen pocos, ya que se ha comparado con Adolf Hitler para decir que estaría feliz si se liquidara a los tres millones de drogadictos que hay en su país. Parte de su política es insultar a quien le plazca. Llamó “hijo de puta” a Obama cuando éste criticó sus discutibles métodos en la lucha contra la droga, al embajador norteamericano en Filipinas por su condición de homosexual, y al propio Papa Francisco porque, debido a la visita del pontífice al país, tardó cinco horas en llegar de su hotel al aeropuerto y literalmente expresó: “Papa, hijo de puta, lárgate a casa, no nos vuelvas a visitar”.

Pero según el propio presidente, Dios ha decidido tomar cartas en el asunto y no hace mucho en un vuelo de vuelta de Japón, Duterte mantuvo una conversación “divina” en la que recibió instrucciones para no seguir insultando: “Estaba mirando el cielo cuando escuché una voz que me dijo, o paras o haré caer este avión”. Tras asegurarse con quién hablaba, el presidente prometió no hacerlo más. Últimamente anda más tranquilo, canta en el karaoke con el primer ministro de Malasia, uno de los videos más vistos en el sudeste asiático y ha felicitado a Donald Trump por su triunfo, ya que se considera próximo a él, dado que los dos dicen palabrotas “porque no les faltan buenas razones”. No puedo evitar escribir, Dios los cría y ellos se juntan. Amén.