Un amigo mío, alcalde de un pequeño ayuntamiento, se va a Estrasburgo el 2 de julio. Ya saben: la ANC, la organizadora de performances procesistas, ha montado un aplec en la capital de Europa para reivindicar alguna cosa, no me pregunten qué, hace ya un tiempo que me pierdo. Puede ser la libertad de los presos, un acta de eurodiputado para Puigdemont, un piano nuevo para Comín o un menú carcelario con menos calorías para Junqueras. Da lo mismo, el motivo es lo de menos, se trata de viajar, que viajar enriquece. En este caso, además literalmente, porque es de suponer que, como en cada sarao que organiza el procés, habrá una hucha para sostener a Puigdemont en su tren de vida, que ya sería triste que a su edad tuviera que empezar a trabajar. El caso es que mi amigo el alcalde, va.
--Voy con un par de colegas en coche particular, no en autobús. Y nada de ir y volver, sino que aprovecharemos para pasar cuatro o cinco días por la zona.
Eso sí es un viaje reivindicativo. Si lo llego a saber con tiempo, puede que incluso me hubiera sumado. Ahí es nada, una excusa patriótica para dejar atrás a la señora durante cinco días y correrla con unos amigotes por esa Francia de Dios. Si para ello es necesario añadirse a la manifestación, tenga ésta el objeto que tenga --no hay forma de recordarlo, ustedes disculpen--, me sumo, que si París bien vale una misa, cinco días --con sus noches-- de juerga en Francia bien valen colgarse un lazo amarillo y hacer un rato el ganso.
No son pocos los catalanes que van a aprovechar la tan patriótica manifestación para hacer turismo. De hecho, entre las ofertas de viaje organizado en bus se incluye la de pasar en Estrasburgo un par de días. El catalán es un pueblo bien curioso, que va a proclamar a la capital de Europa su situación oprimida y aprovecha para hacer turismo y atizarse unos banquetes que asombran incluso allá, en la cuna de Pantagruel. Supongo que también los negros que en 1963, llegados desde todos los puntos de los Estados Unidos, coparon Washington en defensa de los derechos civiles, aprovecharon para ir de compras, conocer los mejores restaurantes, alternar en los clubes nocturnos y tomarse fotos en los lugares más emblemáticos de la capital.
Pegarse una paliza de viaje sólo para que Europa nos atienda es de pobres, como diría el admirado Pérez Andújar. Para eso, nos quedamos en casa. Al fin y al cabo, todos saben que nada van a conseguir en Estrasburgo, nada político quiero decir, lo demás ya dependerá de lo que esté dispuesto cada cual a gastarse. La cuestión es poner tierra de por medio con parienta y demás familia.
--No mujer, cómo vas tú a venir, con lo largo que es el viaje, quedarías agotada. Deja que sea yo quien se sacrifique por Cataluña. Te llamo desde allí, cariño. Seguim!
Es de esperar que los circuitos turísticos organizados por la ANC se prolonguen en veranos sucesivos. Irse de vacaciones al estilo habitual, sin más, mientras los políticos del procés siguen presos, sería visto como insolidaridad en según que círculos: “¡Los vecinos del quinto se han ido una semana a Cancún! ¡Con lo oprimidos que estamos los catalanes! Hay que ver qué poca solidaridad tienen algunos”. Por el contrario, si las vacaciones se aderezan con una pequeña manifestación, no sólo los vecinos van a tener que callar --y corroerse de envidia--, sino que uno mismo saldrá de viaje con la conciencia tranquila, sin aquel sentido de culpa que le atenazaba. Ponga usted una manifestación en sus vacaciones, verá qué cambio.