La laicidad es un valor de honda tradición republicana, a la que va siempre ligado. La Navidad es una festividad religiosa de antigua tradición cristiana. Al menos, así lo tengo asumido desde hace mucho tiempo, aunque tal vez equívocamente. El caso es que llevo días sumido en un estado de inquietud, mientras trato de discernir cuales son los "valores laicos de la Navidad". Todo por causa y origen de la iniciativa infumable del gobierno municipal comunsocialista o sociocomún barcelonés de adjudicar a una empresa la programación de actos de las próximas fiestas “poniendo de relieve los valores laicos de la Navidad y fomentando la cultura comercial de proximidad de la ciudad”.

Desconozco si le habrá invadido a mucha gente esta inquietud. Lo cierto es que pregunté a gente diversa por la cuestión: aunque solo fuese por dejar de vivir sumido en un estado de desasosiego mental. Nadie sabía dar una respuesta clara, hasta que casualmente, en medio de una dilatada conversación divagando sobre asuntos varios y diversos, le pregunté a un buen amigo sociólogo –el orden de los factores importa poco en este caso. Su respuesta fue tan rápida como clara: el consumo, el hiperconsumo navideño, me dijo. ¡Estaba claro! De golpe, se me despejó la duda e incluso comprendí la alusión a eso de la cultura comercial de proximidad.

Cierto es que ya andaba dándole vueltas también a eso del vale de veinte euros que la corporación municipal y en concreto el concejal Jaume Collboni, responsable de promoción económica, anunció para potenciar el comercio de proximidad, asunto que me llenaba de dudas, además de parecerme igualmente infumable. No ya porque soy incapaz de imaginar qué hacer con un bono, vale o como se llame de ese importe en cualquier establecimiento de Paseo de Gracia, por ejemplo, sino también porque conozco gentes diversas para quienes el comercio de proximidad más preciso se reduce a Amazon o a esa serie de empresas, como Glovo, que resumen su actividad en “tu comida a domicilio”. 

La duda surgía también por el hecho de no tener claro como accederán a conseguir el bono o vale las personas que seguramente más lo necesitarían. Pensaba en los barceloneses y barcelonesas que, siendo los más necesitados por su estado de precariedad --expresión tan querida por la alcaldesa-- carezcan de acceso a Internet; y ya no digamos a quienes no dispongan de impresora en casa. Porque para lograr ese auxilio o dádiva, que tanto da, se debe acceder a través de una aplicación digital que el referido concejal enmarcó en lo que definió como marketplace, iniciativa que --siempre según dijo-- es “pionera”. Se supone que a nivel global o universal. En fin, en realidad hay que decir que el donativo realmente es de diez euros, porque los otros diez los abonará el ayuntamiento, es decir, todos nosotros, cosa que teóricamente fomentará el espíritu de la caridad cristiana en una sociedad tan quebrantada de valores solidarios. Por cierto: el canje de esta especie de Socorro Rojo local depende de que los establecimientos “de proximidad” se adhieran a la iniciativa. Es obvio que el ayuntamiento comúnsocialista confía en la voluntad solidaria de mercaderes y ciudadanos o ciudadanas.

La cosa, dicha así, en general, resulta francamente infumable. Pero, eso sí, tenemos una corporación imaginativa y original dónde las halla, capaz de poner macetas en medio de las vías del tren para dar un poco de color a tanto gris industrial. Estoy convencido de que si Barcelona fuese Bruselas, sobre todo después de la emigración voluntaria de algún prócer innombrable, acabaríamos comiendo bombones y mejillones como locos por real decreto municipal. Siempre con la ayuda desinteresada del Govern, claro. Aunque mejor no olvidar que no existe actuación o acción alguna de gobierno, sea en Madrid o Barcelona, que no se haga con la vista puesta en las próximas elecciones, independientemente de cuando sean.

No cabe duda de que es de vital trascendencia fomentar los valores laicos de la Navidad. ¡Consumid, malditos! Bueno, si pueden. Que, tal y como están las cosas a nivel del comercio global, podemos tener unas felices fiestas atípicas, con escasez de existencias y sin descuentos. Una situación realmente infumable en la que, tal como van las cosas, podemos acabar teniendo tantas candidaturas municipales como número de concejales hay en el Ayuntamiento, es decir, cuarenta y uno si no me falla la memoria.

Cuando la policía se manifiesta en una ciudad tras una pancarta que rezaba Por la seguridad pública, lo menos que se puede pensar es que algo va mal o muy mal. Obligados a disolver cualquier tipo de altercado a besos y regalando flores, como si estuviésemos en la revolución de los claveles portuguesa, los policías, sean mossos o municipales, reclaman herramientas para afrontar el incivismo y culpan a “los políticos” de utilizarlos por exclusivo interés. El caso es que aquí, mientras Oriol Junqueras y otros indultados se van a San Sebastián --buen sitio, dicho sea de paso-- a manifestarse a favor de los presos etarras, ¡aquí no gobierna ni pone orden ni Dios! Infumable, pese a que ahora algunos, incluida ERC quiera legalizar el consumo de marihuana y cannabis. Hay que reconocer que, pese a tratarse de un antiguo debate, estos chicos son unos modernos.

P.S. Alfredo Pérez Rubalcaba dejó dicho que “en España se entierra muy bien”. Le faltó añadir que se esculpe muy mal. El busto descubierto en el congreso valenciano del PSOE es la mejor expresión de lo que definió como "gobierno Frankenstein": no le reconocería ni la madre que le parió. Más parece una venganza de Pedro Sánchez a quien echó de Ferraz hace unos años que un homenaje. Infumable.