En los últimos tiempos, vivimos rodeados de una atmósfera de pesimismo militante. Razones no nos faltan, la crisis del 2008 de la construcción y la subsiguiente de la deuda soberana nos dejaron el cuerpo maltrecho, y cuando empezábamos a ver un horizonte radiante, emerge un bichito, que nos lleva a una pandemia mundial, arrastrándonos a la desolación humana y económica.

Estamos en el intento de volver a resurgir. El pesimismo y la recuperación va por territorios, en algunos la euforia constante en otros las dudas existenciales.

En Cataluña, el clima sociopolítico que se ha vivido en los últimos años ha facilitado que, desde muchos sectores, algunos con buenos deseos y otros con aviesas intenciones, se extienda el ruido “no vamos bien”. La confrontación política permanente que se vive también en España y en la ciudad de Barcelona refuerza esta visión.

Por consiguiente, estas notas podrían ser el epílogo de una historia fácil. Pero tengo la percepción de que, a pesar de los agoreros profesionales que ya han diagnosticado el fin del mundo y que navegamos cual Titanic, la realidad es mejor. Los motores vuelven a funcionar, lentamente, con precaución, con temores lícitos, pero arrancando.

Hay muchos pequeños ejemplos de los encendidos positivos de los motores.

La decisión de la empresa de Corea del Sur, ILJIN Materials, de instalar su primera fábrica en Europa para producir láminas de cobre para baterías eléctricas y otros productos electrónicos. Es una buena noticia que se quiera instalar en el campo de Tarragona. Otro buen dato, no olvidemos la necesaria distribución territorial de la riqueza. En resumen, es inversión extranjera y puestos de trabajo. Que desde Asia se nos contemple y valore por el rigor profesional y laboral es un dato positivo.

Otro ejemplo, la normalización de los asistentes al gran premio de Fórmula 1 de España celebrado en Montmeló, Barcelona, Cataluña. No lo dejemos en el apartado turístico, como un gran show televisivo, con corredores españoles en puestos relevantes. Lo relevante es que volvemos asociarnos con la innovación del motor (un detalle minúsculo pero visual es el tiempo que se tarda en cambiar las ruedas de los vehículos y repostar, comparémoslo con el que se utilizaba hace diez años). La respuesta es innovación, innovación y mucho trabajo de laboratorios y equipos. Solo puedes atraer a estos equipos si hay un hábitat de transferencia tecnológica favorable. No olvidemos que, en la actualidad, en todo tipo de carreras (coches, motos, bicicletas...) los avances se trasladan al mundo comercial. Siendo la seguridad un gran vector.

También destaca el impulso al Digital Innovation Hub de Cataluña, una plataforma de actores públicos y privados relevantes que pretende convertir nuestro territorio en un escenario de innovación, captación de talento y excelencia.

Sirvan estas breves reseñas para fijar el objetivo de una realidad que se mueve: la llamada industria 4.0, que impulsa tecnologías transversales, inteligencia artificial, la impresión 3D, la robótica, la sensórica, la conectividad, la simulación, la biomedicina, la fotónica, la alimentación y otros... hace que el mundo tangible y el mundo virtual se hayan unido de forma inseparable.

Mas allá del ruido, hay vida. Apostemos por un ecosistema de innovación abierto y plural. Y apostemos también por la conexión inteligente de todos los actores de este ecosistema. Empresas, administraciones públicas, asociaciones, clústeres, centros tecnológicos, universidades, escuelas de educación primaria, secundaria, de formación profesional (la educación y, sobre todo, la velocidad a la que se educa sigue siendo una gran ventaja comparativa entre territorios), grupos de investigación, infraestructuras singulares… todos aportan capacidades al ecosistema y competitividad al territorio.