Josep Pla decía que podemos clasificar nuestras relaciones personales entre “amigos, conocidos y saludados”. Si es así, mi relación personal con Oriol Junqueras se limita a la simple condición de saludado. Nos saludamos en varias ocasiones cuando él no había entrado todavía en la política activa y ambos coincidíamos en Catalunya Ràdio como colaboradores. No le he tratado y le tengo respeto personal y político; critiqué los muchos meses de prisión preventiva a los que fue sometido junto a sus compañeros de causa y lamento su actual encarcelamiento.

No obstante, también lamento que el presidente de ERC mienta una y otra vez sobre gran parte de lo que en Cataluña llevamos vivido y sufrido estos últimos años, en especial desde el infausto y nefasto otoño de 2017. Entre otras cosas porque me consta que Oriol Junqueras se proclama cristiano, en concreto católico, y su religión considera que la mentira es pecado. La mentira atenta también contra la moral laica y republicana, que es la mía, y desde esta condición me dirijo al exvicepresidente del Gobierno de la Generalitat.

En el programa de La Sexta Lo de Évole asistimos a una pugna dialéctica entre Junqueras y su entrevistador, que le instó una y mil veces a reconocer en público la falsedad palmaria del relato de la vía unilateral a la independencia de Cataluña. Como en tantas otras ocasiones, como sucedió hace pocas semanas en una entrevista en El País y como siempre que esta cuestión ha salido a relucir, Junqueras no solo negó la existencia de esta mentira sino que mostró su indignación, incluso su irritación, ante la mera pregunta planteada al respecto.

Lo hizo, además, apelando a su lamentable condición de preso, como si el simple hecho de estar encarcelado convirtiese a cualquiera en inmune a la mentira o a la falsedad. Rehuyó aquel “y una mierda, y una puta mierda” con el que despachó a Claudi Pérez y Miquel Noguer en la entrevista antes citada, pero de hecho se ratificó en su posición, como solo sostienen a estas alturas algunos, por fortuna cada vez menos, de los dirigentes secesionistas.

Negar que todo el relato del procés es una sucesión interminable de mentiras  es una nueva mentira, una nueva falsedad. Tal vez pueda ser una estrategia electoralista a corto e incluso a medio plazo para ERC, pero para el conjunto de la sociedad catalana, para Cataluña como país, la contumacia en esta actitud es un desastre. Menospreciar, despreciar, ningunear a más de la mitad de la ciudadanía, que una y otra vez ha dejado claro que no vota independentista, no hace nada más que enquistar un problema que no es solo político sino que sobre todo es social y cívico, convivencial o coexistencial. Haría bien Junqueras en atender la opinión de su compañera y amiga Carme Forcadell, también presa, cuando se reprochó a sí misma, y reprochó al conjunto del movimiento separatista, su falta de empatía para quienes no compartimos su proyecto político.

Porque el problema principal ahora está aquí, en el reconocimiento público de la mentira en la que se basó todo el relato del unilateralismo independentista. La manipulación constante del lenguaje, la utilización sistemática de supuestas pero en realidad inexistentes mayorías sociales, la transformación de un plebiscito perdido en una victoria electoral, toda la sucesión de disparates políticos y jurídicos perpetrados durante el otoño de 2017, solo pueden terminar con el reconocimiento público del grave error cometido.

Somos muchos los que esperamos que se produzca este reconocimiento público. Porque solo a partir de entonces será realmente posible el necesario reencuentro entre todos los ciudadanos de Cataluña.

Mientras, Oriol Junqueras, no olvides que mentir es pecado.