En el juicio del procés, el comportamiento de los testigos de las defensas e incluso de algunos abogados defensores está causando algo más que malestar en la Sala. Las explicaciones tranquilas y firmes de Marchena están empezando a dejar de serlo. Un Fernán Gómez en estado puro los hubiera mandado ya a un sitio escatológicamente muy conocido. ¿Por qué estos ciudadanos tienen estos comportamientos propios de niños malcriados?

Sus sonrisas oblicuas, sus envalentonados comentarios o sus alucinadas reflexiones son gestos característicos de su infantilismo consentido. Es posible que algunos, al salir de la Sala, se den de bruces con el suelo tras darse cuenta que han tropezado con un No --real y contundente-- fuera de Cataluña, su zona de confort. Si se colman generosamente sus caprichos, los psicólogos repiten una y otra vez que los niños malcriados tienen muchas posibilidades de convertirse en personas deprimidas y frustradas. ¿Estará el Poble Català a punto de entrar en una fase de depresión, hasta ahora desconocida?

Otro signo característico de estos independentistas es la pérdida de sentido del ridículo y de la vergüenza, que a la larga puede agudizar los problemas de autonomía y de responsabilidad. Muchos vecinos europeos --incluidos bastantes del resto de España-- no salen de su asombro ante el espectáculo que, en Cataluña o en Madrid, está ofreciendo el movimiento independentista, soberanistas reprimidos incluidos.

No es necesario tirar de hemeroteca, como en el caso esperpéntico de Jordi Graupera, para ser testigo de cómo expresa cualquier político nacionalista su más hondo sentir xenófobo e intolerante. Un ejemplo fue el comentario que Jordi Martí realizó hace unos días sobre el uso que Luz Guilarte, segunda de Valls, estaba haciendo del castellano en un debate sobre movilidad en Barcelona. Al número dos de Colau se le escapó entre sonrisas su rechazo a más de la mitad de los barceloneses, es decir, a los castellanohablantes. ¿Qué ha respondido la alcaldesa Colau?

A muchos les ha extrañado este comportamiento de niño malcriado que desprecia a sus vecinos, siendo el tal Martí un viejo militante y cargo apesebrado del PSC durante décadas hasta 2015. No es el único caso de xenófobo que, por fin, ha salido del armario. Ahí están Marina Geli, Ernest Maragall, Ferran Mascarell y tantos y tantos mantenidos que han vivido de lo público y del apoyo que el PSOE (no el PSC) recibía en los grandes municipios del cinturón de Barcelona, ese macroespacio habitado por la “basura blanca” que Franco trajo intencionadamente, según Graupera o el útil y obediente Justo Molinero. ¿Cómo es posible que el socialismo municipalista catalán no denunciara en su momento que en su seno se escondían tantos fanáticos del identitarismo? Extraña mucho porque era sabido por todos y todas que la frontera entre los ultras de ERC y el catalanismo del PSC, en ocasiones, ni existía.

Tuvieron que ser muchos votantes white trash los que, poco a poco, abandonaran el falso progresismo del PSC o de IC para acabar apoyando a un socialdemócrata Cs, trasmutado después en un partido liberal españolista. Y sí, ahí siguen todavía centenares de miles de catalanes que piensan que son de izquierdas pero que rechazan cualquier atisbo de nacionalismo. ¿A qué espera el PSC para recuperarlos? Al final, si no lo consigue, la Cataluña de los niños malcriados habrá triunfado, por mucho que Marchena se empeñe en mandarlos al rincón de pensar.