Es un error admitir como únicas acepciones de catalanismo las que ofrece el diccionario del Institut d’Estudis Catalans, a saber: la lingüística (forma de expresión catalana usada en otra lengua), la emocional (devoción a las características y a los intereses nacionales catalanes) y la política (movimiento que defiende el reconocimiento de la personalidad de Cataluña o de los Países Catalanes). Además de estas existen otras acepciones que aún no han sido reconocidas.

El catalanismo hispánico es, según Roberto Fernández en su Combate por la concordia (2021), una corriente progresista en lo social y no soberanista en lo nacional, una suerte de doble patriotismo que exige un respecto al “hecho diferencial” de la nación catalana dentro la pluralidad española. Es un catalanismo no nacionalista “que piensa que Cataluña es una nación cívico-cultural (y no étnico-cultural) y también un sujeto político (el demos catalán es el que aprueba sus Estatuts y actúa en el Parlament) que no precisa acudir al soberanismo ni crear un Estado exclusivo porque vive como propiamente suyo al Estado-nación España”.

Otro tipo de catalanismo sería el cultural como forma de dedicación al estudio de las lenguas, literaturas o culturas catalanas. Hay que admitir que en esta corriente hay profundas diferencias entre sus practicantes, están los puros o excluyentes que consideran que el catalán es la única lengua propia de Cataluña y por tanto ignoran la producción literaria que está escrita en castellano, frente a los mestizos o inclusivos que niegan esa aberración. Una variante colorista es el catalanismo culé que practican las peñas barcelonistas o aficionados afincados fuera de Cataluña, una admiración que en los últimos años ha optado por el silencio ante el manoseo independentista del Camp Nou y ha encontrado como refugio la devoción al icono Messi.

Otra forma bien distinta de identificación con la realidad catalana es el catalanismo étnico, muy arraigado entre los procesistas, aunque sólo se manifieste en círculos de amigos o en las redes sociales como signo de “lucidez”, distinción o pureza ante los seguidores. Habría que distinguir también entre el catalanismo popular y el burgués, entre el republicano y el monárquico, entre el franquista y el demócrata, entre el arrelat o católico-excursionista y el charnego o converso, etc. La tipología es amplia y, puesto a ser puntilloso, infinita.

Existe, no obstante, una forma de catalanismo light o admirador al que no se le ha prestado atención y que, en la actualidad, está muy próximo a la extinción. Durante años, para muchos españoles, Cataluña fue sinónimo de modernidad. Todo lo que llevaba el sello de haber sido manufacturado, diseñado o pensado en Barcelona y alrededores tenía un plus de calidad, procediera de la industria textil, del urbanismo, del mundo editorial, del teatro, de la política, de la filosofía, de la medicina, de la pedagogía, de la universidad, del deporte…, fuera un sindicalista o un vendedor de porteros automáticos.

A partir de 2010, el procés ha sacado del armario al catalanismo hispanófobo, lo ha reconvertido felizmente en independentista y ha encerrado dentro y con llave al resto de catalanismos. La apuesta arrogante y atrevida de este catalanismo sectario ha dilapidado la enorme herencia inmaterial acumulada en los dos últimos siglos por una Cataluña que fue fábrica de España y puerta de Europa, y que tanta admiración despertó entre la ciudadanía española más liberal y progresista.

El último episodio del catalanismo hispanófobo fue la exhibición que hicieron varios líderes políticos durante el pasado debate de TVE, cuando se negaron a hablar en la lengua común, pese a que así se acordó por ser emitido para toda España. El fanatismo enfermizo de Laura Borràs, Pere Aragonès, Ángels Chacón y Carles Riera --con el beneplácito de Jèssica Albiach y algún guiño puntual de Salvador Illa-- dejó al descubierto la imposibilidad de cualquier diálogo con individuos que desprecian a la mitad de la población catalana y al resto de la ciudadanía española. El ridículo mayúsculo lo protagonizó el moderador, Xabier Fortes, ninguneado una y otra vez por los intervinientes.

El catalanismo light, si aún queda algo, pudo constatar que el catalanismo independentista sigue enrocado en su idea de la separación, aunque eso suponga arrastrar tras sí y ante todo el mundo el cadáver corrupto del procés. Son unos estultos o pagados de sí mismos si olvidan que, sin el catalanismo hispánico y sin la España catalanista, su viaje será siempre a ninguna parte, aunque para alcanzar la mayoría absoluta les baste con el apoyo de tan sólo una tercera parte del electorado. En fin, desavenencias familiares e historias de un armario.