El incorregible Quim Torra insiste en su relación epistolar e imposible con Pedro Sánchez: si usted quiere mi apoyo (se supone que el de JxCat) debe concederme un referéndum. Y obtiene la respuesta de siempre: en Madrid no hay ninguna ventanilla de concesión de referéndums. En realidad, el presidente de la Generalitat no pretende incomodar al candidato a la investidura sino a sus socios de ERC, quienes se están cargando de razones para apoyar a Sánchez sin esperar grandes concesiones, en un ataque de pragmatismo que asusta al presidente de la Generalitat. Y este reacciona dando una patada a ERC, sus compañeros de gobierno, al menos los martes por la mañana, pero en el culo de Sánchez.

ERC no se da por enterada del nuevo incidente porque ya no viene de aquí una desavenencia más, al fin y al cabo, el daño causado por los recientes acuerdos locales y supramunicipales de unos y otros con el PSC parece irreparable. Los republicanos limitan la relevancia de la carta de Torra al presidente del Gobierno español en funciones a un simple mensaje de advertencia a la resistencia posconvergente atrincherada en algún despacho del PDeCAT, unos pocos que dieron la sorpresa cuando la moción de censura contra Mariano Rajoy, los mismos que se han conjurado a no dejarse someter por los antipartido de JxCat.

Todo esto es muy interesante para el universo independentista, inmerso en un maremágnum de fidelidades agrupadas en muchos campamentos de tácticas contradictorias, a la espera de la aparición de una estrella en el firmamento que les ofrezca una nueva ruta. La cuestión es que sus guerritas y su desorientación son presentadas como las propias del país, considerado como uno, simple y ortodoxo. Torra, que no tiene voto en el Congreso, se atribuye el privilegio inexistente de condicionar el supuesto voto de Cataluña en la investidura, a partir de su interés o el de su partido, si es que lo tiene. Obviando la evidencia de la total responsabilidad de los diferentes grupos parlamentarios en la fijación de su voto, extremo que le ha recordado ERC amablemente.

¿Quién hace caso ya a Torra? Tal vez la presidenta de la ANC, Elisenda Paluzie, con quien parece compartir una aversión indisimulada respecto de los partidos políticos, aunque sean independentistas o precisamente por serlo. Los dos escriben larguísimas cartas en las que coinciden en un análisis político de la situación algo alejado de la realidad. La prueba de fuego de estas visiones voluntaristas llegará al día siguiente de la sentencia del Tribunal Supremo y solo hay que esperar que sus iniciativas no empeoren la situación.

Los partidos, en general, no se han demostrado especialmente acertados en los últimos años. Los primeros en saberlo son ellos; prácticamente en su totalidad han protagonizado cambios programáticos, virajes en redondo, refundaciones, divisiones e incluso desapariciones y, sin embargo, cuesta intuir cual es la alternativa a su papel constitucional como actores políticos representantes de la pluralidad y mediadores con el electorado para conformar la voluntad popular.

La denominada nueva política se ha quedado en muchos casos en política rejuvenecida y la movilización aparentemente espontánea del pueblo para dar supuestas lecciones de democracia a gobernantes y representantes democráticos tampoco ha adquirido el crédito suficiente para ser presentada como una alternativa. Salvando las grandes demostraciones patrióticas-institucionales-televisivas del 11 de septiembre, más bien se han limitado a ejercicios de desobediencia impulsados por los desobedientes profesionales que no han conseguido rédito político palpable ni para el país ni para su propia causa.

Cuando Torra-Paluzie señalan a los partidos, lo que deben hacer si pretenden seguir siendo útiles al proyecto soberanista que ellos dos aspiran a personalizar (intuyo que para horror de muchos independentistas), hay que preguntarse en qué están pensando de no hacerles caso dichos partidos, cosa muy probable. El último intento de superación de partidos por decreto fue la Crida Nacional impulsada por el mentor de Torra y fracasó al día siguiente de ser presentada en sociedad, algo similar a lo sucedido con el Consell per la República. Lo que se les pueda ocurrir a Torra-Paluzie rozará la pesadilla, a menos que decidan irse a casa.