Como cada año desde que se instauraron a mediados de los 80, los planes de pensiones privados entran en nuestras casas por Navidad con una puntualidad suiza.

Los gobiernos españoles nunca han promocionado directamente esta fórmula de ahorro. Mariano Rajoy, por ejemplo, no los ha utilizado jamás.

Ese papel queda para los organismos internacionales, que de cuando en cuando recuerdan sus ventajas.

El último ha sido la OCDE. Avisa a los españoles de que mientras aquí los activos acumulados en los planes de pensiones apenas suponen el 14,3% del PIB, en países que miramos como modelo sus fondos equivalen al 205% del PIB (Dinamarca), el 133% (Estados Unidos) o el 97% (Reino Unido).

La rentabilidad financiera de los planes de pensiones es discutible, por no decir, inexistente

Pero lo cierto es que, al menos en el caso español, los planes de pensiones solo son una buena opción para ciertos perfiles de ahorrador. Su rentabilidad financiera es discutible, por no decir, inexistente. Según los datos recogidos por el Ministerio de Economía, los planes de renta fija, los más conservadores, perdieron un 0,13% el año pasado; los de renta mixta --más deuda que acciones--, ganaron el 0,98%; y los de renta variable --bolsa directa--, el 5,47%.

Para calibrar bien esas ganancias se deben tener en cuenta sus costes, o sea, las comisiones. La más baja del mercado, la que se aplica en los fondos que dan poco trabajo a sus administradores –los de renta fija- supone un 0,70% del patrimonio, haya beneficios o pérdidas. Eso quiere decir que en 2015, los ahorradores que disponen de un plan de renta fija perdieron el equivalente al 0,83% de todo lo invertido a lo largo de los años. La comisión se aplica siempre, al margen de si ha habido beneficios. 

En el caso de quienes tuvieron la suerte de ganar el 5,47% porque su plan apuesta por las acciones, deben descontar a ese retorno el 1,75% que le aplica la gestora, lo que supone reducir la ganancia al 3,72% después de haber asumido el riesgo de poner el patrimonio en el mercado de valores, la opción más volátil.

A esas rentabilidades hay que restar, lógicamente, el efecto de la inflación, cuando la hay. Las cifras relativizan seriamente el interés financiero de los planes.

Su atractivo fundamental es el fiscal: las cantidades aportadas se detraen de la base imponible del IRPF, como si el contribuyente no hubiera ingresado ese dinero; no tiene que tributar por él.

Pasará cuentas con Hacienda cuando rescate las aportaciones. En realidad, lo que hace el partícipe de un plan de pensiones es diferir el pago de impuestos desde la vida activa a la jubilación, cuando la retención a cuenta desciende hasta el entorno del 15%, una tasa más baja que la media de los trabajadores en activo.

El interés fiscal tiene relación directa con el nivel de ingresos en la vida laboral, que algunos especialistas han calculado en el umbral de los 60.000 euros anuales

Por tanto, el interés fiscal tiene relación directa con el nivel de ingresos en la vida laboral. Algunos especialistas han calculado que el umbral de renta que hace interesante disponer de un plan privado son 60.000 euros anuales. Eso, siempre y cuando los cambios tributarios que nuestros gobernantes introducen antes y después de las elecciones de turno no distorsionen la planificación más solvente.

La devaluación salarial que nos ha dejado la crisis no solo ha reducido la capacidad de ahorro, sino que también disminuye el interés tributario de los planes. Es normal, pues, que los españoles no sean los más entusiastas del mundo de esta fórmula de previsión.

La OCDE insinúa torticeramente que ese desapego responde a que aquí la tasa de reemplazo (cuánto supone la pensión respecto del último salario) está entre el 70% y el 80%. Una forma de decir que si las pensiones fueran más bajas, los ciudadanos ahorrarían más. No es cierto. En Alemania, la tasa de reemplazo es del 50%, y los activos de los planes de pensiones privados equivale al 6,6% del PIB, menos de la mitad que en España.