Muchos dirigentes políticos han descubierto que no tienen por qué ser consistentes. Pueden decir una cosa y la contraria en la misma frase o con poco tiempo de diferencia. Es el caso de Alberto Núñez Feijóo. A las pocas horas de que el Gobierno central anunciara la apertura de fronteras para el 21 de junio, salió a quejarse de que esa medida era letal para Galicia porque podría ocurrir que se llenara de gente infectada por el coronavirus procedente de otros lugares. No le importó que su frontera más cercana, la de Portugal, permaneciera cerrada hasta el 1 de julio. Luego sugirió que se refería a gente de otras comunidades y, cuando algunos políticos madrileños se quejaron, Núñez Feijóo no tuvo reparo en desdecirse de nuevo afirmando que Galicia entera estaba deseando ser visitada por gente de Madrid.

No le va a la zaga Joaquim Torra. Lleva años asegurando que Cataluña vive oprimida bajo la bota española y que el resto de España sólo mira a los catalanes para robarles. De pronto, su gobierno, se da cuenta de que necesita el turismo de proximidad y lanza a una campaña para pedir a los españolitos que se olviden de los pasados enfados y que vuelvan al amor que siempre han sentido por tierras catalanas. No importa que opriman un poquito, no importa que roben otro poquito, con tal de que hagan gasto, ocupen hoteles y coman en restaurantes. Por cierto, de la fotografía de la campaña ha sido convenientemente eliminada una bandera secesionista colgada en el edificio que aparece al fondo. El discurso lo admite todo, basta con mentir un poco; la fotografía también: el Photoshop hace milagros.

Gabriel Rufián es socio de Torra la mayor parte del día. Pese a ello, no tiene empacho en votar lo contrario en el Congreso e incluso poner a caldo a los consejeros que no son de su partido. Hasta ahí pura incoherencia normalizada. El último paso lo ha dado al anunciar que no votará los Presupuestos si éstos cuentan con el voto de Ciudadanos. Ni una palabra sobre los contenidos. Cabría que a Pedro Sánchez se le ocurriera meter en la ley de Acompañamiento (cajón de sastre que todos los gobiernos han utilizado para meter de matute decenas de normas ajenas a la economía) la aprobación de un referéndum sobre la independencia de Cataluña. Aún así, Rufián votaría en contra si tuvieran el voto de Ciudadanos. Una coherencia de campeonato que no parece inquietar a muchos votantes.

Ciudadanos no se queda corto. Para aprobar esos mismos Presupuestos reclama que se cuente con el PP (lo que no depende del Gobierno, sino del PP) y que no se tenga en cuenta a Podemos. O sea, que se pierda la mayoría posible. Eso después de haber pasado de afirmar que no quería ni hablar con el PSOE porque era un partido que no respetaba la Constitución, a ofrecerse como compañero de viaje. Pedro Sánchez ha pasado del insomnio al cariño por Pablo Iglesias y éste se ha olvidado de la cal viva.

Otra que interpreta bien el donde dije digo digo Diego es Isabel Díaz Ayuso: reclamó que Madrid acelerase el paso de fases hasta que se acercó el turno de tener que decidir ella misma. Entonces se acabaron las prisas, no sea que se vea que lo suyo es sólo quejarse (en eso ha aprendido perfectamente la táctica de Torra). Por cierto, que en una misma entrevista en una televisión en abierto no tuvo problemas para explicar que ella había tenido que gestionar la sanidad y las residencias y acusar al Gobierno central de mala gestión en esas mismas áreas.

Pablo Casado también acarrea una mochila de contradicciones. No se le cae de la boca que todo lo hace por España y los españoles, pero se reserva el derecho a conceder la españolidad a quien él (con permiso de Vox) quiera. Así, son españolisimos Juan Carlos de Borbón (nacido en Roma) y Billy el Niño, pero no lo es Nadia Calviño; de ahí que no haya que apoyarla para cargo alguno en la Unión Europea. Si de verdad lo quiere, que se nacionalice. Es decir, que deje de estar cerca del PSOE (partido al que, por cierto, la ministra no pertenece). No son los únicos con la exclusiva del reconocimiento nacional: los independentistas tienen la patente sobre quién es catalán y quién no. Así, se ha podido ir sabiendo que son catalanes Jordi Pujol o Félix Millet, pero no Rosa María Sardà ni Javier Cercas. Será que no han sido tan hábiles en valores patrios que los de Puigdemont aprecian, como el fraude y el latrocinio.

En castellano hay una expresión que sintetiza esa voluntad de imponer los propios puntos de vista con o sin razón: “Lo digo yo y basta”. Aunque la retranca popular ha reconvertido la frase para dar pie a la incredulidad: “Lo dijo Blas, punto redondo”. Eso sí, luego, en un ejercicio de coherencia, se vota a los incoherentes.