Después de largas décadas de consideración buenista de la inmigración islamista, el Gobierno de Emmanuel Macron emprende una iniciativa legislativa para sancionar y prever las agresiones y atentados cometidas en Francia en nombre del Islam. Mientras tanto, el gobierno de Pedro Sánchez, ha visto llegar una oleada de simpapeles a Canarias, sin hacer prácticamente nada, por indecisión propia o inducido por Podemos.

La propuesta de Macron, a la espera de su aprobación parlamentaria en enero, intenta perseguir y evitar los ataques del fundamentalismo islamista, su gestación o el discurso del odio que imanes radicales y webs propugnan entre los musulmanes más fanatizados. Lo que pretenden esos imanes es constituirse como comunidad en paralelo, ajena a las normas u valores de los países de acogida, comenzando por el estado de Derecho.

Para Francia, las consecuencias del laxismo frente a los guetos islámicos ha incentivado al partido de Martine Le Pen, con la sensación de desamparo que genera vivir en una banlieu que parece haber dejado de ser Francia. La serie de atentados islamistas en Francia da escalofríos. Solo recientemente, tenemos --en coincidencia con la conmemoración del ataque a Charlie Hebdo-- a tres personas asesinadas en una iglesia de Niza o el asesinado del profesor Samuel Paty, degollado por referirse a Mahoma en una clase sobre la tolerancia.

Lo que propone la iniciativa legislativa del Gobierno francés es, por ejemplo, la defensa de los docentes --especialmente las profesoras-- frente a las actitudes agresivas de padres islamistas. Lo mismo ocurre con las doctoras en los centros sanitarios. Esas son cosas que también ocurren en zonas de Cataluña con alta densidad inmigratoria. Quien se niegue a que un doctor --hombre-- examine a su esposa o sus hijas podrá ser condenado hasta cinco años de cárcel y una multa de 75.000 euros. Del mismo modo que es contundente poner fuera de la ley la financiación irregular de las entidades islamistas, las medidas son drásticas y ahora hace falta saber hasta qué punto implican una voluntad clara de Macron. El terrorismo religioso lleva años refugiado en las mezquitas en manos de imanes fanáticos cuyo objetivo es la destrucción de lo que entendíamos por Occidente. Si Giscard d’Estaing acogió a Jomeini para alegría de la izquierda buenista, Macron ha cruzado ya los primeros mandobles con Erdogan.