Lo que ha pasado esta semana es de vodevil. Todo explota tras la “brillante” idea de Carles Puigdemont. Junts sorprendería a ERC exigiéndole que renunciara a su estrategia política, se sometiera al Consell per la República, o sea a Puigdemont; en Madrid supeditara su política de concertación con el Gobierno a los deseos, nunca confesados, de Junts de hacer caer al PSOE para que gobierne el PP y así aumentar la tensión y abrir el camino de la confrontación; y dinamitar la mesa de diálogo. Si no cumplía, moción de confianza.

Nunca en la política occidental un partido de un Gobierno de coalición ha exigido al partido mayoritario que se someta a una moción de confianza. Tal como lo hizo Junts, con un Albert Batet nervioso en la tribuna, no es una moción de confianza, es de censura. Fue la gota que colmó el vaso y Aragonés se plantó. Lo hizo en la Diada, con el aeropuerto, con el caso Juvillà, con el caso Borràs… y un largo etcétera, porque el Govern de la mayoría del 52% ha sido un sinvivir. Algunos talibanes, hoy en posiciones ultramontanas, dijeron que los tripartitos de Maragall y Montilla era un Dragon Khan. Visto lo visto con Puigdemont, Torra y Aragonès, aquellos tripartitos no pasaban de un tiovivo para criaturas. Aragonés se plantó y se cobró una pieza, la del vicepresidente Puigneró, que se disfrazo de milhomes asegurando que estaba al cabo de la calle de la sorpresiva moción de confianza. Las crónicas cuentan que no estuvo en el ajo, que solo pasaba por allí pero quiso ponerse una medalla. La aguja estaba envenenada y pagó los platos rotos.

Por primera vez en muchos años, a ERC no le tiemblan las piernas ante un Junts desmadrado. Tiene un líder plenipotenciario que ni siquiera está en la ejecutiva, una presidenta que se siente segura saltando cada día al precipicio y un secretario general, Jordi Turull, que parece que manda pero no controla para nada las obscenidades políticas de Puigdemont y Borràs. Los movimientos de ayer son la puntilla a un docudrama de baja estofa. La propuesta de Junts para retomar la tan cacareada como ausente unidad es más de lo mismo y encima que Aragonés asuma como un “trágala” la restitución de Puigneró.

O sea, Junts no tiene ganas de seguir y ERC no tiene ninguna intención de convencerlos de que vuelvan. La confianza y la empatía no existen y Aragonés está dispuesto a romper la baraja. Gobernar en minoría, dicen, es solo una forma de salir del paso. Es imposible y los republicanos lo saben. Con la CUP y los comunes no llegan a nada. Solo queda el PSC de Salvador Illa, que ha hecho acopio de palomitas y refrescos para ver este capítulo del deterioro político, institucional y de país que protagonizan unos socios irreconciliables. Aragonés se ha dado cuenta de que gobernaba con su enemigo. Un enemigo que no ha asimilado todavía que la Generalitat está presidida por un republicano, un okupa de la mansión que consideran de su propiedad y que está dispuesto a hacerlo caer para recuperar la titularidad. No le importa la independencia, por mucho que digan, en Junts importa la Generalitat.

Oriol Junqueras tiene razón cuando dice que la única propuesta independentista sobre la mesa es la de ERC. Haberla, hayla, aunque no guste. Junts no tiene propuesta más allá de la algarabía y las palabras altisonantes disfrazadas de épica provinciana. Independencia y confrontación es su mágica receta que nunca se concreta porque simplemente no tienen ni idea de cómo concretarla. Solo es un acicate para deteriorar al Govern y hacerlo caer.

Esta semana sabremos lo que pasará, pero a la vista de los acontecimientos no es creíble que consigan un pacto de última hora. Incluso con cambios en el Govern entre los miembros de Junts. Jaume Giró, sin duda, no es Puigneró, y menos Borràs, aunque está dispuesto a dar la batalla junto al antiguo PDECat, que está aturdido viendo cómo se cae el castillo de naipes a siete meses de las elecciones municipales.

Si no hay acuerdo, que es lo más probable, pueden pasar varias cosas. Que Junts implosione y veamos nacer un nuevo partido y, sobre todo, que Aragonès se abra a negociar con los socialistas. Sin olvidar lo que diga Puigdemont en el acto del quinto aniversario del referéndum en el Arco del Triunfo. Tiene guasa el lugar elegido, celebrar una derrota en el Arco del Triunfo. Solo un detalle, ERC envía a Marta Vilalta y a Dolors Bassa al acto. Se temen lo peor.

De momento, en el argumentario republicano solo se recoge caña y más caña al PSC, porque lo han fijado como el rival electoral en las municipales. Saben que Illa crece pero tiene difícil tener una mayoría suficiente, so pena que ERC se deje de veleidades y pacte con el vencedor. Pero, hasta llegar a este escenario, Aragonés tiene que avanzar en la legislatura y sabe que el único camino es Salvador Illa, que se ofrece a pactos, que no serán gratis. Eso sí, Aragonès podrá contar con confianza, colaboración y respeto a los pactos. Algo de lo que ha carecido hasta ahora.

Tenemos sesiones extras de vodevil durante toda esta semana. Con pregunta a la militancia y, por si fuera poco, incertidumbre sobre cuál es el sentido de voto que recomienda la dirección. Junts es una amalgama de sentimientos, pero lo que no es seguro es un partido, y a partir de ahí consultar a los militantes es tanto como ir a buscar agua y romper el jarrón. Cataluña no se merece esta ópera bufa. Ni siquiera los independentistas. Aragonès ha hecho bien en romper para no parecer un títere, pero ahora debe echar a los de Junts, recuperar si acaso a los que se atrevan plantar cara a los iluminati de la política catalana dentro del supuesto partido, y abrir un escenario de negociación y acuerdos con el PSC. Rodalies puede ser el primero. Bueno, de paso podría aprovechar en la remodelación del Govern a cambiar también a algún miembro de ERC. Cambray, por ejemplo. El fiasco en la FP es la gota que colma el vaso de su fracaso.