Pablo Iglesias e Irene Montero se han metido en un jardín, y nunca mejor dicho. La adquisición de una vivienda, que representa lo más granado de la casta, los ha puesto en entredicho como líderes de su formación y ha dejado su discurso, el de Podemos, en agua de borrajas. Todo lo que ellos han criticado como la vieja política se ha encaramado a las ventanas de Podemos para quedarse. Se han comprado una casa valorada en 600.000 euros, cuando hasta hace poco criticaban con cainismo a todo aquel que lo hiciera, como bien sabe Luis de Guindos, pues no se le podía entregar la gestión de la economía a alguien que se compraba un ático de 600.000 euros.

Se han hecho con una hipoteca que, a todas luces, ha sido concedida bajo un trato de favor, porque a 30 años y con contratos temporales es difícil que cualquier ciudadano de a pie le sea otorgada graciosamente. Además, la buena caja es, nada más y nada menos, la Caja de Ingenieros, que cuenta con una dilatada experiencia en dar cobertura a los líderes independentistas. Y como guinda, se han rodeado de mentiras. Juan Carlos Monedero los defendió a capa y espada afirmando que pagarían sólo 500 euros. O sea que por una hipoteca de 540.000 euros apenas devolverían unos 200.000, todo un chollo señores. No me extrañaría si la caja aumenta el nivel de peticiones de hipotecas tras una ganga de este tamaño.

Ahora sabemos, suponemos, que el pago mensual supone unos 1.700 euros. Algo no cuadra porque los intereses parecen nimios, y aún así la hipoteca es la mitad de los ingresos familiares, si tenemos en cuenta que sólo cobran tres veces el salario mínimo cada uno de ellos, porque el resto acaba en las arcas del partido. O sea, que Pablo e Irene son unos gestores óptimos de economía familiar teniendo en cuenta los gastos fijos de su casita de Galapagar, alejada, como criticaron también con ahínco, "de los problemas de los ciudadanos porque se aíslan" del mundanal ruido.

Tantas dudas, tantas sombras, los obligaron a comparecer en rueda de prensa. No entonaron el mea culpa. Ni tan siquiera arrojaron luz sobre todos los interrogantes que acechan a su operación financiera. Defendieron su derecho a comprarse una casa "para vivir" y hacerlo alejados del mundanal ruido. Pablo Iglesias e Irene Montero pueden hacer lo que les venga en gana, pero con su acción han hecho papilla el discurso de su formación política. Lejos de su responsabilidad, los líderes morados han lanzado un órdago a la grande. O ellos, o el suicidio político de Podemos, sometiendo a consulta una decisión personal.

Los adscritos a Podemos deberán decidir si su partido se suicida cambiando a sus líderes a un año vista de las elecciones municipales, europeas y autonómicas, o los reafirma en un remake de culto al líder, al personalismo, para evitar la crisis. Eso sí, si no los censuran deberán asumir que el chalé de Galapagar les ha hecho un siete que sus adversarios explotarán por activa y por pasiva. Irene y Pablo, no tengo dudas, serán refrendados por sus bases porque el pánico y el miedo escénico tendrán más peso que las veleidades de unos líderes que abrazan con entusiasmo el "donde dije digo, digo Diego". Aceptarán un liderazgo mesiánico a cambio de que las hechuras de la formación morada no revienten. Tendrán que decidir entre el yo caudillista y el caos. Estará por ver si esta decisión es acertada. Los militantes de Podemos serán posibilistas, pero estará por ver si también lo serán los votantes. Iglesias ganará porque no queda otro remedio.