La iglesia que todo lo cura

Guillem Bota
08.04.2019
5 min

No todo está perdido en Cataluña. Si la Iglesia española, que como se sabe es la única Iglesia auténtica de occidente, es capaz de curar homosexuales, cómo no va aconseguir que vuelvan al redil, o sea a la cordura, los independentistas que queden todavía. Sin duda será más difícil, ya que mientras los homosexuales lo son por su propia naturaleza, los independentistas lo son por dinero --unos para conseguir cargos, otros porque consideran que Cataluña no debe colaborar en la redistribución de la riqueza-- y es sabido que las ideologías que se mueven por la pasta son las de más fuerte arraigo. Mucho más que las sentimentales o sexuales, donde van ustedes a parar.

Ya sé que la jerarquía católica ha matizado a posteriori que a los homosexuales los curarán sólo espiritualmente, precisión que todavía me deja peor el cuerpo, puesto que no sé qué males pueden aquejar a un espíritu, sea éste homosexual, heterosexual o mediopensionista. Una de dos, o yo no tengo espíritu o éste tiene la salud de un roble, porque jamás he necesitado nadie que lo sane, ni clérigo ni seglar. Pero pongamos que sí, que un espíritu puede padecer las más diversas patologías, si puede ponerse enfermo un periquito también ha de poder un espíritu. Y pongamos además que la homosexualidad es una de esas patologías y que es, además, susceptible de curación. ¿No podrá entonces serlo también un espíritu independentista? Insisto en que no será tarea fácil, como demuestra el hecho que los líderes independentistas no dejan de repetir que todo lo que hicieron en aquellos fatídicos días no fue más que una performance destinada a entretener a los magistrados del Tribunal Supremo, y sin embargo sus seguidores siguen creyendo en ellos a pies juntillas, con esa fe que sólo se da en las sectas más tenebrosas. Razón de más para ponerse manos a la obra sacerdotes, obispos y cardenales, ya que es una oportunidad única para que la Iglesia demuestre que se crece ante las dificultades. También es difícil que pase un camello por el ojo de una aguja, y bien que lo hace, con jorobas y todo, o algo así se decía en tiempos.

Los homosexuales, o su espíritu si se prefiere, a nadie molestan, mientras que los independentistas no dejan de dar la tabarra, día sí día también, sin que les importe una higa la opinión del resto de catalanes. Los homosexuales son personas inofensivas y pacíficas, yo nunca he tropezado con ninguno que me quiera imponer sus gustos, ni tan siquiera con alguno que intente convencerme por tierra, mar y aire de que me iría mejor la vida si me gustaran los señores con bigote, cosa que sí hacen los independentistas. Si los homosexuales adoptaran la misma postura --con perdón-- que los independentistas, el próximo 1 de octubre convocarían un referéndum ilegal en el que solo participarían ellos.

--A la vista del resultado del referéndum, todos los catalanes pasan a ser homosexuales-- declararía acto seguido, solemnemente, quien entonces fuera presidente, poco antes de huir hacia el extranjero.

Pero no lo hacen. No lo hacen porque, a pesar de que la Iglesia considere que tienen el espíritu enfermo, lo tienen bastante más sano que los líderes del procés, y no imponen a nadie sus gustos ni opiniones. Deje la Iglesia en paz a los homosexuales, y dedíquese a curar a quienes de verdad lo necesitan, que no son otros que los dos millones de fanáticos que, esos sí, intentan sodomizarnos a la fuerza y sin consentimiento. Así sea.

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¿Quién es... Guillem Bota?
Guillem Botap

Guillem Bota quiso ser siempre torero, pero haber nacido en un pueblecito de la provincia de Gerona (Fornells de la Selva, 1970) sin plaza de toros, le dificultó la vocación. No se rindió el maletilla, y embarcó en un carguero rumbo a América, con un hatillo y un viejo jersey de su madre que hacía las veces de capote, como único equipaje. Quiso la mala fortuna que el carguero atracara en Buenos Aires, ciudad en la que abundan las porteñas mas no los morlacos, con lo que desvió su atención de éstos a aquéllas, con desigual fortuna y algunas cogidas. A orillas del río de la Plata empezó a colaborar con distintos periódicos e incluso se atrevió con dos libros de relatos -le marcó conocer en persona a Roberto Fontanarrosa-­, siempre bajo seudónimo que ocultara a sus allegados el fracaso en la lidia. Regresó a su tierra más viejo pero más sabio y con cinco hijos allende los mares. Se instaló en el Ampurdán con la vana esperanza de que se le pegara algo de Josep Pla.