El señor Iceta, además de ser un magnífico político, orador y estratega sin igual, nos ha demostrado que ama el baile y el ritmo de la música, y que domina el ejercicio del contaje (un, dos, tres, un, dos, tres) de los pasos de la danza. Pero en eso de contar me da la sensación que ha perdido un poco el sentido de las cosas y de la cancha donde se baila, pues en ella se están jugando los destinos del país. Se ha puesto a contar y ha empezado a contar naciones.

Contar naciones es un juego mucho más peligroso que el baile, puesto que en este último se puede perder el ritmo, el compás y tener un esguince, pero en las naciones se puede llegar a crear el caos, la confusión y la destrucción de todo aquello que nos jugamos contando.

Parece pues que al señor Iceta le salen un montón de naciones, como nueve, en España, lo cual es un descubrimiento para premio de algún programa de esa televisión que todos detestamos, pero que engancha al público, o quizás acaba de inventar un tema para que hagan las tesis doctorales, las auténticas, todos aquellos alumnos universitarios de normal educación así como todos aquellos a los que les han explicado mentiras o medias verdades de quiénes son, de dónde provienen y adónde van en un mundo globalizado con las rivalidades que vivimos en la actualidad.

No voy a entrar en detalles del conjunto de naciones que se le han aparecido en una noche de insomnio o soñando ministerios porque, válgame Dios, cometer errores identitarios nacionales de tanta gente puede ser muy grave. Pero sí me atreveré a hacer algunas consideraciones en el caso de la nación que ve en Cataluña simplemente porque soy catalán y yo no la veo en absoluto, y si la tuviera que ver la vería con tantas formas y colores como en el caleidoscopio.

Veamos. En mi caleidoscopio yo vería una nación catalana tan diversa y fragmentada que se me descompone en los ojos, se pulveriza en mis manos y explota en mi mente con estrépito.

Como pretendo al menos en estos párrafos acometer un concepto muy serio, histórico y cultural verdadero empecemos por el país de Aran. La Vall d’Aran es una comunidad perfectamente nacionalizable e independizable de Cataluña por poseer un idioma propio heredero directo del occitano, una economía sostenible, una cultura secular y unas costumbres absolutamente diferenciales del pueblo catalán. Y ya tenemos otra nación en la que el señor Iceta no ha pensado, pero en el Aran existen a su vez comunidades bien diferenciales históricamente como son el Nautarán, el Mijarán y el Baisharán y, a su vez, la Querimonia o Constitución aranesa –recordemos que Cataluña no tiene– establece los Terçons o divisiones territoriales que hasta tienen sus propias circunscripciones electorales. Y así puestos podríamos seguir dividiendo.

Y ya en clave más pastoril encontramos la indiscutible diferencia nacional entre los territorios interiores de Tractoria en relación con los costeros de Tabarnia, que de por sí representan entidades nacionales perfectamente defendibles puesto que difieren en ideologías, acentos y variantes lingüísticas, idiosincrasia, sistema de vida y estructura social. Ya van saliendo naciones, pero dentro de Tabarnia poco encaje puedo encontrar entre Tortosa y Amposta y el Alt Empordà, con lo que debería estudiarse cuidadosamente la estructura nacional tortosina y ampurdanesa. Pero avanzando más allá: en la Franja de Ponent, Fraga, Pont de Montañana, Pont de Suert y demás territorios claramente vinculados a la nación aragonesa y oscense, es obligado que reivindiquen su propia nacionalidad.

Todo ello me lleva a perder la cuenta de contar naciones catalanas, pero a poco que pensemos en la cifra en que se podría convertir las nueve naciones del señor Iceta, nos iban a faltar dígitos en la calculadora y por supuesto en el pentagrama de las notas y los ritmos de baile.

Nunca en mis reflexiones tengo como objetivo ofender y siempre ser crítico sin mucha cáustica, por lo que lamento una vez más y pido disculpas al señor Iceta, al que por otra parte admiro en la alegría y en el baile, pero a mí me ofende gravemente que me canten aquella canción infantil que sonaba. Vamos a contar naciones tra-la-la, vamos a contar mentiras tra-la-la.