La escritora Cecilia Böhl de Faber, más conocida como Fernán Caballero / WIKIPEDIA

La escritora Cecilia Böhl de Faber, más conocida como Fernán Caballero / WIKIPEDIA

Pensamiento

Fernán Caballero y la resignación femenina

La obra de Cecilia Böhl de Faber tuvo mucho de evasión de la desafortunada vida familiar que le tocó sufrir

17 febrero, 2019 00:00

Fernán Caballero es el pseudónimo bajo el que se refugia Cecilia Böhl de Faber. No es el único caso de mujer parapetada tras el pseudónimo masculino. Ahí está, por ejemplo, Catalina Albert, literariamente reconvertida en Victor Català. Ambas siguieron el ejemplo de George Sand.

Cecilia nació accidentalmente en Morges, Suiza, en diciembre 1796. Hija del cónsul de Prusia en Cádiz, reputado negociante y destacado hispanista, y de una dama gaditana conocida como Frasquita Larrea, con sangre irlandesa y también apasionada por las letras. Su madre tradujo obras de Byron, escribió con el pseudónimo de Corina, el personaje de Madame de Staël y promovió la tertulia gaditana de más éxito de la España del momento. En 1807 sus padres se separan y la madre se traslada con sus hijas pequeñas a España. Cecilia se queda en Hamburgo con su padre educándose en un colegio católico riguroso y no va a España hasta 1813. Tenía 17 años. La situación económica familiar era ruinosa por la quiebra de los negocios de su padre. España, al final de la Guerra de Independencia estaba destrozada.

Cecilia se casó en 1816 con el capitán de infantería Antonio Planells y Bardaxí. Fue un matrimonio impuesto por su madre, mujer autoritaria y difícil. La pareja marchó a Puerto Rico, donde Antonio había sido destinado. El matrimonio fue muy desavenido y él murió dos años después. Cecilia regresó a España. Viajó a Hamburgo y acabó volviendo a Cádiz. Allí conocerá a Francisco de Paula Ruiz del Arco, marqués de Arco Hermoso y oficial del Cuerpo de Guardias Españolas, de rica familia sevillana. Se casarían en Sevilla en 1822 y se trasladaron a vivir en el Puerto de Santa María. Fue una época feliz para Cecilia, que participó en tertulias y se inició en la literatura. En 1835 murió su marido y un año después su padre. Hizo un viaje por Europa, en París y Londres, y se enamoró del inglés Frederic Cuthbert. La relación acabó fracasando y este episodio de su vida lo narró en la novela Clemencia. En 1837 se volverá a casar con el pintor de Ronda Antonio Arrom de Ayala, 17 años menor que la escritora y enfermo de tuberculosis. Ella editó en ese periodo buena parte de sus obras. El pseudónimo de Fernán Caballero lo tomó de un pueblo de Ciudad Real. Colaboró con la prensa conservadora y en 1849 editaría su novela más célebre, La Gaviota, obra sentimental precursora de la novela costumbrista. El texto pretende ser un alegato contra las emociones románticas reivindicando el autocontrol sentimental y la paciencia. Como dice Anna Caballé, Cecilia se esforzó en representar el papel de esposa obediente y complaciente. Le restó importancia a su labor literaria a través de la que creó novelas moralizantes de perfil muy conservador. El medio literario era en ese momento muy hostil a las mujeres. Como demuestras las actitudes que hacia ella adoptaron Zorrilla o su propio amigo Hartzenbusch.

En 1853, el marido de Cecilia es enviado como cónsul a Sidney. Ella se queda en Sanlúcar. Su esposo se suicida seis años después, en 1859, por la enfermedad de la tisis y su ruina económica. Ella se quedó hundida y sumida en la pobreza. Las cartas que escribe en mayo de 1859 son patéticas. Llegará a plantearse entrar en un convento y terminará siendo protegida por la reina Isabel II que le cede una de las casas del Alcázar de Sevilla donde vivirá hasta 1868 en que la revolución le obliga a mudarse de casa. Mantuvo correspondencia con muchos literatos entre ellos Rosalía de Castro, para ella, "el ruiseñor de Galicia". Murió en 1877.

Su obra tuvo mucho de evasión de una desafortunada vida familiar. Hizo gala de un moralismo conservador reflejo de un mundo que era más pasado que presente. Antitaurina, sus modelos de mujer parecen contrapuestos a la Carmen de Merimée tan en boga en su tiempo. Su ideal es la mujer virtuosa, instruida, religiosa, capaz de superar las tentaciones cotidianas. Buena esposa, y buena madre. Fueran como fueran los maridos, ella reivindicada la fidelidad y la disciplina. En Clemencia escribe: "¡Qué mina inagotable de amor es, pues, el corazón de una mujer buena! De amor puro, noble y generoso, que se aumenta y aviva por la ausencia, por las desgracias, por la pobreza, por los males del cuerpo, aun los más repulsivos y contagiosos del hombre que llama su marido, amor que eleva y realza la naturaleza humana como la rebaja el amor que alimenta la vanidad o la pasión de los sentidos. Amor que el mundo se atreve a denigrar con el nombre de tibio, los materialistas a burlar con el de platónico, pero amor que ensalza la poesía llamándolo ideal y bendice el cielo llamándolo santo".