Casimiro Molins recibe la Creu de Sant Jordi en 2012 de manos del entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas / CG

Casimiro Molins recibe la Creu de Sant Jordi en 2012 de manos del entonces presidente de la Generalitat, Artur Mas / CG

Pensamiento

Los Molins, en la montaña rusa del hormigón

A punto de cumplir cien años de vida, la empresa cementera ha superado todo tipo de vicisitudes sin dejar de crecer y sin que la saga familiar pierda su control

14 octubre, 2018 00:00

Joaquim Molins Figueras se introdujo, durante el primer cuarto del siglo XX, en el mundo del cemento con el fruto de la herencia de una fábrica de calzado, en Pallejà. Su visión estratégica le permitió a él y al resto de la saga Molins crecer exponencialmente como los grandes promotores del cemento en Cataluña. En la última década del siglo pasado, el cemento experimentó una burbuja de concentraciones y fusiones nunca vista. El sector modificó vertiginosamente sus credenciales y traspasó la hegemonía a las multinacionales (Lafarge o Cemex) solo bordeadas por compañías autóctonas, con Cementos Molins a la cabeza.

Molins deshizo su joint venture con Ciments Français, después de muchos años bajo la batuta de Casimiro Molins Ribot, con dos momentos de enorme salto cualitativo: el crecimiento inflacionario del fin de la autarquía económica y la concentración del fin de siglo como puerta de entrada al modelo español hecho de ladrillo y escasa oferta de suelo urbanizable. Cementos Molins entró en bolsa para crecer en recursos propios, pero decidió salir de la cotización para evitar una OPA hostil en un mercado permanentemente acelerado. En casi medio siglo, los Molins habían crecido, diversificado, cotizado en bolsa y finalmente se replegaban como empresa familiar en un núcleo que diseña el hormigón del futuro.

La plenitud de los Molins data de los años de expansión internacional (con Cementos de Avellaneda en Argentina, la joya de la corona hoy atrapada en los excesos monetarios del país del Cono Sur), marcados por la creación de un entorno financiero y de infraestructuras con la empresa cementera en el cráter del crecimiento. Este momento se gestó mucho antes, concretamente en 1961, cuando un grupo de empresarios catalanes y vascos adquirió el Banco Atlántico a los descendientes de Claudio Güell y Churruca, conde de Ruiseñada. La presidencia del Atlántico pasó a ser desempeñada por Casimiro Molins, patrón de los cementos y cuñado de Laureano López Rodó (comisario del Plan de Desarrollo). El núcleo Molins jugó la carta de la banca industrial, siguiendo el modelo francés de los banques d'affaires y nombró consejero delegado a Josep Ferrer Bonsoms, un directivo que se convertiría también en CEO de Bankunión y aseguraría la conexión entre ambas entidades. La fuerza financiera de los Molins se puso a prueba con la creación de autopistas Acesa, que obtuvo las primeras concesiones en 1968, frente a las opciones del Bilbao Vizcaya de entonces (con el mítico Sánchez Asiaín en la presidencia) y del Hispano Americano.

El lobby Molins basaba su fuerza en su potencia industrial y en sus entidades financieras saneadas. Y proyectaba su influencia en Madrid, en plena era de los López, los ministros vinculados al reformismo del Opus Dei, liderados por Calvo Sotelo y López Rodó. El cambio en el capital del Banco Atlántico en el momento de la entrada en su accionariado de la Rumasa de Ruiz-Mateos desestabilizó al equipo de gestión y supuso una inicio de la marcha atrás de los Molins en el grupo financiero. En 1982, se produjo la compra de Bankunión por parte del Hispano Americano y la expropiación de Rumasa, decretada por el ministro de Economía del primer Gobierno de Felipe González. Esta segunda operación acabó con el Banco Atlántico entendido como banco industrial; su ficha fue adquirida por el fondo saudí ABC y su funcionamiento como banco comercial no fue relanzado hasta la reciente adquisición por parte del Banc Sabadell, que ha convertido la Torre Diagonal en la sede corporativa del banco presidido por Josep Oliu.

Los Molins se concentraron de nuevo en el cemento y Casimiro Molins Ribot se mantuvo en la presidencia de la empresa hasta el día de su fallecimiento. En esta segunda etapa tuvo una especial importancia en la empresa la figura de Joan Molins Amat (sobrino de Casimiro), vicepresidente ejecutivo de la cementera, que desempeñó la presidencia del Cercle d'Economia, en una etapa de gran influencia del foro de opinión en los organismos internacionales y en la administración española.

El espíritu fundacional de Cementos Molins se recupera hoy en la memoria de una empresa sometida a los vaivenes de un sector que, por naturaleza, vincula su destino a los flujos de crecimiento y desaceleración de una economía. El pionero Joaquim Molins Figueras se mantuvo estrechamente concernido en la sociedad civil de su tiempo, un estilo que conservaron Casimiro y de Joan Molins, cada uno a su manera. En el primer cuarto del siglo XX, Joaquim Molins vivió el auge del motor en el Autódromo Terramar. Perteneció al consejo de aquel circuito junto a Genaro de la Riva, a Josep Ciutat (Hispano Suiza, la gran fábrica de automóviles de los Mateu) y al ingeniero Wifredo Ricart, el diseñador de los Pegaso.

Molins Figueras fundó la Peña Rhin, que organizó la participación de España en las carreras de un premio mundial. Fue el momento de los Maserati, con los que corrían los pilotos y empresarios, como Francesc Godia o Joan Jover. Antes y después de la contienda civil, las carreras se mantuvieron en itinerarios cambiantes, como el Terramar, un periplo exnovo entre Sitges y Tarragona, un trazado en la alta Diagonal bordeando la finca de los Güell, con portones de hierro y vallas de trencadís y, finalmente, el circuito de Montjuïc, que acabó acogiendo al premio oficial, homologado internacionalmente en los orígenes de la Fórmula 1. El último premio de la Peña Rhin se celebró en 1951, con la victoria del mítico Juan Manuel Fangio a los mandos de un Maserati que superó a otros pilotos de su tiempo, como los Ferrari de Farina y el príncipe Bira.