Miquel Batllori Munné, el sabio

Miquel Batllori Munné, el sabio

Pensamiento

Miquel Batllori Munné, el sabio

Un jesuita que ejerció de liberal en la España de Franco y que se dejó querer por el catalanismo político

20 mayo, 2018 00:00

Miquel Batllori i Munné, hijo y nieto de catalanes que habían hecho su fortuna en la Cuba colonial, nació en Barcelona (Plaza de Cataluña número 1), con una hermana gemela, Mercè, en 1909. En su casa, como él recordó muchas veces, se habló siempre castellano. Estudió de niño en el Colegio Jesuita de la calle Caspe. Se graduó en la Facultad de Letras y de Derecho en la Universidad de Barcelona en 1928. En este año ingresó en la Compañía de Jesús y realizó el noviciado en el Monasterio de la Compañía en Gandía, estudiando Humanidades en Veruela (1930). Aprendió catalán en sus estancias veraniegas en Sant Feliu de Codines. Cuando estalla la República con el decreto de expulsión de los jesuitas se va a Italia, donde estudió Filosofía y Teología en Turín. Volvió a España al acabar la guerra y se hizo sacerdote en 1940. Tras una breve estancia en Mallorca, volvió a Italia donde vivió la mayor parte de su vida como director del Instituto Histórico de su Orden y profesor de la Gregoriana desde 1952. Su tesis doctoral la presentó en Madrid sobre la figura de Francisco Bustá, un jesuita hispano-italiano expulsado en 1767 y que vivió en Palermo. Batllori se jubiló en 1980, volvió a Barcelona y moriría en Sant Cugat en el año 2003 a los 93 años.

Fue ante todo un sabio humanista. De 1993 a 1999 se publicaron los tomos de sus obras completas (edición de Eliseu Climent) en las que se constata su dedicación a múltiples temas: la historia de la Compañía de Jesús, de la que le fascinó especialmente el tiempo del exilio tras la expulsión; el Humanismo y el Renacimiento catalán, el Barroco a través de la figura de Baltasar Gracián, el lulismo, Arnau de Vilanova, la familia de los Borgia (tema al que dedicó los volúmenes del Diplomatari con toda la documentación borgiana dispersa por Europa), las figuras de Vidal y Barraquer, Balmes y Casanoves, la proyección de la cultura catalana en Europa y América, la significación de la Compañía en la independencia latinoamericana (el padre Viscardo)... Recibió infinidad de premios, tanto desde Cataluña como desde la capitalidad del Estado: Creu de Sant Jordi (1982), Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio (1984), medalla de oro de la Generalitat (1985), Premio Nacional de Historia (1988), Premio de Honor de las Letras Catalanas (1990), Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales (1995), Premio Nacional de Letras (2001)... Ingresó en la Academia de la Historia en 1958 con un discurso sobre Alejandro VI y fue Doctor Honoris Causa por la Universidad de Valladolid (1974), por la Facultad de Teología de Barcelona y al final de su vida recibió el nombramiento de Doctor Honoris Causa de todas las universidades catalanas, acto solemne que se celebró en la Iglesia de Santa María del Mar. Su padrino fue Martí de Riquer y le impuso el birrete el rector de Alicante.

Uno de sus grandes puntos de apoyo fue el padre Josep Maria Benítez, que fue decano de la Facultad de Historia Eclesiástica de la Universidad Gregoriana de Roma y que promovió con él la asociación Catalans a Roma, de la que fue presidente honorífico Batllori, presidente efectivo Benítez y secretario Valentín Gómez i Oliver.

Batllori fue un jesuita liberal, con un conocimiento del mundo extraordinario, que sabía verter en su capacidad excepcional de conversador, un conversador que olvidaba con frecuencia la capacidad arquetípica de autocontrol emocional de los jesuitas. Sus juicios serán radicales. Un ejemplo: toda la admiración que le tenía a Fellini la proyectaba en negativo hacia su mujer, la actriz Giulietta Masina. La erudición la expresaba en un verbo extremadamente fluido y rápido en el que las ideas se sobreponían a las propias palabras. Siempre con ironía, como se observa bien en el libro de sus recuerdos que editaron Cristina Gatell y Gloria Soler.

Amigo de Jordi Rubió y de Jaume Vicens Vives, sus principales referentes intelectuales en Cataluña, ejerció de liberal en la España de Franco, evitando por ejemplo la condena de Ortega por los inquisidores de la época, y se dejó querer por el catalanismo político en sus últimos años de vida. Contra el integrismo católico se opuso a la beatificación de Pío X por su actitud antimodernista. Pionero de la hoy tan reivindicada interdisciplinariedad, escéptico, relativista, contrario a cualquier tipo de encerramiento dogmático, luchó contra todos los tópicos y la banalización de la Historia. Dotado de una memoria portentosa, conjugó siempre la reivindicación de la complejidad con la voluntad didáctica y clarificadora. No practicó el jesuitismo de la hipocresía moral. Obsesivamente se convertía de actor de una determinada realidad (empezando por la propia Iglesia Católica y su orden religiosa), en espectador de la misma, distanciándose siempre como si él no fuera parte implicada. Solventaba las contradicciones con un sentido del humor que conservó hasta el final de su vida. Como ha subrayado Pedro Álvarez de Miranda, hoy, quince años después de su muerte, añoramos aquel catalanismo culturalista y liberal del padre Batllori. Causa perplejidad y notable rechazo constatar lo que se ha construido sobre los restos de aquel legado de los Rubió, Batllori y los grandes maestros de la cultura catalana del franquismo y postfranquismo, hoy, enterrados bajo la losa del olvido, y sólo desenterrados episódicamente para manipular sectariamente su herencia.