Antigua sede del Banco Atlántico en Barcelona, actualmente del Banco Sabadell

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Pensamiento

La banca industrial (2): ¡Libraos de ultramar! Del San Fernando a la crisis del Atlántico

La experiencia del Atlántico muestra de qué modo los bancos industriales españoles se vieron frenados cuando Europa espoleaba este modelo para robustecer la concentración de capital

17 febrero, 2019 00:00

La banca industrial española tiene menos relación con empresas de sello ganador que con el sentido del riesgo, su auténtico desafío. Germinó en el perfil mercantilista de un tesoro público cargado de lingotes, atravesó siglos de decadencia y acabó adoptando el latigazo utilitarista de Jeremy Bentham: ¡Libraos de ultramar! Así lo demostró el Banco Atlántico, mascarón de proa de un experimento fundado por los descendientes del primer marqués de Comillas (Antonio López y López) al calor de la compañía Trasatlántica y que, medio siglo después, se convirtió en el pulmón de una gran corporación empresarial innovadora. El modelo español de la banca industrial acabó en naufragio, pero dejó la huella de su experiencia en las corporaciones industriales de los grandes, como Banesto, Santander, BBVA y especialmente La Caixa, accionista del mayor holding (Repsol, Telefónica, Naturgy o Abertis), en el pasado fin de siglo.

Los milagros de la economía, la ciencia lúgubre inventada en Escocia, se hicieron esperar en España. No fue hasta el ochocientos que la economía española abandonó el tiempo agustiniano para poner en marcha el contador de la modernidad. Todo empezó con la fundación del Banco de San Fernando convertido de facto en instrumento financiero para salvar la liquidez del Tesoro Público, bajo el periodo isabelino. Los gestores de lo que sería el germen del Banco de España tenían dos cosas en la cabeza: emitir liquidez y tomar participaciones en empresas privadas o públicas, preferentemente las que dominaban los incipientes servicios del agua, la luz y el primer gas ciudad.

La banca industrial como instrumento nació entonces, pero su maduración como modelo y su periodo de esplendor no llegó hasta los años sesenta y setenta del la pasada centuria, con fichas como el Banco Urquijo y el grupo Bankunion, filial del Banco Atlántico en sus mejores etapas. La cronología del Atlántico está marcada por varios momentos sin solución de continuidad: los negocios en la Carrera de Indias; su salto adelante basado en las aspiraciones de la burguesía periférica, representada por hombres de negocios catalanes y vascos; el efecto del vendaval Rumasa; la reconversión de la entidad hacia la opacidad fiscal de la mano del capital árabe y, finalmente, se última estación, con la compra de la ficha bancaria por parte del Banc Sabadell.

Su célula madre fue la Banca Nonell, uno de aquellos bancos de familia especializados en canalizar hacia el mercado catalán los fondos de los negocios coloniales de Cuba y Filipinas. Después de la guerra civil española, los Güell, herederos de una plataforma industrial y financiera --fruto de su entronque familiar con los descendientes del primer Comillas--, refundaron el banco. La entidad pasó a llamarse Banco Atlántico, por el apelativo de transatlánticos que se daban a sí mismos los hombres de negocios que habían hecho fortuna en ultramar y que fundaron grandes compañías como Tabacos de Filipinas, la cementera Asland, la azucareras (Ebro-Agrícolas) o los Ferrocarriles del Norte.

En noviembre de 1961 un grupo de empresarios y directivos compró el banco a los herederos de Claudio Güell Churruca, conde de Ruiseñada. A partir de aquel momento y a lo largo de dos décadas, Casimiro Molins, José Ferrer Bonsoms y Guillermo Bañares fueron los impulsores del Atlántico. El desaparecido expatrón de Cementos Molins desempeñó la presidencia de la entidad, que en su etapa de esplendor llegó a tener más de 10.000 acionistas. Su mano derecha, Ferrer Bonsoms, vicepresidente ejecutivo, había sido director general del Banco Popular de los hermanos Valls Taberner y a él se debió, en gran medida, la apuesta por la banca industrial. El Atlántico pasó de tres oficinas en 1961 a 78 en 1975, con presencia en toda España. En el mismo periodo, multiplicó por 50 sus depósitos y por 70 su inversión crediticia. El Atlántico promovió la creación de Unión Industrial Bancaria (Bankunion), una segunda marca a través de la cual participó en distintos proyectos empresariales.

El antiguo banco de los Comillas se había propulsado: llegó a tener 172 oficinas en España, dos unidades en Estados Unidos y Caimán, filiales en Suiza y Panamá, y oficinas de representación en ocho países europeos. Además compró bancos en varios países hispanoamericanos y fue uno de los fundadores del Banco Árabe Español (Aresbank). Pero después de los momentos críticos del cambio democrático, la entrada en el accionariado por parte del Continental Illinois National Bank significó el Caballo de Troya, que liquidaría el futuro. El holding Rumasa, con Ruiz-Mateos al frente, se hizo con la participación mayoritaria del Continental Ilinois, y en 1983, la expropiación de Rumasa dejó al Atlántico aparcado en vía muerta, como propiedad del patrimonio del Estado. Tras la nacionalización, que acabó con el holding de la abeja, llegó su privatización, un proceso escabroso en el que el entonces ministro de Economía, Miguel Boyer, impidió la recuperación del Banco Atlántico a los antiguos pequeños accionistas. En el último momento, el entonces presidente del Fondo Garantía de Depósitos, Juan Antonio Ruíz de Alda, que administraba el banco en nombre de Patrimonio, se entrevistó en Londres con el primer ejecutivo del Arab Banking Corporation (ABC), de propiedad libia, saudí y kuwaití. La suerte estaba echada; en manos del ABC, el Atlántico fue perdiendo clientes y pasivo hasta convertirse en una ficha volcada sobre los principales paraísos fiscales del planeta.

De sus mejores años, quedan rastros muy distintivos, como el estilo riguroso de hacer banca de algunos ejecutivos que se iniciaron en el grupo, entre ellos Isidro Fainé, actual presidente de la Fundación Bancaria La Caixa o Juan José Brugera, el actual presidente del Cercle d’Economia. El Servicio de Estudios del banco, creado a medio camino entre los modelos servicios de análisis del Urquijo (en la etapa de Trias Fargas) y el del BBV, consagró a economistas jóvenes y brillantes, como Domingo Solans (exconsejero del BCE) y Cristóbal Montoro, exministro de Hacienda.

La operación que contaminó al Atlántico antes de su caída tuvo lugar en la sombra. Después de adquirir la participación del Continental Ilinois, Rumasa se hizo con la autocartera del Banco Comercial de Cataluña, filial del Atlántico, y consiguió superar la participación del grupo empresarial que comandaba la entidad. El banco fundado por Güell y Churruca, nieto del gran proteccionista Juan Güell y Ferrer, que fue presidente de Fomento del Trabajo en los años del arancel, recibió una estocada inmerecida del primer Gobierno socialista. El castigo a Ruiz-Mateos dilapidó una etapa de expansión del riesgo basado de la ortodoxia financiera exigida por el emisor. La experiencia del Atlántico muestra de qué modo los bancos industriales españoles se vieron frenados cuando Europa espoleaba este modelo para robustecer la concentración de capital, que anunciaba el futuro de la moneda única.