La luz existe, si no que se lo digan a Aznar, que vive muy bien por no hacer nada en Endesa. Pero hay otras luces: las de la Ilustración, relacionadas con el conocimiento. Por eso la derecha tiene tanta tirria a la educación. Cuanto peor funcione, cuanto menor sea la pasión por el saber, mejor. Para ellos, los colegios deben limitarse a formar la mano de obra que necesite la industria o el comercio. Al campo apenas le hace falta. Así ha sido durante siglos y así quería el ex ministro Wert que siguiera siendo, con el apoyo de la Iglesia.

La luz del conocimiento ha permitido a media humanidad darse cuenta de que las injusticias sociales no son necesarias. No las quiere un Dios más que problemático, de modo que son corregibles. Ha habido, incluso, unos años en los que en buena parte de Europa esas injusticias, aunque siguieron existiendo, fueron reduciéndose. La gente vio la luz y ahora no se resigna a perder lo adquirido. Además, se ha corrido la voz y las exigencias no sólo se dan en Occidente.

La luz, la certeza de que un mundo mejor es posible es lo que impulsa a la protesta. Ahí están Ecuador y Bolivia: una parte importante de su población sabe ahora que muchas penurias pueden ser menores; ahí está Francia, los empleados son conscientes de que cabe una redistribución de la riqueza que mantenga, como poco, los beneficios sociales adquiridos y que Macron quiere recortar; ahí están los jubilados de Bilbao primero, y los del resto de España después, reclamando el derecho a una vejez digna y no sólo para los Francisco González de turno. Ahí está Birmania: los ciudadanos saben que los beneficios no tienen que ser sólo para los militares.

Y porque tantos han visto la luz, no se les puede engañar. Puede que no aspiren ya a una sociedad absolutamente igualitaria, pero no están dispuestos a conformarse con una sociedad donde la desigualdad crezca y crezca, siempre por el mismo lado: más para los poderosos; menos para el resto.

Detrás de parte de las protestas que estos días se viven en las calles de Barcelona, Madrid y otras ciudades está la memoria de la luz, de la Ilustración, de que el bienestar no tiene que ser sólo para unos pocos: los ricos, que han aumentado sus fortunas mientras los pobres han visto reducido su derecho a la vivienda, a la sanidad, a la educación. Al futuro. Es rabia ante la injusticia innecesaria, desesperación que confunde la luz con una hoguera. Se utiliza la excusa de Pablo Hasél como se podría aducir cualquier otro motivo. Porque meter a la gente en la cárcel por una letra mala es un exceso tan grande como convertir a un bobo en un héroe y hacerle un altar con los contenedores de basura.

En Cataluña un sector del independentismo ha visto en ese tipo la excusa para liarla un poco más, pasando por alto que la ley que ha permitido condenarle a prisión fue aprobada en su día con los votos de la entonces CiU, hoy JxC. Ese partido que reivindica su derecho a la desmemoria para que se olvide el 3%.

También Pablo Casado quiere hacerse el desmemoriado y reclama que se haga el silencio sobre los latrocinios, dice que pasados, del partido en el que milita. Como un niño malcriado reclama su derecho a callar, a no responder sobre Bárcenas ni sobre los pagos supuestamente en negro del edificio de la calle de Génova. Como los carlistas catalanes, Casado se mira en el espejo y no se gusta. Tal vez por eso arremete contra el espejo. Como medida preventiva, se ha dejado barba para no tener que ver su rostro cada día. Si no hubiera faltado tanto a clase, si no hubiera vivido casi eternamente de las convalidaciones, quizás hubiera podido leer a Quevedo: “Arrojar la cara importa, que el espejo no hay por qué”. Aunque cómo pedirle a él o a Puigdemont o a Junqueras que arrojen la cara cuando aspiran a seguir viviendo de ella el resto de sus vidas.

Para eso es imprescindible acabar con las luces. Que se haga el silencio, que la gente no lea, que no quiera saber, que abomine de la funesta manía de pensar. Ése es el mundo que ansían. Aquél que gritaba “abajo la Ilustración y vivan las cadenas”. Las de la ley mordaza que el Gobierno, en el que también está Podemos, no acaba de derogar.